~Prólogo

299 9 0
                                    

-¿Esta todo listo para recibir a las nuevas?-

-Sí señora- 

-Bien...Asegurence de arreglar, la habitacion especial- 

-¿Madam?- 

-Solo hagan lo que les ordeno- la sirvienta asintió y tras una reverencia se marchó a reanudar sus labores y a informarle al resto, el cambio de planes que sentenció la Señora. 

La mujer que dictó dichas ordenes por su parte, se encaminó a uno de los palcos centrales de su mansion Victoriana; abrio las puertas, muy parecidas a las ventanas francesas del resto del edificio y las cerró rápidamente tras de si. Este era uno de los pocos momentos en que ella podría bajar la guardia, y no deseaba que nadie la molestase. El aire frío de la noche ondeo su vestido oscuro, probocando que el crucifijo que cargaba siempre en su cinto, repiqueteara contra ella con suavidad. 

Tomó una bocanada de aire y fijó sus ojos almendrados en la entrada trasera de la casa, donde se encontraba el jardín, si es que asi se le podría llamar al terreno algo extenso, cubierto simplemente por pasto verde y de rocío.  Escudriñó el patio nuevamente pensando haber visto algo en la oscuridad del umbral, pero desistió del pensamiento, probablemente sería la ventolina...

Suspiró deseando que el peso en sus hombros también escapara de si como esa bocanda de aire. Habían pasado años, dedicó toda su vida a encontrar aquello que esta ciudad, no, el mundo, necesitaba con desesperación...Ni un solo rastro y su tiempo estaba por agotarse. 

Por inercia aferró el crucifijo... Tendría que lidiar con aquello de alguna u otra forma, pero no se quedaría de brazos cruzados...Aunque las consecuecias podrían llegar a ser mortales. Volteó y entró una vez mas, acomodó unos cuantos mechones que se escaparon de la estricta moña y recompuso su rostro, no sin antes cerrar las ventanas tras de si.  Ya habría otro momento para lamentarse, ahora debia retomar sus labores como Señora del hogar.

 De las sombras del umbral, se asomó un rostro pálido, reluciendo casi de forma extraña bajo la luz de la luna creciente. Dio un paso adelante y se podía ahora apreciar el traje de satén negro que enfundaba su cuerpo masculino. En sus manos cargaba un baston de madera de ebano, en la punta donde lo sostenía, brillaba un safiro, emanando un tenue brillo propio. Sus vista platinada se encontraba puesta en el espacio vacío donde antes habia estado la mujer. 

Sus ojos relucieron con diversión, mientras una sonrisa a juego se deslizaba por sus facciones pálidas. 

-Se acaba el tiempo- jugueteó con su baston, riendo bajo su aliento.

-Bien, - paso una mano por sus cabellos negros -La próxima vez que regrese, me asegurare de que me veas Úrsula- susurró, siendo engullido por la oscuridad.   

Rosas de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora