Capitulo 3: Dejame en paz.

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Caminé hacia la carretera, desde que ese arrogante había entrado en mi vida, ésta se había vuelto un completo estrés. Y con todas las distracciones que había tenido, no sabía ni cómo vestirme para ir a la fiesta de disfraces.

Al final, decidí ponerme un vestido negro que tenía partes hechas de una tela negra transparente en la zona que iba desde la cadera hasta por encima del ombligo. El vestido caía justo a la altura de mis rodillas y tenía la forma perfecta para disfrazarme de bruja del siglo XXI. Peiné mi cabello rojo fuego en unas ligeras ondas, ya que tenía que ponerme un sombrero de bruja; me puse un poco de maquillaje, sencillo, pero con un toque sexy y unas botas de tacón negras, muy cómodas al decir verdad.

Mientras añadía algún que otro accesorio, escuché que llamaban al timbre, lo cual era raro, dado que el único que sabía dónde vivía era ¿Max? Bajé las escaleras rápidamente y me apresuré a abrir, o el tonto terminaría dañando el timbre y para mi sorpresa, adiviné quién era.

-Eh espera, antes de que cierres la puer... -No lo dejé terminar, le cerré la puerta en la cara-. ¿Cómo prefieres que te llame, Madelina o Julieta? -dijo entrando de todos modos y siguiendo mis pasos.

-Julieta, ¿quién es Madelina?

-Oh, claro, ahora no lo sabes -dijo en tono sarcástico.

-No. ¿Y tú quién eres? -dije sarcásticamente también. Me acomodé para hacer un hechizo que borrara su memoria, cerré mis ojos y comencé.

-¿Que estás haciendo? -preguntó preocupado.

Escuché que se acercaba, pero tenía los ojos cerrados y entonces sentí sus labios sobre los míos.

Mierda, pensé y lo alejé de mi rápidamente.

-Mira, Max Villalobos, no puedes venir a mi casa y besarme como si nada. ¡Puedo matarte cuando quiera!

-¿Y por qué no lo has hecho?

-Puedes irte, tengo una cita. No lo he visto pero viene disfrazado de vampiro ―respondí, evadiendo la verdadera pregunta.

-¿Quién es? Conmigo, ¿no? Por eso vine, ¿no crees?

-No, contigo no, con alguien más ―respondí tajantemente y por alguna razón, vislumbré una mirada de decepción durante un segundo.

-Escucha, vine porque quiero arreglar las cosas contigo. Necesitas respuestas, lo sé. Pero mi familia está expuesta y...

-¡¿Y Crees que yo no?! ―grité, poniéndome furiosa―. Si se enteran de dónde vivo, vendrán a por mí y me harán un hechizo para pararme el corazón. No puedo morir, pero pueden parármelo temporalmente y torturarme. No sabes qué es ser una roca o que te tengan encerrada sin saber dónde estás -dije visiblemente molesta.

-Yo... -hizo una breve pausa-. Mañana hablaremos.

-Solo contéstame una pregunta.

-¿Si?

-¿Tu familia sabe que estoy aquí?

Se quedó callado y miró al suelo, dubitativo.

Menudo idiota, me dije.

-No, no lo sabe ―respondió finalmente.

-Si no lo sabe, ¿por qué dudaste?

-Eh, nada de leer mentes.

-No te la he leído, vi que dudaste ―insistí. Me acerqué y lo toqué, pero no sentí nada.

Extraño. Las brujas teníamos la habilidad de ver imágenes de la vida de una persona o criatura a través del tacto; pero no había conseguido ver nada, ni siquiera una muestra de sus genes licántropos.

-¿Qué ha sido eso?

-Nada. Me voy, se me hace tarde.

Salí y llegué en un abrir y cerrar de ojos.

-¿En serio, de brujo? -pregunté acercándome a mi cita. Se veía muy bien. Antes la gente no se hacía ese tipo de marcas en el cuerpo; me refería a sus tatuajes. Su cuerpo estaba lleno de ellos y le quedaban perfectamente.

Me encanta, pensé.

-Me gusta todo lo de las brujas y eso -dijo sonriendo.

-Me di cuenta de que no sé tu nombre, ¿cuál es?

-Stephen... Stephen Villalobos.

-Me gusta ―sonreí.

-¿Y el tuyo?

-Julieta Anabelle.

-¿Entramos? -dijo, extendiendo su mano para que entrelazara mis dedos con los suyos.

Dudé un momento, pero lo hice y al tocarla sentí un escalofrío. Se me pusieron los ojos en blanco y vi imágenes de él hablando con un hombre mayor, sangre en el suelo y llantos de fondo.

-¿Estás bien? ―preguntó Stephen.

Agaché la cabeza y me froté los ojos.

-Sí, lo estoy. ―Levanté mi rostro y sonreí.

Al entrar, llego el olor a sangre a mis fosas nasales. Me di cuenta de que hacía días que no comía y moría de hambre. Vi que una chica iba hacia el bosque y la seguí. Me despedí de mi acompañante con la excusa de que iba al baño. La chica se paró a fumar un poco de hierba, la alcancé y clavé mis colmillos en su cuello, sintiendo cómo el líquido pasaba por mi garganta y salía por mis ojos, me sentía extasiada de sangre.

-Sí que das miedo... ―dijo una voz masculina que conocía muy bien.

-¿Qué parte de no seguirme no entiendes?

Me gustaba estar sola cuando tomaba mi dosis, ¿por qué? Porque como sabrán, no era una vampiresa ni una loba normal o como quieran llamarle, me enojaba fácilmente y comenzaba a desgarrar cuellos sin saber a quién le hacía daño.

-Vengo a responder tus dudas.

-Ah, ¿sí? -dije tirando a la chica hacia un lado.

-Sí.

-Ahora no puedo, tengo una cita que seguramente estará buscándome.

-¡Espera! -No hice caso a su advertencia y seguí caminando, él se puso en frente de mí con su rapidez-. Mírate, no puedo ni verte los ojos, das miedo y muchísimo. No mentían cuando decían que eras un demonio.

Sonreí al oír eso.

-Lo soy ahora -respondí y me limpié la sangre de los ojos, volviendo a sentirlos casi normales-. ¿Qué quieres? -dije, cobrando el sentido.

-¿Te pasa algo? ―preguntó Max.

-No -mentí. Cuando estaba extasiada de sangre era otra, un demonio en pocas palabras.

-¡¿Qué es lo que te pasó?! Te estuve buscando -dijo Stephen-. ¿Max?

-Hermanito -dijo Max con una sonrisa de lado y arqueando una ceja-. ¿Él es tu cita?

-Ehh, algo así ―respondí.

-¿Por qué estás llena de sangre? -preguntó Stephen.

-Es parte del disfraz ―respondí con una sonrisita.

Qué estúpida soy, pensé.

-Julieta, te llevo a casa.

-No, puedo ir sola.

-No, yo te llevo Julieta -dijo Max, recalcando el Julieta.

Por mi parte, sólo quería salir de ahí, sabían quién era.

-Déjenme en paz, me iré sola.

Caminé un poco y Stephen se puso delante de mí.

-¿Por qué tan temprano, Madelina?

-Stephen, no lo hagas -dijo Max acercándose.

-Cállate, por ella hemos sufrido tanto -dijo Stephen con voz quebrada.

Me agarró por el cuello, lo último que oí fue cómo crujía.

Madelina: Una condena por siempre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora