Capítulo 6: Cuidado con lo que tocas

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Gabi trotó cuidadosamente, para no hacer eco de sus pasos, hasta Carlos. Al lado de él, que la miraba esperando una respuesta, se quedó examinando la puertecilla, imaginando qué podría haber allí abajo, cuándo sería la última vez que la abrieron o si ni tan siquiera sería posible para ellos en aquel momento abrirla sin mucho esfuerzo o sin tener que romperla.

Se abalanzó y cogió el mango de hierro que se exhibía oxidado. Tiró, pero nada cedió ni un milímetro.

—Déjame a mí. —Carlos se ofreció a intentarlo él mismo. Tiró tres veces, a cada cual con más ímpetu, pero la trampilla no se levantó.

—Espera. —Gabi había avistado dos cerraduras antiguas en las dos esquinas de la que se suponía que era la parte por la que la puerta se elevaba.

—¿Crees que estarán por aquí, escondidas en algún lugar? —cuestionó Carlos cuando también reparó en las cerraduras.

—Puede ser.

Gabi se puso a visualizar posibles sitios donde podían haber guardado las llaves. Se metió en el confesionario y tanteó con las manos en todas las esquinas, pero sólo consiguió llenarse de polvo.

—Estos sitios tienen oficinas o algo así, ¿no? —se le ocurrió a Carlos.

—Claro.

En un lateral del altar mayor, encontraron una vieja puerta de madera que se encontraba afortunadamente abierta. Tras un molesto chirrido de los engranajes entraron y, tal y como esperaban, aquello tenía pinta de oficina al mismo tiempo que trastero, pues se encontraba lleno de velas de repuesto, candelabros, manteles y muchas más cosas necesarias para oficiar las misas.

En el centro, una pesada mesa de color madera oscura que, con excepción de la gran capa de polvo, parecía intacta. Carlos y Gabi comenzaron rápidamente a buscar las llaves, alborotando todo a su paso.

—Oye —dijo Gabi sin cesar la búsqueda—. Quería que supieras que la de la otra noche no era yo. Es decir, yo no soy así. No quiero que tengas de mí la imagen equivocada.

Gabi se estaba dando cuenta de que su antigua yo estaba volviendo. No es que le importara que Carlos tuviera una mala imagen de ella, sino que en general le importaba que la gente pensara mal de ella y la calificara como una borracha, una drogadicta, o incluso una puta.

—Bah —exclamó Carlos—. No pienses en eso, de verdad. Yo soy de los que piensan que la primera impresión no es la que cuenta.

—Son pocos los que piensan así. Los adolescentes de mi barrio me llaman "la putilla" por ir con faldas cortas y haber dejado que diferentes chicos me acompañaran a casa a las cuatro de la madrugada. Realmente les dejaba acompañarme porque me da miedo caminar sola a esas horas —se explicó—. Pero a todo el mundo se le olvidó que toda mi vida he ido bien tapadita, me recogía a las diez de la noche e iba a misa los domingos. Para ellos lo que cuenta es lo último que han visto, y si volviera a ser como hace más de un año era, quiero decir igual de mojigata, aún así seguirían llamándome "la putilla del barrio".

—Gilipollas —dijo Carlos con un tono despectivo.

—¿Qué? —Gabi estaba contrariada.

—Me refiero a la gente. Es gilipollas. Yo ya tuve un tiempo en el que me dejaba llevar por las primeras impresiones, hasta que aprendí.

—¿Qué pasó para que cambiaras de opinión?

—Me pasaron bastantes cosas. Ya sabes, confiar en gente que te causa una buena sensación desde el principio y luego no es lo que parecía ser. Me acabé metiendo en líos, encontrándome de frente con problemas sin esperármelo.

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⏰ Última actualización: Oct 26, 2016 ⏰

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