Capítulo 4

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"Díganme rara, imbécil y cursi." ―Lauren.

¿En serio no se quería ganar el cielo? Claro que sí lo quería. 

Ella no me había ayudado porque era buena, porque yo le interesase, o porque se había sentido presionada. Lo había hecho porque quería recuperar su status. Durante dos semanas había oído cómo todos se burlaban de ella, criticándola, usándola como centro de sus bromas y dobles sentidos. Por mí que lo siguiesen haciendo, al menos, la atención no la tenía yo. En clase no interesaba la chica que lloró, lo que realmente a todos les gustaba hacer era criticar a la chica que hizo llorar a otra chica. 

Raramente alguien mencionaba algo acerca de mí. Y cuando lo hacían, yo simplemente me hundía entre las páginas de mis libros, me colocaba mis auriculares con música celta sonando suavemente, y simulaba vivir en otra dimensión. Díganme raro, pero eso me evitaba dolor. Dolor mío, claro, porque seguía sintiendo pena por Camila. Díganme imbécil también, pero aunque lo quisiera negar, ella seguía gustándome. ¡Maldita sea! Ignorarla durante clases, y pretender no verla todas las mañanas cuando entraba al salón me estaba matando. Me sorprendía que la mayoría de mis compañeros pensara que yo estudiaba en clases, cuando en realidad lo único que hacía era pensar en ella. Díganme cursi si quieren, incluso, no lo negaré. 

-¿Necesitas ayuda?.- Oí que preguntó alguien a mi lado. Volteé para saber de quién era esa voz sumamente aguda y aniñada, y me encontré con una chica pelirroja, más baja que yo por bastantes centímetros, y con una sonrisa extremadamente tirante.- Soy Ariana. ¿Tú eres...?.- Dudó, sosteniendo un par de libros por mí, y recogiendo una hoja que se había soltado de mis manos. 

La gente alrededor comenzó a esparcirse, dándose cuenta que el espectáculo de Camila había concluido con huida, y contemplé a Ariana. 

-Lauren.- Musité, retrocediendo un paso. 

-Grande.- Titubeó, en un simplificado modo de presentarse.- ¿Jauregui?.- Me preguntó. 

-Sí.- Apenas dije. 

El timbre de la finalización del receso sonó, y ella sonrió tímidamente. 

-De acuerdo, aquí tienes tus cosas. Camina con cuidado por los corredores, siempre hay gente apresurada que no nos ve.- Se señaló a sí misma con vergüenza.- La gente suele pensar que me puede atravesar como si fuese un fantasma.- Cuchicheó entre risas, y sacudiendo la mano hacia mí, se fue rápidamente.  

Me quedé mirándola. Jamás la había visto, Ariana tenía un aspecto fresco, como si en vez de haber estado dentro de la escuela por tres horas continuas, hubiera estado disfrutando de unas vacaciones en Hawaii. Fruncí el ceño ante mis pensamientos. Y luego recordé el acento arrastrado en el hablar de Ariana, seguramente era nueva. 

-¿Jauregui?.- Escuché que llamaron a mi apellido. 

Alcé la vista de mi cuaderno de matemáticas, y supe que el señor Mendler esperaba algún tipo de respuesta de mí. Me atraganté. ¿Desde cuándo yo no prestaba atención a las clases?. 

-¿No lo sabe?.- Prosiguió él, curvando una ceja con disgusto. 

Iba a sacudir mi cabeza, sabiendo que con eso mi calificación se vería afectada, entonces algo voló hasta mi escritorio. Un pequeño papel, con muchos dobleces, yacía entre mis temblorosas manos. Lo desdoblé, intentando ser disimulado, y lo que leí me dejó aturdido. 

-Base por altura dividido dos.-  Dije, leyendo la letra redondeada y en color azul que abarcaba la mitad del papel. 

-Exactamente.- Confirmó el señor Mendler, asintiendo con entusiasmo.- Cómo les decía, para saber la superficie...- Continuó, pero perdí el hilo de su monólogo al girar mi cabeza hacia los lados. 

¿Quién me había tirado el papelito?. 

Aparté mis ojos de Camila en cuanto la vi. Ella había sido, ¿por qué lo había hecho? Si no quería comprarse el cielo... 

-¿Qué quieres?.- Le pregunté cuando sonó el timbre para ir al buffet. 

Todos habían comenzado a salir del salón, y yo sabía por propio conocimiento, que ella era la última en salir. La detuve junto a la puerta, mi mirada viajaba de su cabello revuelto hacia sus menudos hombros. ¡No la mires a los ojos!, me dije repetidamente.

-Un simple gracias me es suficiente.- Susurró, volviéndose hacia mí y sonriendo con regodeo. 

-Gracias.- Mascullé. Más allá de haber sido insultada por ella, y también ayudada por la misma, había algo que seguía intacto en mí, y que mis padre me habían inculcado desde niña: la capacidad de respeto y agradecimiento. 

-De nada.- Se jactó ella, y jugando con su mirada arrogante, me dejó sola en el salón. 




Estúpida Lauren (Camren. Adap)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora