Emilly

1K 97 52
                                    

—Le doy la bienvenida, señor—la voz de Marsias resonó por toda la casa del lago, y tuve que reprimir el impulso de poner los ojos en blanco—. Veo que recibiste mi nota.

Los ojos de Erik no se desprendían de mí, como si no pudiera terminar de creer la situación en la que estábamos. Permanecía simplemente allí, de pie. Unos segundos después, su mirada se dirigió a Marsias, y vi toda la cólera del mundo en esos ojos ámbar.

No prometían cosas buenas.

Erik hizo el amague de meter su mano por debajo de su abrigo, pero sentí el sonido del martillo del revólver a unos centímetros de la cabeza. Un movimiento y te vuela la cabeza, pensé con terror, siendo consciente de la proximidad del metal.

—No, Monsieur, yo no haría eso—lo reprendió el hombre junto a mí—. Apenas vea asomar el lazo, su mujer muere. ¿Está claro?

—No lo harías—lo reté.

—¿Y por qué no?

—¿Y por qué sí?

—Marsias—dijo Erik, cortándolo, y aproximándose cautelosamente hacia nosotros. El brazo ya me empezaba a doler, y Marsias sólo me sujetaba con más fuerza— no pensé que fueras tan cobarde de escudarte tras una mujer. ¿No querías quedar cara a cara conmigo? Aquí me tienes.

—He cambiado de planes. No le veo mucha diversión a eso—dijo, aunque pude percibir cierto nerviosismo disimulado en su voz.

—Erik, ¿tú lo conoces?

Él siguió mirando a Marsias, evitando cuidadosamente poner sus ojos en mí. Sabía que no podía soportar el hecho de hacerlo, no con una pistola pegada a mi cabeza.

Tras unos minutos en silencio, respondió:

—No.

—Váyanse al diablo, ustedes dos—dijo el hombre en cuestión—. Fui un estúpido en pensar lo contrario; ingenuamente creí que Emilly sería capaz de hacerlo. No, no me reconocen, y gracias a Erik nadie lo hará. Nadie lo haría.

—¿Estás hablando del concurso? —pregunté, atónita— Déjame decirte que eres algo inmaduro, Marsias. ¿Tanto odio por un estúpido concurso?

—Tú no lo entiendes—escupió, mirándome cara a cara—. Seguramente nunca has sentido lo que es no ser nada, absolutamente nada para nadie. Desde niño me vi obligado a intentar cumplir las expectativas de mis padres, que por supuesto no logré; no han vuelto a hablarme desde que tenía dieciocho. ¡Desde que se enteraron de que quería ser músico! Poco a poco me convencí que estaban en lo cierto; nadie valoraba mi trabajo, mi esfuerzo. Perdí todo por mi obra, todo. Mi vida, mi trabajo, mi novia. ¡Todo! Esa obra estaba destinada a ser grande, estaba destinada al éxito. Conocía a uno de los jueces del concurso, ¿sabes? Un viejo al que nadie le caía bien. Me dijo que mi ópera estaba en primer lugar sólo unas semanas antes de finalizar el concurso. Por fin tendría el reconocimiento que merecía, y le probaría al mundo, a mis padres y a mi novia que mi trabajo valía. Y luego... ¡llegó él! —dijo, apuntando con odio a Erik—. Y ¡listo! concurso finalizado. Ni siquiera volvieron a contestar mis llamados. Habían alabado mi obra, y ahora sólo era basura para ellos. Y volví a ser lo que siempre había sido; nada. No, tú no lo entiendes. No puedes comprenderlo.

Yo me estremecí, ya que Erik me había echado en cara algo parecido en cierta ocasión. Tú no lo entiendes.

—Pero yo sí. Y tú sabías que lo hacía—dijo Erik—. ¿Cómo? ¿Cómo es eso posible? He sido cuidadoso. No había forma de que supieras quien era yo en realidad.

Notas del PasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora