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PRIMER ACTO • CAPÍTULO SIETE: EL OJO.
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El cuarteto de magos llegó a Central Park, las chicas liderando el camino ya que eran las que se dejaban llevar más por la emoción. Mientras que los chicos, aunque también estaban emocionados, fingían no estarlo. Faye pensó que nada lograría borrar su sonrisa, pero se llevó una sorpresa cuando el causante de su desaparición fue un pequeño candado en la puerta.
—Está cerrado—, anunció Henley al tirar de las cadenas. Faye saltó de repente, alejándose de la puerta en cuanto notó la sombra de alguien al otro lado.
— ¿No estabas escuchando? Nunca nada está cerrado—, se acercó Jack con una gran sonrisa y Faye se relajó, sintiéndose algo idiota por haber reaccionado de aquella forma.
—Buen trabajo, señor Wilder—, aplaudió Henley.
—Ya eres todo un hombre, Jack—, felicitó Merritt —. Tendrías que dar el gran paso con Faye—, agregó, ganándose un golpe en la nuca por parte de la morena.
Jack abrió la puerta sin titubear, su sonrisa segura mientras todos pasaban, menos Faye. El castaño alzó las cejas y ella, con una sonrisa, se acercó y lo abrazó.
—Tuviste que habérmelo dicho, Jack—, habló a centímetros de su rostro y, al notar el ceño confundido del chico, agregó —. Merritt y yo estábamos practicando, logré hipnotizarlo por poco tiempo y me contó la charla que tuviste con él. Pensé que no sentías lo mismo que yo.
—Espera.., ¿estás diciendo que--?
—Me gustas, Jacky—, asintió Faye con una gran sonrisa.
El castaño la miró unos segundos en silencio, antes que sus labios se estiraran en una sonrisa y acabará con la distancia que los separaban. Sus labios devorando los de ella con tal necesidad que parecía como si fuera a ser el único beso que se darían.
