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Nunca tuve motivos para quedarme contigo. Te tenía a ti pero ya solo podía conjugarte en pasado. No te imaginas lo pronto que se hace demasiado tarde. Sin embargo, sí que tenía cientos de motivos para marcharme. Y es que pudiendo evitarme momentos de sufrimiento, de llanto y de espera, no lo hiciste. Hay momentos en los que te das cuenta de que el amor se construye evitando sufrimientos innecesarios. A veces ocurren estas cosas, de repente decides dejar de negar la evidencia de que algo va mal e intentas irte, aunque no sabes hacerlo y te sientes ridículo al correr en otra dirección. No te quieres conformar. Quizás nuestra relación se enfermó, o quizás ya nació enferma. Se trata de cambiar de pensamiento, de tomar conciencia de que valemos mucho más que las migajas de un amor que nos destruye. No hay nada incuestionable ni nada inquebrantable, no hay nada que sea tan inmenso que vaya más allá de nosotros mismos. Tenemos la manía de encerrarnos en círculos viciosos, de no salirnos de los patrones establecidos, de crear un mundo paralelo en el que podemos ir con los ojos vendados. Me he dado cuenta de que nadie se enamora por elección, sino por casualidad. Ahora que conseguí aceptarlo y no enfadarme con el amor, agradezco que hubiera vacíos tan repletos de angustia que me hiciesen pensar que no vale la pena tener algo por lo que no se pelea, y yo, ahora estoy en plena efervescencia; aunque aún temo mis propias emociones, conservo la capacidad de mitigar mi dolor, de llorar y de dedicarme tiempo a mí misma. Porque ya era tiempo de dejarte ir.

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