El puente

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La fría baranda del puente me acompaña en esta noche, desde arriba puedo ver un tranquilo y profundo río avanzando lentamente por su cauce. Soplo sobre mis manos hasta que logran calentarse un poco, de nuevo tomo la baranda, me inclino levemente ante el vacío y contemplo el horizonte, la luna se refleja roja sobre el agua y el viento sopla suavemente.  Medito un poco pero no logro recordar hacia donde me dirigía antes de venir aquí.

De pronto veo una  mujer semejante a una diosa flotando cerca del agua, se eleva hasta quedar frente a mí; cabello blanco, túnica negra, y una sonrisa que convierte el mundo e un lugar horrible, tengo la intención de gritar, pero el temor que tengo me domina hasta el punto de impedírmelo, quiero huir pero veo sus ojos, enormes y con un brillo que transmite paz, y entonces la necesidad de escapar se va, solo quisiera cruzar nuestras miradas por siempre, sin que nada me interrumpa.

—¿Quién eres?

Ella no responde, solo me mira, la conozco estoy seguro pero no logro recordar de donde, se acerca y nada me impide tomarla, la estrecho con fuerza contra mi pecho, cierro mis labios sobre los suyos con suavidad, recorro toda su boca acariciando cada centímetro con tiernos besos. Su dulzura es incomparable, la paz que acompaña a mi espíritu al tenerla cerca me hace plenamente feliz, los segundos se alargan hasta ser minutos y entonces ella se aleja llevándose consigo mi felicidad, toma mis brazos, me levanta y un momento después ambos caemos al río.

Antes de tocar el agua recuerdo que había saltado desde el puente en otra ocasión, la misma mujer me observaba de lejos pero en aquella ocasión salté por mi cuenta.

Me sumerjo con fuerza hasta tocar el fondo, el agua me hiela; el poco aire que contengo se acabará rápidamente, tengo que salir, nado hacia arriba pero no avanzo, algo me ha tomado por las piernas y me somete. Aquella mujer me mira desde el fondo, no parece estar ahogándose, ni parece que tenga problemas para respirar, pero tampoco quiere que yo respire...

Pataleo con fuerza durante unos desesperantes segundos, pero no es suficiente, se aferra a mis piernas y nada de lo que hago logra hacer que me suelte, no recuerdo como salí la vez anterior, quizá fue un sueño o un engaño de mi cerebro,  intento golpearla para liberarme, y tampoco funciona, forcejeo unos segundos más hasta que mi voluntad de supervivencia termina, por instinto abro mi boca para respirar y siento como el agua invade todo mi cuerpo, una agonía completa. Mi cabeza duele como si estuviera a punto de estallar, mis pulmones aplastan poco a poco mi corazón, con cada inhalación más agua entra a mi cuerpo, todo parece detenerse, la ansiedad ha muerto a la vez que que la resignación le sonríe emocionada, ella se acerca, mientras  me hundo toma mi rostro con sus manos y con un beso sella nuestro pacto de muerte para siempre.

Castigo en el limboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora