IV - Traición

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En la escuela, Glauco estaba siempre intentando entrar en los grupos de trabajos escolares de Eduardo, hasta que un día Nilo Sato le invitó y Glauco se hizo amigo de todos.

— Edu, me gustaría que fuéramos amigos. Perdóname por las bromas tontas que te hice en la escuela – dijo Glauco.

— No guardo resentimientos contra ti. Podemos ser amigos, sin duda.

Los domingos, los amigos se reunían para jugar a pelota en el campo de al lado de la villa donde Eduardo vivía, y Glauco estaba siempre presente. Un día decidió visitar a Eduardo en la villa y conoció a su familia.

— Tú vives al lado del campo de la villa. Es sólo saltar el muro y ya puedes jugar a la pelota con la panda. ¡Eso es demasiado, Edu! – Dijo Glauco.

— Aquí siempre hay alguien jugando al fútbol o al baloncesto en la cancha. Hacemos gimnasia y nos divertimos. Cuando quieras, es sólo aparecer por aquí. Creo que el año que viene ya no podré estudiar en el colegio, pues la empresa donde mi padre trabaja ofrece beca solamente hasta el primer año de enseñanza media – respondió Eduardo.

— La siento mucho, amigo. Espero que consigas una buena escuela para estudiar. – Dijo Glauco pareciendo sentir pesar, pero la verdad es que sentía alegría por ver a Eduardo ir mal. – Con la familia que tienes, cualquier colegio será bueno. Tus padres te tratan con cariño y amor, al contrario que los míos. Mi padre está siempre exigiéndome sobre lo que voy a ser en la vida. No me abraza ni me oye, principalmente, cuando es la hora del telediario o está viendo alguna película. Mi madre me deja hacer lo que quiera. Parece que no existo. Siento falta de padres como los tuyos. Soy hijo único y tengo todo lo que quiero de lo bueno y de lo mejor, pero no tengo el amor de los míos.

Sus palabras eran llenas de falsedad; sus ojos brillaban de forma cruel y envidiosa. Algo de equívoco había con esa criatura, que no conseguía disimular lo que tenía dentro de sus ojos, pero nadie percibiera esos sentimientos que venían de su corazón. Aunque muchas veces él mismo dijera que no soportaba falsedad y mentira, para transmitir que era un sujeto de buen carácter. Pero en el fondo era la propia simulación en persona.

El tiempo fue pasando, y ahora Eduardo tenía dieciséis años, y Helena quince. Ella se volvía cada vez más bonita y frecuentaba la casa del muchacho donde se sentía muy a gusto con la familia de él, que sentía lo mismo por la chica. Las familias empezaron a darse cuenta de que los dos se gustaban. Eduardo encontró valor y, finalmente le pidió al padre de Helena noviar con ella. El señor Pereira y doña Manuela prontamente aceptaron. Eran amigos de sus padres y sabían de su educación y esfuerzo. El hermano de Helena, Rodrigo, que era su amigo, apoyó el cortejo y así los padres de ambos se quedaron satisfechos.

El pasar de los años sólo alimentaba en la muchacha el deseo de pasar el resto de su vida al lado de aquel con quien viviera sus mejores años. Eran felices, como si no hubiese el mañana, y todo aún era como fue el primer día.

Un día Glauco fue a casa del amigo y conoció a su novia. Se quedó admirado con su belleza. Sus ojos pasaban por los confines del cuerpo de Helena, delineando en sus pensamientos cada centímetro de la joven. Quería saber al menos lo que Eduardo había hecho para conseguir atraer a tan bella chica. Aún boquiabierto, sin que Eduardo percibiese su falta de discreción, le dijo al colega:

— ¿Dónde fue que encontraste a esa chica? – Preguntó con los ojos llenos de malicia.

— Ella es una persona muy buena – respondió, inocentemente – su madre es amiga de la mía.

— Una bonita novia que has encontrado, amigo mío, y también muy simpática – dijo él dándole una palmada en la espalda a Eduardo.

En otra ocasión, cuando el anfitrión fue al patio de su casa a darle de comer al perro y ver si sus amigos estaban llegando para jugar a pelota, Glauco aprovechó la oportunidad de estar a solas con Helena; la sujetó por el brazo, diciendo con las pupilas dilatadas y los ojos saliéndosele de las órbitas:

— No pierdas el tiempo con ese. Vente conmigo que hago cualquier cosa por ti. Déjame enseñarte lo que es un hombre de verdad.

Su deseo era besar los labios rosados de ella y robarla sin que nadie se diera cuenta. Y así decidió hacerlo con ímpetu animal. Lanzó a Helena contra la pared y le sujetó las manos para arriba y empezó a besar a la fuerza a la joven que intentaba debatirse y empezó a gritar, desesperadamente:

— ¡Suéltame, imbécil! Voy a contarle a Eduardo sobre el amigo falso que tiene. Y Glauco se fue con los ojos rojos de rabia.

Helena esperó a que Glauco se fuera aquel día y le contó a su novio lo que ocurriera. Edu enseguida se dio cuenta de que tenía que cuidarse en relación a él, aunque en el inicio de su aproximación en la escuela había creído que Glauco había cambiado su forma de ser. Eduardo se quedó frustrado y explotó de rabia por haber sido engañado por el falso amigo.

— Dudu, abre los ojos con tu amigo. ¡Tú fuiste al patio a ver si tus amigos estaban llegando y Glauco me agarró por el brazo y me besó por la fuerza!

— Pensé que había mejorado, pero parece que continúa con la misma falta de carácter de cuando le conocí – respondió decepcionado. – Tal vez lo mejor que pueda hacer sea apartarme de él.

La pareja continuó noviando y las oportunidades que surgían para estar juntos eran transformadas en momentos de felicidad y cariño.

Los fines de semana, los dos enamorados paseaban por los lugares más bonitos del pueblo. Iban en autobús a los varios distritos, donde había cataratas en que se refrescaban y se divertían mucho.

— ¡Dudo que consigas cogerme! – Gritó Helena desde dentro del agua, mientras Eduardo ensayaba para entrar. El agua estaba muy fría, y ella le provocaba para que tuviese el coraje de mojarse.

— ¡No me provoques Helena! ¡Mira que voy a entrar, ¿eh? – amagó la entrada en el agua.

— ¿Edu? – Si vienes aquí, te enseñaré una cosa – dijo ella, instigándole con la voz mañosa.

Él saltó al agua, y se oían solamente los gritos de los dos, jugando como si aún fuesen niños. Y el reflejo del sol hacía brillar el agua que saltaba al aire, con el juego de los dos, hasta que los labios se encontraron como si fuera el primer beso.

Poco imaginaban ellos que, cerca de allí, había una figura escondida, detrás de un árbol. La figura misteriosa observaba el amor de los dos, envidiosa, pensando como aquella muchacha tenía que ser suya. Como si sintiera aquella presencia, Helena comentó con Eduardo así que los besos se calmaron.

— Edu, tengo la sensación de que hay alguien observándonos...

— ¡Mira a tu alrededor Helena! Estamos solos aquí. No hay peligro. – Respondió el joven, mirando los árboles que circundaban la catarata.

— ¡Aquel desgraciado! Siempre dándose bien. Además de tener una buena familia también encontró una delicia para noviar. ¡Qué ganas me dan de despedazarle! Ah, pero si consigo lo que quiero, voy a destruir a esos dos... — pensaba Glauco, todavía observándoles, escondido en medio del bosque.

 — pensaba Glauco, todavía observándoles, escondido en medio del bosque

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El Bisturí de OroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora