Día cinco: Dormir/Universo Alterno

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Una barrera.

Eso era lo que les impedía estar juntos.

No había forma de destruirla ni sobrepasarla.

Porque esta barrera, era además, para poder proteger a la humanidad.

En uno de los tantos desastres que a la naturaleza humana le gusta crear, algo salió mal. Terriblemente mal.

Se esparció un virus alrededor del mundo, que se creyó, podría ser controlado.

No sucedió.

Los más altos mandos tomaron una decisión que, quizá fuese la más segura para el resto de los seres vivos, pero injusto para otros tantos.

Un domo.

Encerraron en él a todos aquellos que portaran el virus o mostraran síntomas de tenerlo.

Muchas familias terminaron por ser separadas, pero muchos preferían salvarse a sí mismos antes de tener que vivir dentro de una horrible jaula llena de personas que estaban esperando morir.

Aun así, hubo algunas personas que hubiesen preferido quedarse dentro con su familia, pues eran demasiado jóvenes como para vivir independientemente, pero se vieron forzados a hacerlo para no desperdiciar los esfuerzos de sus padres.

Fue el caso de Haiba Lev.

Apenas tendría quince años cuando eso sucedió.

Sin familia, dinero, provisiones, ni con un amigo siquiera, tuvo que sobrevivir como le fue posible.

Unos días más tarde de la separación de razas como se le conoció a aquel acontecimiento, daba vueltas alrededor del domo.

Supuestamente, por su propia seguridad, no debían estar a un rango de diez kilómetros a la redonda de él, pero eso a Lev le traía sin cuidado. De todos modos, jamás había vigilancia (o no era muy buena). Él creía más bien que decían rumores como que se contagiarían al estar tan cerca para que la gente no se aproximara y no tuvieran necesidad de vigilar.

Se detuvo y se sentó en el césped. Tomó un par de guijarros y los arrojó contra la gruesa barrera que lo hacía pertenecer a un mundo distinto al de sus seres queridos.

— No creo que quieras hacer eso— Regañó una voz del otro lado.

Elevó la vista y encontró frente a sí a un joven de, probablemente su misma edad, aunque con una estatura mucho menor a la suya. De cabello y ojos marrones.

— Si es que no quieres estar en una carrera del tiempo contra la muerte— Continuó su oración.

— ¿A qué te refieres?

— ¿No hacías eso para romper el domo? — Preguntó con algo de sorpresa.

— La verdad es que no, aunque sería bueno.

— Es interesante conocer a alguien de fuera que piensa así... Todos creen que lo mejor es salvar su propio pellejo, sin importar si antes fueron tus familiares o tus amigos.

— Mi familia está adentro.

El joven castaño soltó un suspiro y se sentó en el césped de su lado.

— Lo lamento.

— No deberías, tú también estás ahí.

— Soy Yaku Morisuke. Yaku está bien.

— Haiba Lev. Dime Lev, por favor. ¿Qué edad tienes?

— Diecisiete. ¿Tú?

— Vaya, eres mayor que yo a pesar de ser tan pequeño...

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