Capítulo 3

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"No quiero ganarme el cielo." ―Camila. 

¿No se han preguntado alguna vez qué es lo más embarazoso que les ha pasado? Cuando tienes una vida feliz, cuando aprendes a reírte de ti mismo, cuando no te importa la opinión de los demás, es difícil responder a la pregunta. Pero extrañamente, a pesar de sentirme feliz con mi vida, de haber aprendido a reírme de mí y mis torpezas, y haber superado que le gente me criticase, se me hizo fácil responder a la pregunta dos semanas después de haber hecho llorar a la sensible y tonta Lauren. 

Lo más vergonzoso que me ha pasado en la vida es haber sido proclamada la Reina de la Insensibilidad.

¿Cómo pude yo, Camila Cabello, haber pasado de «perra» a «insensible»? Muy fácil, me dije. Quitándole los libros a mi compañera nerd, y diciéndole sabelotodo frente a toda la clase. Lo peor de todo, sin embargo, no era ser llamada Mujer de Hielo, Villana Antisocial o Señorita Sin Corazón. Podía soportarlo, incluso me dolía menos que ser llamada perra. Lo que me incomodaba era el sentimiento de culpa que me carcomía todos los días al llegar al salón y ver a Lauren en su escritorio, cabizbaja, e incapaz de alzar la mirada al pizarrón siquiera. ¿O era que siempre había sido así y yo no lo había advertido? Me enfermaban que a pesar de haber sido hacía semanas aquel hecho, mis compañeros siguieran recordándomelo a casa minuto con acusaciones en voz alta, susurros malignos, o anotaciones en el pizarrón donde se leía con frecuencia alguno de mis nuevos apodos. 

¿Es que acaso nadie se olvidaría que le había dicho sabelotodo a Lauren y ella se había largado a llorar? No podía creérmelo. De todos lo rumores que se habían creado en torno a mí, cada uno había desaparecido a los días, ninguno había perdurado tanto como este último. Y aunque no era un rumor, no era tan grave ni comprometedor. Es decir, si escuchas a alguien decir que se acostó con un guitarrista de la banda más conocida de Ohio, y escuchas a otra persona decir que hizo llorar a una nerd, ¿qué es más llamativos? Lo primero, seguro. 

¡¿Entonces por qué todo el mundo seguía acordándose de las malditas lágrimas de Lauren Jauregui?!. 

Posiblemente era lo más incoherente con lo que había lidiado. 

Demasiado incoherente. 

Muy incoherente. 

-Ve y pídele disculpas a la maldita chica, deja de torturarte.- 

Eso es lo que diría una amiga. Si tuviera una amiga, claro. Pero como yo era la chica más odiada de la preparatoria, ni siquiera tenía clones que repitiesen mis palabras. En ese caso, creo que muchos podrían clasificarme como fracasada social. Porque, ¡vamos!; mi gato Cleo no contaba como amigo, y... ¿quién no tiene siquiera un amigo? Estaba segura que hasta Lauren, con sus vulgares anteojos y su hablar sabedor, tenía amigos. 

-Pídele perdón, ¿quieres?.- Me dije a mí misma. 

Estábamos en receso, y aunque muchos inventarían que había ido al baño para hacer algo inapropiado, quizá para vomitar mi desayuno (porque sí, también me acusaban de bulímica), yo estaba quejándome de mí misma, mirando mi expresión fastidiada reflejada a través de un sucio espejo. 

Respiré profundamente, y lamí mis labios, indecisa. Tenía que hacer algo, pero no sabía qué. ¿Hablar con Lauren? ¿Dejarle una nota en su casillero pidiéndole disculpas? ¿Buscarla en la biblioteca y explicarle que no fui yo quien robó sus libros semanas atrás? Pensándolo bien, no tenía por qué sentirme culpable. ¿Entonces por qué mi estómago seguía revolviéndose cada vez que pensaba en ella?. 

-Está bien, la buscaré y... le diré que... ¿qué le diré?.- Mascullé frustrada. 

Bufé y salí del tocador. 

Fue cuando di la vuelta al final del corredor que sucedió la típica escena cliché de toda película norteamericana. Específicamente, la escena invertida. Atropellé con alguien, y adivinen con quién. ¡Diablos, sí! Con Lauren Jauregui y su enorme pila de libros. Su sobresalto fue tal, que libros y hojas salieron disparadas en el aire, hacia arriba, hacia abajo, y también a los costados. Quiso maniobrar para recuperar todo antes de que llegase al piso. ¡Créanme, falló torpemente!. 

Consciente de la muchedumbre alrededor, riéndose y apuntándonos con el dedo índice, me acuclillé a su lado para ayudarla a recoger todo. ¿Podía esa acción quitarme el rótulo de insensible? Rogué porque así fuera. 

Con la mirada baja, Lauren terminó de rejuntar las hojas en el suelo, y se puso de pie ignorándome por completo. 

-Es tuyo.- Musité cuando estaba dándose vuelta y casi corriendo en dirección opuesta a mí.- ¡Lauren!.- Exclamé, siguiéndole el paso, haciendo que la gente cayera en un silencio denso. 

Siempre había pensado que la gente exageraba al decir que una persona puede enrojecer hasta parecer un tomate, pero sin duda, era cierto. Cuando se giró para mirarme, en el rostro de Lauren no cabía otro color que no fuera el rojo. 

-Aquí tienes.- Murmuré extendiendo las hojas que tenía en mano, esperando que al menos se dignase a recibirlas y no me menospreciara. 

-No te ganarás el cielo con esta acción.- Masculló en voz baja. 

Por un momento creí que había imaginado su tono voraz, casi destructor, pero no lo había imaginado; era su boca la que se movía al hablar, y era su voz la que se teñía de enfado a medida que pasaban los segundos. Me estremecí. 

-No quiero ganarme el cielo.- Contesté, entonces me giré en mi lugar sabiendo que era el centro de atención del resto de los estudiantes, y lo dejé atrás. 

Estúpida Lauren (Camren. Adap)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora