Miré, frustrada, la hoja vacía en la computadora. Golpeé mis dedos contra la mesa, conteniendo un suspiro de irritación. Alcé mi vista hacia el techo, hacia el piso, hacia la cocina, buscando alguna señal. Alguna inspiración.
Nada. Estaba en blanco.
Tenía que entregar el borrador al día siguiente, pero todavía no se me había ocurrido absolutamente nada sobre que escribir. Apenas llegar a Nueva York, había conseguido un trabajo como columnista en un diario local, que aunque no era mucho, bastaba para empezar. Tenía un sueldo fijo, y al tratarse de una columna de opinión, bastante libertad a la hora de sentarme a plasmar mis ideas sobre el papel. Además, la gente del periódico era agradable, me daban mi propio espacio y podía manejar mis tiempos con mucha independencia. El director me dijo que, si demostraba dedicación en mi tarea, pronto podría ascenderme a un cargo mayor.
Sin embargo, yo me sentía feliz de poder trabajar de esta manera; supongo que desde que somos niños todos tenemos el deseo de escribir, de expresarnos de esa manera. De leer y ser leídos. Y que te pagaran por hacerlo, lo hacía aún mejor. ¿No era el sueño lejano de todo el mundo ser escritor?
Si tan sólo no existieran los bloqueos...
Cansada de esperar que algo viniera a mí, me levanté de mi escritorio y fui a prepararme un café; había regresado demasiado tarde a mi departamento anoche, culpa de mi pequeña siesta en el sofá de Erik. Había tenido la cortesía de no despertarme, ya que según me dijo, algo preocupado, me notaba exhausta.
Y era verdad. Estaba demasiado cansada estos últimos días, y los nervios me jugaban una mala pasada frecuentemente; reaccionaba de manera abrupta, tenía insomnio durante la noche y me dormía en todos lados durante el día, tomaba incontables tazas de café. Debía controlarlos si no quería cometer uno de estos días un error fatal que me llevase a arruinar todo.
Error fatal...
Prendí el equipo de música y me acomodé otra vez en mi silla, con el café en la mano. Creo que tenía una aproximación de lo que podía llegar a escribir. Recordaba repentinamente una de las clases de Historia Antigua a la que había asistido en la Universidad, en la que hablaban sobre un tema que, en particular, me había llamado la atención. Habíamos estado haciendo una revisión sobre las tragedias griegas del siglo quinto antes de Cristo, y siempre parecía haber cierto patrón que se repetía una y otra vez. ¿Cómo era que se llamaba...?
Entré al buscador y tecleé la palabra hamartia.
Hamartia hace referencia a un "error fatal" o "error trágico", fallo o pecado. Es el error que incurre al héroe que intenta "hacer lo correcto" en una situación en que lo correcto no puede hacerse.
Tomé un gran trago de café y bajé más la página, para seguir leyendo.
Es una ofensa cometida por ignorancia (cuando la persona afectada o el resultado no son lo que se suponía que eran). Implica que el personaje incurre en un error fatal basándose en un autoconocimiento incompleto. Porque el héroe no merece su caída, el público lo compadece.
El concepto de hamartia era lo bastante interesante, resolví mientras cerraba el navegador y volvía a la planilla en blanco del documento. ¿Cuántas veces en nuestra vida habíamos sucumbido ante ese error involuntario que había puesto nuestro mundo de cabeza? ¿Cuántas veces ese error nos había condenado a sufrir desgracia tras desgracia mientras nos limitábamos a quedarnos de pie, sin entender gran cosa, dejando que la fatalidad nos arrastrase?
Desde el principio de la humanidad, nadie había quedado exento de él. ¿Qué representaba sino la manzana de Adán y Eva, que les había costado la expulsión del Paraíso? ¿La muerte de Abel? Incontables veces habíamos sucumbido a la desgracia de nuestros propios errores, una y otra vez, una y otra vez. De un error; uno solo bastaba.
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Notas del Pasado
FanfictionSECUELA DE "BAJO LA ÓPERA" De vuelta en América, Emilly parece llevar la vida que siempre quiso. Tiene un pequeño departamento en Nueva York, por fin ha terminado sus estudios y está por casarse con el hombre que ama. Como es natural, las cosas...