PRÓLOGO

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¿Alguna vez has pensado si alguien puede volverte loco con solo mirarte a los ojos?


Mi nombre es Camila Cabello, tengo casi 17 años y más secretos en mi interior de los que me gustaría decir, pero callan en mi interior. Callan totalmente. Vivo con mis padres y mi hermana pequeña, Sofi. Adoro dibujar, adoro admirar el arte como una forma de expresión, adoro expresarme a través de mi propio arte. Me mudé a Boston cuando tenía tan solo dos años. No dije mi primera palabra hasta que tuve cuatro años, mis padres me llevaban a logopedas y psicólogos, y al final, pudieron diagnosticarme algo que poca gente sabe lo que es. Padezco mutismo selectivo. La gente creía que no hablaba porque no quería, pero era todo lo contrario.


En mi cabeza he montado más de mil historias, más de mil fundamentos, más de mil imágenes, pero ninguna de ellas las podía expresar sin mi pequeño cuaderno de Winnie de Pooh delante, ahí dibujaba a mi antojo, formas, colores abstractos.


Con los años, he podido mantener conversaciones con mi familia, pero si me sacan de mi círculo habitual, es como si hubiera manos apretando mi garganta, me congelo, y cuando llego a ese punto, sé que no voy a hablar. Quiero mejorar, pero es muy difícil cuando todos los días me dicen lo feo que son mis ojos, lo bajita que soy, lo enclenque que soy, en si tengo el pelo estropeado o cualquier memez en mi físico. Es estúpido, pero duele más cuando se burlan de mí públicamente en el instituto, y es por eso que solo tengo dos amigas, mi pequeña hermana y una chica que se llama Ally en el instituto. A ella también le molesta que se rían de mí y me defiende en la medida que puede.


Bueno... Demasiada información sobre mi trastorno, ahora pasemos a hablar de lo que realmente venía a hacer.


Nunca había visto la belleza en la gente, solo me concentraba en mi alrededor, en la naturaleza, en cómo caía la nieve en invierno y cómo se evaporaba en primavera mientras las mariposas salían de sus crisálidas dispuestas a volar por todo el aire, pero...


Sí, hay un pero.


Mi "pero" es que hace unos días que vi a una chica, se cruzó conmigo en la acera frente a mi casa la cual lleva a la parada del autobús hacia el instituto. Normalmente soy muy receptiva visualmente con la gente nueva, con la gente que nunca he visto, pero con ella era totalmente distinto.


En días como hoy, no podía casi mirarla ni de reojo, pero siempre que nuestras miradas se cruzaban, ella me dedicaba una sonrisa. Era impresionante, quizá sus ojos verdes con su pelo negro azabache formaban una combinación detonante para mi extrema timidez. Cuando pasaba por mi lado, su aroma me encantaba, olía a frutas mezclado con el olor a cuero de la chaqueta negra que solía llevar. Por una semana, solo la he visto usar esa prenda y otra chaqueta vaquera gigante con distintos tipos de prendas.


-¡Camilita, olvidaste tu almuerzo!- una voz sonó a mis espaldas y suspiré al reconocer que era mi madre. Seguro que la misteriosa chica le había escuchado hablarme por aquél ridículo mote. Mis pies casi se congelan cuando al darme la vuelta para recoger escuché un "Ya se lo doy yo, señora". Mierda, su voz era hermosa también.


Cogí la bolsa de papel que ella me tendió, nos miramos directamente a los ojos y ella se quedó con una sonrisa esperando a que le agradeciera, pero yo no pude hacer más que asentir. Salí casi corriendo porque el autobús iba a irse sin mí, quedándome durante todo el día con el remordimiento en la cabeza de no haberle podido dar las gracias a la chica misteriosa.


No tenía ni idea de cómo era. Su aspecto era rudo, casi se mostraba prepotente, segura de sí misma. Sabía que era ella casi sin mirar al frente porque pisaba siempre fuerte con sus botas militares, dejando su delicioso aroma en el ambiente.


De todos modos... vamos a empezar.


Mi nombre es Camila Cabello, y voy a contaros mi historia.


Aurora; CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora