Desayunando.

47 0 0
                                    

Desperté enredada en Sebastián, y saben que lo curioso es que él durmió en el sofá, pero no me importa, a veces me gusta abrazarlo hasta dormir, giro y lo miro, hasta dormido se ve bien, me levanto de su suave cama, me estiro, cubro mi boca antes de bostezar, y camino con mi pijama rosa con manchas de jaguar y la blusa totalmente negra, llego a la cocina.

Su casa es solo de un piso y no tiene ninguna pared, más que solo la del baño, y el piso ni siquiera es tan grande, pero tengo que admitir que es muy lindo su departamento. Claro que no ha hecho esto solo, hace ya algunos años un hombre mayor que Sebastián se enamoró de él y ese hombre decoro su casa, pago los muebles, pero después de que descubrió que Sebastián se aprovechaba de él, y que dijera cosas feas a cerca de él fue lo que detono que se fuera de la vida que Sebas, por si se preguntan, nunca paso nada entre ellos (al menos hasta donde se).

Abro el refrigerador, y reviso, tomo cuatro huevos, dos chiles y un tomate pequeño, hare un delicioso omelette, pero antes... ¡música!... enciendo la televisión que no sé por qué no tiene volumen, pero no tengo por qué quejarme, es mejor para mí, para que él no se despierte de repente, sale una canción que hacia tiempo no escuchaba ¨The Mother we share¨ es una canción un estilo de los 80, le subo al volumen, es una canción bastante buena.

Me dirijo a la cocina mientras hago un intento de baile, tomo un tazón y un tenedor, quiebro los huevos y los pongo en el recipiente, tiro las cascaras en un bote de basura que está a un lado del refrigerador, tomo el tenedor y comienzo a batir, cuando veo que se comienzan a formar unas pequeñas burbujas sobre el huevo paro, y comienzo a picar los chiles muy finamente y después me dirijo al tomate, lo tomo y comienzo a cortar.

Sebastián en verdad está cansado, con todo el ruido que hago no despierta.

Enciendo la mecha de la estufa, pongo  un poco de aceite en el sarten.

A esperar que se caliente.

Abro de nuevo el refrigerador y saco la jarra de jugo de naranja, y lo sirvo en dos vasos de vidrio, se ven muy lindos.

Cuando giro el sarten ya está caliente, tomo la mescla y con calma vierto solo la mitad, al tiempo correcto la giro. Tomo un plato blanco que estaba en esa cosa en la que se ponen los trastes recién lavados, después investigo el nombre y se los digo.

Puse el omelette sobre el plato, pero trate de hacer que se viera bonito, después de eso repito los pasos para el siguiente omellte, tomo los tenedores de un cajón que tiene debajo de la tarja y lado derecho.

Después de ver mi maravilloso trabajo, me dirijo a Sebas... y... salto sobre él.

Se espantó y se ve molesto, así que antes de que me diga algo me giro en la cama y quedo abrazada de él, con una sonrisa y animo digo.

- Hice el desayuno – muevo mi nariz – es un omelette –

Lo que tengo que hacer para que no me regañe por haberlo despertado.

- Gracias – dice en un tono más relajado, me beso en la frente.

Me sonrió, me siento en la cama y le empiezo a jalar el brazo, él se ríe, y con un ligero esfuerzo caigo de cara en la cama, pero eso no me hace rendir.

- ¿Vamos? – jale de nuevo su mano, Sebas sonríe, ¡¿porque sonríe tan bonito?! – muévete – lo muevo.

- Está bien, ya voy – se levantó de la cama, lleva una camisa de tirantes y una pantalonera negra, busco sus pantuflas con la mirada y las encontró frente al buro, uno muy lindo, por cierto, es blanco con negro, muy minimalista.

Se dirigió a la cocina, y yo junto con él, me adelante un poco cuando vi que no había recogido en los trastes con los que cocine, tome el tazón y el tenedor, después el sarten, tome un trapo naranja que tenía en la tarja, lo exprimí y di una ligera limpiada a la barra, aviento el trapo en la tarja, y me siento emocionada a comer, tome el control de la tele que estaba enseguida de mi plato y la he apagado.

Sebastián se sonrió al ver el desayuno, agarro el tenedor corto un pedazo y comenzó a comer, y yo con él.

Solo me concentre en la comida.

Tengo que decir que me quedo bastante bien, no soy la mejor cocinera, pero soy bastante buena, en realidad mi fuerte son los postres.

Entre bocados miro a Sebastián, ha cambiado mucho desde que lo conocí, y es decir que cuando lo conocí éramos muy jóvenes y diferentes, nos dejamos de hablar un tiempo porque a veces no me gustaba como era, o más bien como es, pero he aprendido a quererlo, no como el a mí, pero lo quiero, ya no es tan vulgar como antes, aunque a veces... es como en esa época, yo sé que también he cambiado, quizá no tanto pero así es.

Cuando terminé de comer recordé algo.

- ¿Qué día es hoy? – pregunto espantada, no puede ser ese día.

- Es tres de Octubre – dijo con una sonrisa incrédula.

- ¡CUMPLES 29 AÑOS! – ¿cómo lo olvide? Giro la mesa, lo abrazo fuerte, y lo beso en la mejilla izquierda.

- Creí que si te acordarías – dice un poco sentido, y no me abraza con la misma fuerza con la que yo a él.

Si me acorde, solo que perdí la noción del tiempo e incluso le tengo un regalo, es un lindo saco azul marino, el azul le queda muy bien.

- Lo tuve presente toda la semana – estoy soltándolo – hasta te tengo un regalo – sonreí, él no me suelta.

Me acerca un poco más a él y hace la mirada, no es cualquier mirada, es ¨la mirada¨, esa que pone cuando va a hacer algo que sabe que no debe, levanta la ceja derecha.

- Admite que lo olvidaste – dice en un tono divertido, y su labio formo una pequeña mueca que aparenta una sonrisa.

Trato de soltarme, sé que esto no terminara bien.

- No admitiré algo que no está mal – me muevo para zafarme.

Él se ríe, me suelta y con una sonrisa pícara dice.

- Admítelo – da un paso más cerca.

- ¡no! – grito mientras comienzo a correr.

- ¡ven! – grita persiguiéndome.

De repente esto se vuelve una persecución furtiva.

Cuando salte sobre la cama para evitarlo he ir al otro lado de esta me tomo del pie y me jalo, claro que luche, peleé como una persona que encuentra una linda blusa a bajo precio y es la última. Me jalo hacia él, y me empezó a hacer cosquillas.

- ¡no! – era lo único que podía decir entre risas, odio las cosquillas.

- ¡dilo! – siguió haciendo lo mismo pero esta vez hacia trompetillas en mi cuello.

No podía ni hablar de la risa que tenía, era tan frustrante, dios sabe que aguanté lo más que pude.

- ¡para! por...por... favor – odio las malditas cosquillas.

Lo siguió haciendo hasta que lo golpe con la rodilla en la entrepierna, el giro quitándose de encima de mí, se quejaba de mara rara, lo único que se me ocurrió decir fue:

- Perdón por el omelette – dije arrepentida.

Chrysina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora