Capitulo 7

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Al día siguiente cuando Rocio llegó a casa, empezó a preparar todo para irse a la cancha. Metió las galletitas caseras al horno y se metió a bañar, no sin antes pedirle a su mamá que se fijara las galletitas.

Salió cambiada y peinándose el pelo algo apurada. 

—¿Ya están las galletitas? —le preguntó a su mamá mientras salia del baño.

—Si.

—Joya.

Dejo el peine en la mesa y empezó a buscar un bowl grande para poner las galletitas. Cuando encontró uno que le servía, metió todas las galletitas. 

—Va a ser incomodo llevarlo en la mano —murmuró la morocha.

—¿Y por que no te lo llevas en una bolsa o una mochila?

—¡Tenes razón!

Fue rápido a su pieza y abrió su placar, buscó hasta que encontró una mochila marrón que no usaba. Volvió a la cocina y metió el taper en la mochila, también metió un jugo de naranja embotellado que había preparado ayer.  

Se colgó la mochila al hombro.

—Chau, ma.

—Chau, hija.

Rocio salió de casa, estaba algo emocionada. Cuando salió vio que Beto hacia lo mismo. El rubio la miró sorprendido.

—¿Ya nos vamos? —preguntó la morocha con emoción.

—¿Tan emocionada estas?

—La verdad que si. ¿Vamos?

—Dale.

Los dos comenzaron a caminar para la cancha. Rocio estaba muy contenta y Beto estaba algo intrigado por su actitud.

"Nunca la vi tan contenta por ir a la cancha." Pensó.

—Che, ¿que llevas ahí adentro? —preguntó Beto mirando la mochila que llevaba la morocha.

—Galletitas y jugo. Por si tienen hambre o sed.

—Tené cuidado, que la última vez que le llevaste galletitas al Beto casi se matan para comer —se burlo Beto.

La morocha se rió pero estaba algo avergonzada. Le gusto saber que a los demás les habían gustado sus galletitas.

Rocio no se consideraba buena cocinera, pero cada vez que cocinaba cosas dulces le salían muy bien. También hacía buenos cafés, aunque no es que ella le tomara demasiada importancia. 

Siguieron conversando mientras caminaban a la cancha.

Cuando llegaron a la cancha se separaron. Rocio como de costumbre se fue a las gradas, saludando a todos cordialmente. Se sentó y miró el partido. Ya no le parecía tan aburrido porque aveces se ponían a discutir por cualquiera cosa y se reía viéndolos.

Cuando por fin se tomaron un descanso Beto se acerco a su amiga.

—¿Me das jugo? El Beto tiene sed.

La castaña se rió, sacó la botella de jugo de su mochila y se la dio. 

—¿Quéres galletitas también?

—Si me das no te las voy a negar. 

Sacó unas pocas galletitas del taper y se las puso en la mano. 

—Hay para todos, avisales.

—Bueno.

Beto camino hacia sus compañeros mientras masticaba las galletitas que le había dado su amiga.

—Che, Rochi trajo jugo y galletitas así que si quieren, vallan a pedirle —avisó el ojiazul.

Al toque todos fueron a pedirle galletitas y jugo a la morocha.

—Que ricas, ¿las hizo tu vieja? —Le preguntó Capi.

—No, las hice yo —respondió.

—¿Enserio?

—Si.

—Cocina bien, ¿o no? —Dijo el Beto, orgulloso.

—La verdad que si.

—Entonces va a tener un buen marido —soltó el Loco.

Rocio se puso roja pero sonrió.

—¿Que tiene que ver que cocine bien con que tenga marido? —Preguntó uno de los melli. Era el que tenía el pelo oscuro.

—Nada, pero así dice el dicho —respondió Loco.

—Nada que ver. El dicho dice que si barre bien se va a casar con un hombre lindo —dijo Capi.

—¿Y con quien te vas a casar? —Le pregunto Beto a su amiga.

—¿Y con quien me voy a casar? Si los pibes de ahora son unos idiotas. —Respondió Rocio, algo enojada. Pero después agrego:— Excepto ustedes. Acá somos todos tradicionales.

Los muchachos sonrieron.

—Igual mientras que te tenga a vos Beto, no me hace falta compañía —dijo cariñosa.

—Awww. Yo sabía que lo querías al Beto.

—Pero donde te hables con otro mina te cago a piñas —amenazó.

El Beto se quedo callado mientras sus compañeros se reían a carcajadas. Rocio era un amor con Beto, era como su hermano, así que si la llegaba a olvidar por una mina lo re cagaba a piñas...y a la piba también.

Cuando se hizo tarde todos se prepararon para irse.

Rocio guardaba el taper y la botella vacía en su mochila cuando se le acerco Beto.

—Che, mira que nos vamos a ir todos juntos. ¿No te molesta?

—No, no. 

—Bueno, vamos.

Todo el equipo salió de la cancha, charlaban todos tranquilos. Rocio era la única que estaba en silencio además del Indio. Capi se dio cuenta y se le acerco.

—¿Todo bien?

—Si, si. Todo bien. —Y volvió a quedar en silencio.

—¿Te sentis incomoda?

—Y un poco...Beto esta hablando con Loco y no lo quiero molestar. Y no tengo tanta confianza con ustedes. Si a penas nos conocemos. —Dijo Rocio con algo de vergüenza. 

—Bueno, ya va a haber tiempo para que nos conozcamos. —Dijo Capi cálidamente.

La morocha le sonrió, agradecida. Siguieron hablando durante todo el camino hasta que tuvieron que separarse ya que vivían en barrios distintos. No muy lejos.

Rocio se sorprendió al ver que ya estaba a punto de atardecer y en el cielo empezaba a hacerse ver el color azul que adornaba las noches. 

—Fua, es re tarde.

—Tenes razón, nunca nos vinimos tan tarde. —Dijo Beto.— Che, mañana mi vieja va a cocinar y voy a invitar a los chicos a comer ¿vos queres venir?

—¿Que va a hacer?

—Guiso con mondongo.

—Voy, olvídate —respondió ella, absoluta.

—Bueno.

Poco después los dos estaban en sus respectivas casas.

—Y ¿como estuvo hoy? Llegaron algo tarde.

—Si, la verdad. Estuvo bien.

—¿Les gustaron las galletitas a los chicos?

—Si. Se las comieron todas.

Habló con su mamá hasta que llegó su papá. Y horas después, otro día terminaba. Una vez más con una sonrisa en los labios.


Amor y Fútbol [Metegol]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora