Capitulo 1

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Rocío tomaba mate con su madre tranquilamente. Había vuelto de la secundaria hace rato con un hambre del que se había estado quejando desde que había subido a la camioneta de su madre cuando fue a buscarla.

—¿Y esa masa en el taper para que es? —le pregunto su madre.

—Ah. Iba a hacer galletitas para la señora Lucia —respondió la morocha.

—Ah, bueno.

Y siguieron hablando mientras tomaban mate, aunque más que hablar era quejarse sobre la secundaria o de los vecinos. Los únicos vecinos con los que se llevaban bien estaban en la cuadra de enfrente. 

—Bueno, me voy a poner a hacer las galletitas que si no me distraigo y no las hago más —dijo Rocío antes de levantarse.

Se acerco a la cocina y sacó la masa. La amaso un poco antes de estirarla y cortarla con formas de corazones y flores. Las metió al horno y entonces gritó:

—¡Ma, me voy a bañar! ¡Fíjate las galletitas! 

Fue a su habitación y a los segundos salió con ropa en los brazos. Se metió al baño y cerró la puerta con llave. Ajusto la temperatura del agua y se desvistió frente al tocador, una vez desnuda se metió bajo la ducha. Soltó un sonido de satisfacción al sentir el agua caliente corriendo por su cuerpo.

Media hora después salió vestida y peinándose el pelo mojado. Entró a la cocina y vio que las galletitas ya estaban hechas. Miró a su madre ahí presente.

—Apúrate y llévale las galletitas a Lucia. Y también llévale a Beto que debe andar entrenando con sus amigos —al escucharla, Roció solto un bufido mientrás rodaba los ojos con desgana—. Dale, que no te cuesta nada.

—Bueno, bueno. Ahora voy.

Se termino de peinar y salió de casa con dos tapers en la mano. Uno de plástico transparente y otro de metal. Cruzó a la vereda de enfrente y dio unos golpes en una puerta de madera. Espero unos segundos y la puerta se abrió, revelando a Lucia, una mujer hermosa de pelo chocolate claro, ojos azules y tez blanca. 

—Hola, Roci —la saludo con cariño—. ¿Necesitas algo?

—No, no. Vine a darle algo nomas —y le dio el taper transparente.

La mujer vio lo que había adentro, la miró con cariño y dijo:

—¡Ay, sos un amor! —le dio un beso en la mejilla—. Muchas gracias, corazón.

—De nada, doña Lucia. 

—No me digas "doña", mi vida. Sabes que me podes decir Lucia, nada más —dijo la mujer.

—Si, pero me siento incomoda diciéndole Lucia. Bueno, me voy, que le tengo que llevar galletitas a Beto.

—Ay, que linda que sos. Bueno, anda, que seguro que ya tiene hambre —dijo Lucia, graciosa.

—La verdad es que no se como su hijo puede comer tanto, señora —siguió la morocha, igual de divertida.

Las dos se rieron y se despidieron. Ya con los ánimos bajados por tener que ir hasta la cancha, Rocio caminó. 

A Rocio no le gustaba el fútbol, la aburría. Tampoco le veía el sentido. No entendía porque la gente amaba tanto el fútbol o incluso se enojaba cuando un cuadro perdía un partido. Lo encontraba infantil, ilógico.

Para su suerte, la cancha no estaba tan lejos. solo estaba a diez cuadras. Y esas cuadras eran muy lindas, con casas humildes y hermosas. 

Cuando llego a la cancha quiso ser invisible. No quería que la gente la viera ahí, además de que no se llevaba bien con la gente que jugaba o a la que le gustaba al fútbol. Tenían constantes roces. 

Pero se armo de valor y entró a la cancha con el rostro bajo. Busco con la mirada una cabellera rizada y dorada, la cabellera de su mejor amigo Beto. Pero no la encontró, así que siguió caminando, con la vergüenza a tope.

Se acerco donde estaba la cancha y ahí vio a Beto, jugando con su equipo. Se quedo apoyada en la pared, ocultándose de la vista lo mas que pudo. Miró a su mejor amigo jugar. Le gustaba verlo divertirse aunque no lo admitiera.

Después de minutos de juego, el equipo de Beto tomaron un descanso. Rocio aprovecho esto para llamar la atención del rubio. Se hizo más notable y empezó a hacer señas para que Beto la viera, tardó mucho por que era muy despistado. Pero una vez que la vio, corrió hacia ella.

—¿Que haces acá? —le preguntó sorprendido.

—Vine a traerte algo —respondió ella, no muy contenta.

—Ah, ya se me hacia. Con lo que odias el fútbol.

Ella le pegó en el hombro, burlona y le dio el taper con galletitas. Él lo abrió y se emociono al ver las galletitas.

—Uh, joya. Ya tenía hambre. Además tus galletitas son re buenas.

—Ni que fuera novedad, nene —presumió.

—¿Te queres quedar? Te puedo presentar a los chicos —dijo Beto.

—No, gracias. Ya me quiero ir a casa a comer —respondió la morocha, apurada.

—Buah, si vos no queres. 

—Bueno, chau —se despidió Rocio.

—Chau, Rochi.

Ella se dio vuelta enseguida y lo miró mal.

—No me digás así —lo amenazó.

—Esta bien, Rosa.

Rocio rodó los ojos. Siempre le ponía apodos con total de no llamarla Rochi por que sabía que ella lo iba a matar.

Ella se fue y el volvió con su equipó, comiendo las galletitas de su amiga. 

—¿De donde sacaste galletitas? —preguntó Capi, el líder.

—Me las trajeron —respondió Beto, masticando.

Loco, su otro amigo, agarró una galletita y se la comió. Mastico y la tragó. Después dijo:

—Uh, están muy buenas.

—¿Viste?

—Yo quiero.

—Yo también.

Y así una guerra empezó.





Amor y Fútbol [Metegol]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora