La guerra había hecho estragos con todo lo que fue el mundo mágico, Hogwarts no era más que escombros empolvados y de matices sombríos, el humo de aquel material que se desintegró inundo las fosas nasales de los guerreros. -Porque los mortifagos, estaban inundados de sangre inocente.-
Pese a todo y dolores, Voldemort había sido derrotado, derrotado por su peor pesadilla, Harry Potter.
Pero la guerra también había hecho estrago con las personas, las amistades, las familias, los amores, los profesores, los alumnos, con los sobrevivientes, porque los muertos ya no tenían nada que lamentar.
Severus Snape en un intento de salvaguardar los sentimientos de la castaña, antes de morir invocó un obliviate que la dejo desmayada, no le importó sus ojos empapados en lagrimas, ni el rostro afligido y los lamentos sobre su hombro y el charco de sangre que aquella serpiente insulsa provocó gracias a su dueño.
No le importó ni siquiera ese gusto amargo que iba a sentir antes de suspirar por ultima vez, no le importó vivir sus últimos minutos sin paz, sin felicidad, porque prefirió cuidarla a ella, a la señorita Granger.
El último año se habían acercado mucho, pero ninguno se animó a unir sus labios en un beso, ni un abrazo tosco, se dedicaban a amarse en silencio y en las lejanías de sus habitaciones, un -buenos días, profesor- era suficiente para que él la recordara por el resto de la tarde y noche: unas palabras muy comunes en el profesor, como –Miss Granger- seguido de un asentimiento de cabeza, era suficiente para que ella tuviera esa sonrisa de idiota que lo empalmó por primera vez en 5to año.
Se habían confesado su amor, mucho antes de que él tuviera que desaparecer, y habían acordado reunirse el fin de semana siguiente, de manera adecuada para tratar sus asuntos del corazón, cosa que fue imposible, ella se quedó con la desilución dividida, no era lo que pensaba, y no podría escuchar su versión; pero ¿Qué versión? ¿Él no había sido el mismo que la denigro por años? ¿No fue él, quien se burló de la sabelotodo insufrible? ¿No era Severus Snape, quien disfrutaba de verla sufrir? Todo podía ser perfectamente un plan, endulzarle los días para que muerda el anzuelo y quitarle alguna información, información que no pudo llegar a conseguir debido a su huida.
Severus la había decepcionado nuevamente, y de pasar a ser un gran amor a quien todo le perdono, terminó siendo el mortífago repudiado por todos, y que ella en algún punto intento compartir esos sentimientos tan horribles, pero sabía que en el fondo eso era imposible.
Hermione había sido la segunda mujer que el príncipe había amado, la segunda mujer a la que desilusiono, la segunda mujer a la que hubiera sido capaz de entregarle el amor más sincero que salía de su oscuro corazón latente solo por sed de venganza y arrepentimientos.
Hermione había sido su pilar sin darse cuenta, y la confundió, creyó que era mármol cuando solo era la frágil arena de un desierto, que al mínimo tacto se amansaba en su palma, como lo lograba con sus palabras, pero a la mínima grieta al separar sus dedos, se desvanecía junto a todas sus ilusiones inconclusas.
Snape estaba destinado a tener amores fallidos, insulsos, prohibidos, puros y profanados por la magia de su oscuridad, esa que lo hizo equivocarse y lastimarse las rodillas muchas veces, Severus era brusco, no podía acariciar la porcelana sin que resbalara de sus manos.
Hermione era frágil, pero se recomponía a fuerza de sus emociones, porcelana amoldable, tenía repuestos en el corazón, una leona guerrera que la serpiente no podía matar, porque la embalsamaba con sus movimientos feroces y dulces, la distraía con sus actitudes, y la serpiente terminaba danzando en su propia desgracia, con una sonrisa irónica que no existía –imposible- envenenándose poco a poco y por placer.
Pero eso no lo pudo ver en sus últimos dolorosos y agonizantes parpadeos, él solo quiso darle la libertad que ella no quiso elegir, la libertad que la muchacha estaba dispuesta a tirar por la borda, para arruinarse con él.
Mucho antes de estar en esa instancia, cuando Hermione aún estaba en el limbo de la incertidumbre, cuando se debatía entre acusarlo de criminal o un perfecto hipócrita, entre querer amarlo y necesitar olvidarlo, una carta llegó a sus manos, con letra pulcra y clara, elegante y de trazado fino, que se titulaba:
"Perdóname"
"Perdóname por no haberte amado antes, por no ser lo que esperas, por no haber cumplido mi promesa de vernos el siguiente sábado al atardecer, perdóname por hacerme ver como un cobarde y no explicarte lo que hace mucho debías saber.
Perdóname por enamorarme de ti, un alma pura y llena de luz, perdóname por arrastrarte a mi desgracia, se que ahora estás odiándome mientras te hundes en los pensamientos de miseria que me rodean.
Perdóname, no soy inocente, pero hoy lucho por lo justo.
No lo entenderás, no espero que lo hagas, en realidad, todos los días de mi vida estaré pidiendo a Merlín que me puedas sacar de tu corazón, porque es lo único ingenuo que existe entre nosotros.
Perdóname por no evitar amarte el resto de mis días.
Perdóname, por siempre, Severus Snape."
La castaña había temblado cuando termino de leer, y susurró un leve "perdóname" mientras llevaba ese trozo de pergamino a su pecho, mientras con fuerza cerró sus parpados y dejo caer lágrimas de fuego.
"Perdóname por no quererte inocente, perdóname por justificar cada uno de tus errores sin resentimiento."
Murmuró al aire.
Y tiempo después ahí se encontraban, a la par, uno herido, la otra desmayada a sus pies, cuando minutos antes estaba a los gritos angustiantes rogando que mantenga sus ojos abiertos, que debía llegar el próximo sábado al atardecer a su cita tardía, porque no le importaba esperar una semana más, pero por favor, se mantuviera vivo, los conjuros no servían y la poción que había preparado para Harry por las dudas de que fuera él la victima de la mordedura, no estaba funcionando. ¿O sí?
Ninguno lo supo hasta que despertaron, Hermione en un suelo frío con sangre seca, sangre de su amado.
Severus, tres meses después, en una habitación solitaria en San Mungo.
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Cita tardía.
FanfictionUna leona guerrera que la serpiente no podía matar, porque la embalsamaba con sus movimientos feroces y dulces, la distraía con sus actitudes, y la serpiente terminaba danzando en su propia desgracia, con una sonrisa irónica que no existía -imposibl...