Rosa espinada.

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Los días previos a su "libertad hospitalaria" fueron un caos por completo y la razón se le perdía en los túneles de las enfermizas pesadillas que no sanaban aunque la guerra y el infierno se hubo apagado; el profesor Snape siempre se sumía en su d...

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Los días previos a su "libertad hospitalaria" fueron un caos por completo y la razón se le perdía en los túneles de las enfermizas pesadillas que no sanaban aunque la guerra y el infierno se hubo apagado; el profesor Snape siempre se sumía en su desgracia alterna, la de su pasado, cuando no vivía despierto en la que creía que era peor.

Él juraba que dormía en un una cama de hojalata mientras Hermione crecía en el seco jardín corrosivo de su soledad, él tenía un pasado terrible y algunos secretos para confesar, por ejemplo, que la amaba con locura y se mordía la lengua para no gritárselo en la cara.

Hermione era el hada perdida que en un día dormida en su vida cayó, salía por los huecos de su alma más impensados, retándolo sin pedir perdón, parecía que amaba los inconvenientes, se enojaba con él y le hablaba en francés.

Cuando discutían, sus gestos, palabras y movimientos con sus manos lo hacían crearse una visión hermosa de Granger bailando como la princesa del reino neurótico de sus sueños más inusuales y deseados.

Ella era una rosa espinada, hermosa y defensiva, de carácter explosivo y una sabiduría infinita, era rozagante pero peligrosa, sin embargo, aunque las espinas punzantes amenazaran con su filo, se marchitaba fácil.

Severus lo supo, algo los unía en la desgracia de existir, pero no sabía exactamente que era eso.

Lo supo porque ya no entraba con las mejillas encendidas en un rojo vivo, la clara señal de que estaba justamente, viviendo. Su memoria no fallaba, recordaba exactamente desde cuando se encontraba en ese estado.

Dos días antes recibió una carta bastante corta, al parecer el mensaje había sido concreto, se disculpó con él y salió como alma que lleva al diablo, no regresó en varias horas y cuando lo hizo parecía como si una tormenta se hubiera adueñado de sus ojos amelados, destruyendo el paisaje más hermoso, su brillo.

Y aunque la preocupación lo embargaba en lo más profundo de su ser, no podía hacer nada, la miraba ir de punta a punta en la sala buscando alguna cosa, dispersa, nerviosa. Algo iba mal, muy mal.

Snape podía pararse tranquilamente, al menos para ir al baño acompañado de un bastón, se sentía ridículo en esos pijamas blancos y celestes que la castaña le había "obsequiado" para su estadía, pero ya había perdido por completo la vergüenza con ella.

Dos días después del raro comportamiento de la muchacha, le dieron el alta, su "felicidad" no duro mucho ya que simplemente se desvaneció cuando una carta en sus manos notificaba que por orden del ministerio la señorita Hermione Granger debía ser su sombra.

Era algo que ya sabía de antemano, pero que se lo recordaran lo hacía aún más real; su ex alumna lo esperó afuera mientras él se cambiaba de ropa y guardaba sus pocas pertenencias, salió con su bastón oscuro y tocó su hombro.

La chica se sobresaltó haciendo que retrocediera dos pasos mirándola con el ceño fruncido y de muy mal humor.

—Ya estoy listo.— Siseo mordaz, apretando la mano alrededor de la madera que lo sostenía.

La leona, ya más tranquila y aliviada del susto que se llevó asintió con aires más tranquilos.

Tendremos que aparecernos. Lo tomó del brazo.

¿Qué hace?Se soltó velozmente y le clavó los ojos como si fuera una peste peligrosa.

Por un momento creyó ver terror y desilusión en Hermione, como los primeros años en el colegio, sin embargo más temprano que tarde se recompuso en una mirada fiera y lo agarró con fuerza, aunque eso era ridículo, ella era una pluma y él era el viento que la hacía danzar a su paso.

Usted aún esta débil y tiene prohibido hacer esfuerzo, así que seré yo quien lo lleve hasta su hogar, será mejor que se aferre si no quiere aparecer descuartizado en dimensiones externas.

Snape puso los ojos en blanco antes de rodearle los hombros con el brazo libre, pero su cara de fastidio no demostraba lo que realmente estaba sintiendo en su ser, una banda de estúpidas mariposas irreverentes alborotando sus emociones.

Y Hermione tuvo razón, estaba débil, cuando llegaron a destino necesito tomar varias bocanadas de aire y apretar el hombro de la muchacha con fuerza para no perder el equilibrio, Granger se asustó y lo rodeo como mejor pudo, aguantando todo el peso que éste ejercía sobre ella.

Después se oyó un grito desgarrador de la garganta del hombre, había expuesto su nota más alta para dejar en claro que algo le dolía, y no era el corazón; la venda del cuello comenzó a mancharse, la mano del pocionista ponía todo su esfuerzo en apretar la herida, eso dolía todavía más.

Los ojos castaños se abrieron de par en par con terror absoluto, apresurándose a llegar caminando con él hasta la casa, abrirla y sentarlo en el primer lugar que pudiese, con los nervios de punta y temblando como una hoja.

En efecto... ella era una pluma y él el viento que la hacia danzar.

Conjuró con su varita todo lo que debía tener al alcance de su mano, rogando para que no se desangrara mucho más, aunque quizá, solo era el espanto de verlo así, y no la gravedad.

Quitó con cuidado la venda, ignorando que Severus comenzaba a temblar y sudaba frío con la respiración más agitada de lo normal, no hubo palabras de aliento hasta que pudo estabilizar el sangrado.

La pena vino después, cuando reparó en su cara de sufrimiento, y unió el entrecejo en seña de lamento.

Lo siento profesor... yo...

La interrumpió con un gesto, sus ojos volvieron a chocar con intensidad, como hacía mucho no pasaba, como si se hubieran reconocido por un instante las orbes ciegas de amor y las orbes oscuras que amaban en las sombras.

Lléveme a mi cuarto, por favor.

Suplicó, y el corazón le dio un vuelco doloroso, el profesor Snape estaba pidiendo por favor.

Asintió sin más, en silencio y con las manos manchadas, lo ayudó a levantarse, a subir las escaleras, también lo sentó en la punta de la cama mientras dejaba las mantas a un lado para que se acostara.

Después, cubrió su cuerpo con éstas, atreviéndose a pasar las manos por sus brazos, por alguna extraña razón, sus ojos volvieron a compactarse, él dejo de mirarla primero, cerrando los ojos.

Descanse, profesor.

Murmuró suavemente, consciente de que la escuchaba, no supo si fue el susto o la compasión, o simplemente una necesidad, pero pasó la mano por su frente, aprovechando para quitar algunos mechones de cabello que se infiltraban.


Cita tardía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora