U N O

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Estaba inducida en mis pensamientos, unos que estaban soltando palabrotas susurrantes hacia aquella persona que estaba cruzando la puerta frente a mí.

—¡Vamos, Maya!

—¡No!, ¡me niego a salir a esta hora! —gritó desde el interior del baño.

Bufé y rodé los ojos. Mi paciencia estaba llegando al límite.

—¿Qué podría pasarnos?, ¡todavía es temprano!

—¡¿Temprano?!, ¡son las 7 de la tarde, Jinny!, ¡tú sabes que los vampiros salen a estas horas!

Denoté mi furia golpeando la puerta del baño estrepitosamente

—¡Bien! Iré yo sola.

Di vuelta y salí de la casa a paso apresurado sin darle tiempo a responder. Iba bajando las escaleras de la entrada cuando escuché un grito amortiguado por las paredes que me reprochaba.

Había una ley estricta y severa que indicaba que los vampiros (aquellos que se revelaron en nuestro mundo ya hacía años y con los cuales establecimos acuerdos de paz) podían salir a cazar solamente a partir de las 12 de la noche. Eso quería decir que nadie se hacía responsable por los ataques que ocurrieran en las calles después del toque de queda. Pero ningún vampiro podía matar a los humanos en esos horarios, ya que eso era penado con muerte.

Maya, mi hermana, tenía una inmensa fobia por esos seres de grandes colmillos y piel pálida que atormentaron nuestras vidas y con quienes debíamos compartir mucho más que solo el hábitat.

Teníamos planeado con Maya dar un paseo por el barrio para despejar nuestras mentes y salir un poco de la agobiante pequeña casa. Caminaba por las calles de la ciudad sin apuro alguno mientras pateaba con enojo algunas piedrecillas que se cruzaran por mi camino; peleaba tanto con mis hermanas que a veces tan solo quería escapar, aunque fuera por una hora.

Entendía muy bien que tenía una fuerte afección por salir a esas horas (donde el sol estaba por esconderse en verano y la noche se adelantaba en invierno) y eso solía irritar tanto a Maya, quien no tenía ni una pizca de autoridad sobre mí, como a Gianna, mi hermana mayor y quien tenía mi custodia y responsabilidad. Eso no quitaba el hecho de que me diera un poco de pavor salir cuando el sol se escondía, pero no podía evitarlo y no sabía por qué. Y era en ese momento en el que el sol reflejó sus últimos rayos sobre la ciudad y avecinaba la noche y, por ende, la salida de los vampiros; a aquellos rebeldes e inmorales les importaba un bledo el toque de queda y salían de caza a la hora que les apetecía. Si algún día quedaba bajo las garras de alguno de estos cavernícolas no iba a ser precisamente mi culpa y eso me daba el derecho de denunciarlos, aunque dudaba mucho que le dieran la palabra a una niña humana. Vaya blasfemia más grande. El colmo de eso era que mi hermana mayor estaba casada con un vampiro, y este mismo no salía a cazar en la noche, sino que se alimentaba de su querida mujer y de sus cuñadas Sí, de sus cuñadas, las niñas adolescentes; la fóbica a los vampiros y la imantada a ellos. No me quejaba por ello, Mark, el dichoso vampiro, era gentil y educado; sacaba nuestra sangre con jeringa y la bebía en copa, como si fuera vino. La delicadeza y refinancia se acababa cuando bebía salvajemente la sangre de Gianna; nunca lo vi, pero los gemidos se escuchaban desde el segundo piso y suponía que debía ser muy interesante.

En algún momento de la extensa caminata divisé una de las plazas principales que había en una zona periférica de la ciudad de Little Rock, la capital del estado de Arkansas, donde las calles eran como montañas rusas y el verde predominaba en su mayoría. El lugar era frondoso y muy bien cuidado, en verano era usado mayormente como campamento, especialmente por los jóvenes (principalmente vampiros). Se convertía en un sitio romántico cuando decidían llevar pantallas grandes para realizar fogones y picnics a la luz de la luna; claro, con extrema seguridad y en los dos días en que la caza estaba prohibida: miércoles y domingo. Para mi mala suerte, esa noche era viernes; el cielo estaba estrellado y el clima era agradable. Perfecto para noche de caza.

Jason ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora