T R E I N T A Y C I N C O

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¿Qué tan ventajoso como desventajoso era ser un monstruo, como lo era ahora? No, eso no, sino una pequeña persona despistada y torpe con sobrecarga de responsabilidades y habilidades, las cuales eran difíciles de controlar.

Ocupaba un rol que subía el ego de cualquiera. Admitía que me hacía sentir especial e importante, sentía que estaba por encima de todos, que era capaz de manipular a alguien a mi antojo, que infundía miedo y respeto con sólo echar una mirada profunda y controladora. Está bien, me decía, no sería la única que se sintiera de ese modo estando en esa situación, pero sí podía decir que era la única en no dejarse llevar por esas emociones, porque el resto de lo que implicaba llevar el cargo de ser la quinta sangre, la elegida, eran razones válidas para odiar lo que era, para querer ser normal. Sí, quería ser normal.

Una de mis habilidades, la cual aún no sabía de qué trataba exactamente, era predecir cosas minuciosas; a veces eran aromas, otras veces sonidos, incluso texturas. Nunca sabía de qué era, a veces ni de dónde provenía, hasta que sucedía. En ese periodo de incertidumbre, lo mejor era mantenerme alejada de aquello que producía el sentimiento de deja vú en mí.

Bien, ahora, ¿cómo iba a hacer para alejarme de algo que me rodeaba? No era deja vú, no era incertidumbre, pero sí era predicción. Todo era pesado, tanto como los días de verano en los lugares calurosos, esos donde los grados de la temperatura ambiente se elevaban por encima de los 40. Esos momentos donde respirar ese aire era asfixiante. ¿Cómo podía escapar de ello? Nada me salvaba. No lo hacía, porque no era la temperatura, ni los grados, quienes se mantenían bajo el 20°. Era yo. Las sensaciones de que algo iba a suceder eran cada vez más grandes, el calor iba en aumento, pronto me quedaría sin aire y sabría que cuando ese momento llegara, lo que mi cuerpo predecía iba a realizarse. Y sabía lo que era, porque Félix lo dijo, lo sabía. Pero Dann no.

—¿Te sientes bien? —Félix se sentó a mi lado, hablando con parsimonia y suavidad, visiblemente cansado, mucho más que yo.

Para variar, los entrenamientos terminaron hace una hora aproximadamente. Las gotas de sangre cayeron por mi garganta con mucha acidez, adelantando el proceso de curación, cerrando las heridas profundas de mi estómago y mejilla, devolviendo mis huesos fracturados a su lugar. Había sido mortal, esa vez no fue un combate a mi favor, destrocé tanto como lo hicieron conmigo, porque cuando les pedía que se detuvieran, no lo hacían, y no podía sacarlos de encima mío, no podía respirar, mi mente sólo se concentraba en recibir un poco de aire, entonces no podía enviarle la suficiente señal a mis dones para que hicieran algo.

Comprendí, moribunda y desesperada, que mis dones eran fracasados.

Pero eso no era todo.

Sumándole a toda la tensión y al cansancio que pesaba sobre mis hombros y me tiraba hacia abajo, habían pasado unos días desde que cumplí años; sola, moribunda, en el campo de batalla. Y recordé que la última vez que había festejado un año más de vida, fue con mi familia, en mi casa, con buena y abundante comida y muchas sonrisas. Sonrisas que yo deshice, que por mi culpa se convirtieron en miradas de repudio y desprecio. Y ya nadie se acordó de mí. No me tomé la molestia de decírselo a Félix, porque entonces él se habría visto obligado a hacerme sentir mejor, a subir mi ánimo; lo habría frustrado, porque eso era imposible.

—Me siento muy cansada —admití en un suspiro. Félix me alcanzó con su brazo y lo pasó por mis hombros, dando un apretón reconfortante—. Siento que no acabará jamás.

—Lo hará —aseguró—. Ten paciencia, todo está ocurriendo, tan sólo espera y prepárate. Saben lo que hacen.

—¿Quiénes saben lo que hacen? —Como si hubiera metido la pata, me lanzó una mirada de soslayo, luego sacó su brazo de mis hombros y se alejó unos cortos centímetros—. Sabes algo que yo no —aseguré. Él me observó unos segundos, antes de llevar su mirada al techo.

Jason ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora