T R E I N T A Y O C H O

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—No. No, claro que no. Nos dirigimos a la cabaña de las valkirias. Hay un terreno de 3 hectáreas rodeando la cabaña, traslada al ejército en grupos al complejo de chozas en el sector norte... ¡Claro que sí!

Su mano se aprisionó contra mi nuca, se encargó de enterrar sus garras en esa zona, y sacó espasmos de dolor de mí que me negaba a relucir. Soporté el dolor, fue lo único que pude hacer.

—... Mark, Mark —repitió Dann dos veces con voz dura al micrófono del teléfono. Retorció sus garras en las heridas y las clavó más. Mis ojos se humedecieron, tenía espasmos de dolor—. Necesita un castigo, y lo sabes. No, no te preocupes —elevó una de sus comisuras maliciosamente—, no morirá. Tampoco, estará en una sola pieza. Como tú digas —Rió con sorna, pero volvió a la seriedad con la que empezó la conversación—. No te olvides; quiero a la mitad de las tropas para el amanecer, mantén el orden y control de cada grupo, no quiero inconvenientes ni tardanzas, sabes cómo se pagará un mínimo error.

Y cortó la llamada.

Su mano recayó sobre mi mejilla y la abofeteó fieramente tan pronto como le aventó el celular al conductor. Este, sumiso, lo dejó delicadamente en el vacío asiento de copiloto.

El dolor recorrió todo mi cuerpo en una corriente que me sacudió. Acostumbré a sentir golpes repentinos desde que abandonamos el campo en batalla y subimos en una camioneta negra con un culo gigante; vidrios polarizados, asientos encuerados, revolver en el suelo alfombrado, luz tenue... Todo ideal para un secuestro.

Sin esperarlo, su puño se estampó contra mi pómulo izquierdo, girando mi cabeza por el impacto.

Volví a colocarme firme y con la mirada hacia adelante, mi cuerpo estaba tenso y con temblores leves a la espera de otro de los golpes de Dann.

—Mírame —ordenó él.

Lo hice de inmediato, no por miedo, ni por obediencia, simplemente porque no tenía más que hacer que aceptar sus tratos. Lo perdí, a él y a su confianza, ¿qué más que esperar y recibir su furia? Sin él, yo no era nadie en ese lugar. Necesitaba recuperarlo.

Sus cejas parecían querer juntarse, sus ojos no me fulminaron, pero penetraban los míos con enojo y una gran, gran muestra de rencor e ira, cabía decir que su decepción se veía sin determinación.

—Ven aquí.

Sus manos palmearon sus piernas. Mis dientes mordieron mi labio inferior con fervor. Entró en mí la duda de hacer lo que decía o no. Sabía que lo terminaría haciendo, pero mi ser se estremecía y retorcía a la negación.

No podía, me negaba, no quería. Pero debía, demonios, tenía que hacerlo aunque costara y todo indicara lo contrario.

Arrastré mi cuerpo que repentinamente se volvió más pesado. Aparecieron unas cadenas invisibles que ataron mis tobillos al asiento y me impidieron acercarme a él.

Já, cadenas invisibles. Deseé que fueran reales.

Mis piernas se colocaron a cada lado de las suyas, manteniéndome en equilibrio. Me hubiera encantado perderlo y caer al suelo alfombrado, donde el gatillo del revolver se apretaría mágicamente y la bala saldría disparada, por pura casualidad, hacia mi cabeza, perforándola y llevándose mi vida.

¿Yo, sin vida? Jason seguía vivo, sería decepcionante si me hubiera dejado caer cuando aún tenía motivos para escalar.

Sus manos rodearon y presionaron mi cintura, inclinando mi cuerpo hacia adelante y llevando mi rostro a centímetros de separación del suyo. Yo, más alta que él, claramente.

Jason ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora