Fue tan triste, estuve tanto tiempo esperando, aún sabiendo que la paciencia no era mi fuerte, pensando, prácticando la forma de decirtelo, imaginando tus posibles reacciones, en la posibilidad que me correspondieses, y viviera un inimaginable momento cliché.
Pero simplemente me asuste, y es que pense en lo que siempre me decía mi padre: "Si vas a hacer algo, mirate al espejo, saca pecho, cabeza bien alta y sobretodo confianza en ti mismo".
Y allí iba yo con toda mi seguridad enfrente del espejo: pero lo único que brotaba de mi conciencia era, y si no soy lo suficiente para ella... Si, la verdad es que la autoestima no era mi fuerte, sin embargo esa mañana, estaba dispuesto a comerme el mundo, porque ese era: "EL DÍA", exacto el día en que le confesaria que me moria por ella, esos labios tan finos y aún así tan carnosos, la forma de su cara delgada y fina, y su rostro tan pálido pero aún así con un pequeño rayo de luz tan mágico, pero lo que hacia tenerme postrado a sus pies no era nada de eso, ni si quiera por su larga y sedosa melena, lo que me enloquecia era su mirada, esos increíbles ojos de un hipnotizante color verde, grandes y seductores, con esas largas y impresionantes pestañas, cubiertos por ese alo de misterios, y esa mirada, que transmitia una bellisima alma rota y cansada.
Y fue justo eso, esa mirada espectante, esas dos increibles lunas que tenía por ojos, lo que me impidio hacerlo y es que fue perderme en su mirada y se me olvidaron las palabras, pero con esos increibles rasgos, tuve suerte de no olvidar respirar.