El bonsái de los recuerdos
Haku era el joven florista que trabajaba en el vivero y quienes le conocían sabían que se trataba de una persona muy especial pues siendo pequeño había tenido un extraño accidente y desde entonces su memoria nunca supo recuperarse. Sólo podía recordar algunas cosas y para salvar este defecto Haku había hecho amistad con un bonsái que él mismo había cuidado desde que era un niño. En sus ramas ataba minúsculas notas que a su criterio eran las más importantes pero, lógicamente, el número de ramas era escaso y muy a menudo debía elegir qué recuerdos desechar y que otros conservar. De todos los papeles había dos que siempre permanecían allí, aferrados a su pequeña memoria ambulante. Uno correspondía a su propio nombre y descripción. En el otro, en cambio, sólo estaba escrito el nombre de una mujer: Irina. Él ya no recordaba su rostro y tal vez había escrito su nombre para al menos conservar ese recuerdo o sólo tenía su nombre por no querer recordar algo más. Lo cierto era que cada vez que sus ojos se encontraban con esa nota su corazón comenzaba a latir más fuerte.
Ocurrió que una tarde llegó una niña con unas semillas muy diferentes a todas las que había conocido.
-Pertenecen a mis flores ¿Podrías cultivarlas aquí? Yo puedo traer la tierra.
Las semillas parecían pequeñas lágrimas de color ámbar y al tenerlas en sus manos Haku sintió algo especial. Sintió una fuerza emanada de un mundo distante, sintió que aún estaban vivas, que en su interior guardaban recuerdos tan fugaces como los que habitaban en él.
-Tú no eres de aquí, verdad. Eres diferente a las demás personas que puedo recordar ¿Cómo te llamas?
-Me llamo Zoe. Y a ti te llaman Haku
-Así creo- dijo él observando su pequeño bonsái -¿Pero quién te ha dicho mi nombre?
-Fue mi amigo Eric, él me ha enviado. Dice que tú puedes curar todas las plantas.
-Pues no lo recuerdo a tu amigo, a decir verdad mis recuerdos son muy escasos y todos yacen aquí, en las ramas de este pequeño bonsái.
Ella quedó asombrada y sintió deseos de leer cada rama, pero pensó en Haku y sintió que era una intromisión a su privacidad, aunque también se preguntaba qué se sentiría tener a alguien dentro de la cabeza.
-Ven, aceptaré sembrar tus semillas aunque tal vez debas esperar pues aún tengo trabajo atrasado. O al menos eso es lo que me han dicho.
-No hay problema, puedo esperar. Si quieres puedo darte una mano.
-No estaría mal pero ¿qué sabes hacer?
-Yo sé hacer muchas cosas. En mi hogar era la encargada de cuidar las flores del valle.
Haku se sonrió y observó a su alrededor, buscando una ocupación para la jovencita. La llevó hasta el invernadero donde le entregó una regadera y le mostró todas las flores que esperaban el agua aquella tarde. Y allí la dejó a la niña regando fresias, margaritas, tulipanes, jazmines, begonias y otras tantas bellezas.
Ella muy entusiasmada las refrescaba mientras le hablaba a cada una, preguntándole por la tierra, el abono, la edad y las ganas de ver nuevos lugares. Y para su sorpresa el agua de la regadera se agotó con rapidez. Viendo en su interior recordó la regadera mágica del valle que con un solo viaje podía refrescar todas las flores. Se preguntó como haría tanta gente para regar si el agua era tan escurridiza. Pensó más allá de esa idea y se preocupó al imaginar un mundo de escasez, un mundo donde el agua era preservada solo para lo más sustancial, la vida. Cuanta tristeza escondía aquel mundo de las personas y sin embargo ya no lo lloraban ¿Es que acaso habían olvidado cómo hacerlo? Su amigo Eric le había contado que ya no veía a su madre llorar, los adultos eran quienes ya no lloraban. El hombre que recolectaba peces tampoco había querido llorar la partida de la mujer que había estado a su lado. Ya nadie quería llorar y entonces la tristeza se había acostumbrado a permanecer escondida, con un disfraz ocasional.
Haku había acabado con sus deberes más inmediatos y al llevarse una mano al bolsillo de su pantalón vio las tres semillas de la niña. Tomó una maseta, mas le pareció que era muy pequeña para las tres por lo que guardó una en un cajoncito colocando una etiqueta que decía semillas de ámbar. Luego llevó la maseta a un estante, tomó un papel y escribió: las semillas de ámbar para Zoe son. Y luego observó su bonsái, retiró un papel y lo reemplazó por este nuevo.
-¿Las has plantado ya?
-Aquí descansan, sí.
-No, ya no descansan. Pronto irán a despertar para avisarme del viaje.
Él le contó que soñaba a menudo con hacer grandes viajes, pero luego olvidaba a donde ir. La niña le sugirió anotar sus deseos en las ramas más altas del bonsái.
-Si están más cerca del cielo son los que primero se cumplirán.
Y por alguna razón él tomó el papel con el nombre de mujer y lo colocó en la cúspide.
-¿Quién es Irina?
-No lo sé. No puedo recordarlo, sin embargo creo que he sentido algo por ella. Me lo dice mi corazón
Ella comprendió que el corazón conservaba su propia memoria, quizás aún más. Tenía una vida propia.
-¿No has pensado en buscarla para develar el misterio?
-Estoy bien así. Viendo su nombre pienso que es la persona más maravillosa del mundo y jamás me desilusionaría.
La niña no entendía cómo podía estar enamorado de una ilusión cuando el verdadero amor tal vez esperaba allí fuera.
-Es el temor a ser rechazado. Si quizás he puesto su nombre allí para no olvidar algo bello que ya terminó o recordar a una mujer que ni siquiera sabe que existo, sería duro.
-¿Pero acaso un verdadero amor no es aquel capaz de superar cualquier obstáculo?
Haku quedó pensativo, observando la noche que suavemente llegaba susurrando su propio lenguaje.
-La noche ya llegó, puedes quedarte a dormir. Detrás del invernadero hay un cuarto.
Quizás no sea lo más cómodo pero al menos tendrás un resguardo. Y discúlpame si mañana he de parecer indiferente, es que mis recuerdos desaparecen luego que llega el sueño. Por eso siempre voy acompañado de mi bonsái. Cada mañana comienzo leyendo este papel de aquí con mi nombre y luego prosigo por todos los demás.
Ella sólo asintió y corrió a ver el cuarto donde descansaría. El techo de vidrio estaba cubierto por una enredadera que dejaba ver las montañas que bordeaban el pueblo y las estrellas que iluminaban el firmamento.
-Sabes Haku, dicen que descendemos de las estrellas, tal vez por eso soñamos con volar o brindamos calor a nuestros seres queridos. Quizás por eso irradiamos energía con cada suspiro o simplemente iluminamos la vida de aquellas personas especiales
-Es hermoso eso que dices
-Que bello lugar para tener una casa ¿No crees?
-Quizás ¿La tuya dónde se encuentra?
-Cerca de un lago a donde van a dar todas las lágrimas que las personas se niegan a derramar.
-Ha de ser un lugar hermoso para vivir.
-Lo es. Pero ahora está en peligro pues el lago está desbordado y necesito hallar una cura o todo mi mundo desaparecerá.
-Quisiera ayudarte, pero como puede ayudar alguien que apenas sí recuerda su propio nombre.
-Cada persona es requerida en su momento. Ahora tal vez te parezca que no eres útil, pero mi corazón confía en que llegado el momento sabrás hallar tu propio lugar.
-Me encantaría conservar esas palabras y si tengo que conformarme solo con esta noche que así sea. Sé que hoy descansaré con mucha serenidad
Y así se retiró el joven florista a descansar mientras que la niña se contentaba observando las estrellas a través del mágico techo de vidrio. No había de esos en su mundo. Podía sentirse cobijada bajo esa manta de pintitas brillantes.
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EL VALLE DE LAS LÁGRIMAS
FantasíaDurante cientos de años las lágrimas de quienes se han negado a llorar se han acumulado en un valle ajeno al tiempo y la vida de los hombres, reposando en un lago de cristalinas aguas saladas. Este delicado ecosistema es vigilado por una niña quien...