VIII - El Primer Empleo

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Doña Catarina continuaba cosiendo y economizando, con la esperanza de que un día alguna cosa buena pudiera ocurrir y abrirle las puertas de la facultad a su hijo; sin embargo, sí como el señor Roberto, Eduardo compartía la misma descreencia con relación al curso de Medicina. Con el tiempo, el muchacho se volvió cada vez más descreído de la posibilidad, a pesar de que su madre insistiera en que debería correr tras sus sueños. Entonces, creyó que el mejor camino a seguir sería el posible, o sea, trabajar en una fábrica.

La industria era la más concurrida del pueblo y sólo abrió una plaza de empleo. En la puerta, había muchos hombres esperando para hacer la entrevista, y el chico miraba a todos a su alrededor percibiendo que eran adultos, con edad entre treinta y cincuenta años. Aparentaban ser muy experimentados. Sería muy difícil disputar el cargo con ellos.

Todos hicieron la ficha de inscripción, después habría una prueba con cuestiones escritas de conocimiento y teste práctico. El total de inscritos fue de diez personas para un solo puesto. El muchacho, obviamente, se puso ansioso, a pesar de tener alguna experiencia en la pasantía que hiciera en la fábrica de engranajes.

En quince días, fue divulgado el resultado, y para alegría de la familia, Eduardo había conseguido el trabajo. ¿Pero cómo podía haber conquistado la plaza si había personas tan experimentadas pleiteando el cargo? Esa cuestión fue pronto aclarada cuando el jefe del sector de mecánica llamó al chico para la entrevista.

Eduardo llegó a la portería y se quedó esperando ser llamado por el departamento de personal. Había una garita donde un portero vestido con camisa blanca y corbata le recibió. Dejó el carnet de trabajo en la Sección de Recursos Humanos y fue a la sección donde trabajaría para conocer a su jefe. En el camino reparó en la gran altura que tenía el pasillo de acceso a la producción de la empresa. Era para que los camiones de descarga llegasen lo más cerca posible del almacén. El joven caminó curioso y vio la sección de templado de las piezas donde hacían el último tratamiento de los metales para que el acero quedase más duro y resistente. Después vio las diversas máquinas por las secciones del camino, divididas entre sí por enrejados.

— ¡Hola novato! Si necesitas algo habla con nosotros que estamos siempre listos para ayudar. – Dijo uno de los colaboradores de la sección de control de calidad que usaba una bata azul.

— Gracias. Sí que voy a necesitar ayuda. – Respondió Eduardo con una sonrisa.

El muchacho continuó andando por la fábrica y llegó a su sección. Enseguida encontró al jefe. Se llamaba Darío. Aparentaba unos cincuenta años de edad, bajo de estatura, bordeando 1,60 m., como máximo, piel arrugada y cabello liso grisáceo.

— ¿Tú sabías que fuiste el único inscrito a responder las cuestiones de trigonometría y cálculos de ángulos para la confección de las piezas? ¡Enhorabuena! Por eso te escogí. Me gustó el uso de aquella fórmula D x d/2L (Diámetro mayor multiplicado por el diámetro menor dividido por dos veces la largura) para calcular los ángulos de las piezas cónicas. Nosotros, de la oficina mecánica, particularmente, usamos las tablas listas para obtener esos resultados, pero el conocimiento nunca sobra. Sin embargo, tenemos un problema, tú cumplirás dieciocho años y pronto tendrás que presentarte para el servicio militar. Si tienes que servir al ejército, no será posible trabajar aquí pues el horario es integral y necesitamos mucho un profesional con tiempo disponible, incluso para hacer horas extras.

— No se preocupe, señor Darío. Yo no voy a tener que servir al ejército pues mis padres ya resolvieron todo para mí. Además, estoy muy agradecido con la plaza de empleo; será de gran valía, pues voy a poder ayudar a mi familia.

En verdad, el muchacho consiguiera no servir al Ejército por una cuestión religiosa. Los padres le consiguieron un certificado que le permitía no hacer el servicio militar por convicción religiosa. Eduardo no entendía bien lo que eso significaba, pero estaba feliz por poder trabajar sin el riesgo de perder el empleo.

Se dirigió a la fábrica para presentar el certificado y conversar con el señor Darío sobre la propuesta de empleo; el jefe le dijo lo siguiente:

— ¡Está bien! Entonces la plaza es tuya. Puedes empezar el lunes. Después trae los documentos personales y el examen de admisión.

— No sé lo que decir, señor Darío, pero intentaré dar lo mejor de mí. Este es mi primer empleo.

— Aquí lo importante es trabajar junto al grupo para que el producto tenga calidad. Lo que necesites aprender, pregunta a tus compañeros de trabajo.

— Gracias señor Darío.

Después de la presentación de los documentos y del examen médico, Eduardo empezó a trabajar en el taller mecánico y poco a poco fue conociendo a los trabajadores de la industria Svatrulke. El señor Darío pronto trató de presentarle a los empleados de producción. Al principio, Eduardo consideraba gracioso el hecho de que casi todos en la fábrica tuvieran apodos.

Al joven le estaba gustando mucho trabajar, pero algo ocurrió en la empresa que le puso muy triste. Su colega Edgar, que trabajaba en el sector de prensado de piezas, sufrió un accidente.

— Hay alguien gritando mucho en la sección de al lado – dijo Zé Scooter con desespero.

— Parece que dejó la mano debajo de la prensa, por descuido – dijo el señor Darío.

Eduardo y los otros compañeros del taller corrieron para intentar ayudar. En ese momento, la ambulancia y los médicos del Cuerpo de Bomberos llegaron y estaban prestando los primeros socorros. Al cuidar de las heridas, el teniente médico bombero dijo:

— No hay manera. Va a perder la mano, que quedó toda aplastada en la máquina. Sargento Costa lleve al paciente a la ambulancia lo más rápido posible y encamínele al Hospital de Emergencia.

— ¡Mi mano derecha! ¿Cómo voy a vivir ahora? Necesito trabajar para criar a mis dos hijos – gritaba Edgar mirando al órgano que sería amputado.

Eduardo sintió un deseo enorme de ayudar a Edgar, los gritos de socorro resonando en su cabeza, apretando su pecho. Él siempre tuviera aquella necesidad de cuidar a las personas y salvar vidas. Y necesitaba aprender para hacer aquello de la mejor forma. Una vez más, el joven sentía que no era una opción cursar medicina sino algo ya destinado. Por eso, lucharía con todas sus fuerzas para alcanzar su objetivo y traspasaría todo y cualquier obstáculo que se pusiera delante de él.

Bajó la cabeza mientras todos, agitados, comentaban lo ocurrido y con lágrimas en los ojos, hizo una oración, como nunca había hecho antes:

— Señor, permíteme que tenga fuerzas para trabajar y estudiar. Haré lo mejor posible para conquistar esta profesión de médico que tanto anhelo y curaré a personas salvando sus vidas con tu gracia, padre. En nombre de tu hijo Jesús, amén.

Cuando un chico llamado Cuatro Ojos se acercó a él para comentar sobre el accidente que paró todo en la sección, el joven se secaba los ojos con la bata verde de operario que vestía.

— Qué cosa triste este accidente, ¿verdad amigo? Uno tiene que estar atento porque de un minuto a otro todo lo que soñamos puede ir por agua abajo.

— ¡Es verdad! Fue un accidente infeliz. Ojalá que se recupere pronto y pueda volver al trabajo – respondió Eduardo.

Todos se pusieron tristes y aprensivos en la fábrica, pues accidentes pueden ocurrirle a cualquiera. Eduardo se quedó preocupado con la situación del compañero y no había más entusiasmo con el empleo que consiguiera. Se prometió a sí mismo que daría lo mejor de sí para conquistar una buena universidad y que intentaría hacer algún concurso público que le permitiera tener tiempo para hacer su tan soñada facultad de Medicina. ¿Pero cómo conseguiría realizar ese sueño casi imposible?

El Bisturí de OroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora