No recordaba exactamente cuántos días había pasados desde la última vez que probé alimento. Me sentía cansado y débil. El frio viento de la noche de Londres golpeaba mi rostro provocándome leves escalofríos. Había terminado en un viejo parque en una de las viejas calles de Londres y supuse que nada me pasaría si pasaba la noche ahí. Me refugie debajo de un árbol, cayendo rendido y con unas ganas infinitas de estar profundamente dormido en una cama cómoda. Mire fijamente en dirección al cielo azul y estrellado de la noche, tenía un azul oscuro, casi negro y sonreír al lograr encontrar la luna.
No recordaba el rostro de mi madre, pero, por alguna extraña razón la luna me recordaba a la mujer que me había dado la vida y, que dos meses después la había perdido por una razón desconocida para mí. Ahora era huérfano. No recuerdo, pero mi padre murió cuando tenía seis y desde entonces no tengo nada ni a nadie. Mis recuerdos fueron siendo menos en el momento en el que sentí que mis ojos pensaban tanto que no podía mantenerlos abiertos, quería dormir y descansar para después continuar mi trabajo de buscar comida.
Un sonido extraño se escucho. Gire a mi izquierda encontrándome con unos arbustos moviéndose y una pequeña risa detrás de ellos, ¿Algún fantasma? Me aterré pero como todo niño valiente y aventurero me levanté de la que sería mi cómoda cama esa noche y me dirigí a los grandes arbustos asustado de lo que me fuera a encontrar detrás de ellos. Me asome para poder ver del otro lado encontrándome con la figura de un niño pequeño jugando con un carrito rojo, el niño estaba de espaldas así que la loca idea de que era un pequeño fantasma aun no salía de mi mente hasta que él logro sentir mi presencia detrás de él. Asustándolo y alejándolo de mí. Pase por sobre los arbustos intentando acercarme al niño para decirle que no le haría daño y funcionó.
Se veía asustado, inocente, indefenso y… solo.
Tenía unos grandes ojos verde esmerada, piel tan blanca como la leche, era delgado y… pequeño. Se veía tan adorable que no podía irme y dejarlo como si jamás lo hubiese visto, no podía hacerme el de la vista gorda y dejarlo. Tenía engrapado un papel en su pequeña camisetita azul, me acerque más y él tembló.
—No te haré nada, solo necesito… esto. —Dije arrancándole el pequeño papelito engrapado en su ropa.
“Este niño responde al nombre de “Harry”, su nombre realmente es “Harold” pero lo odia. Si lo encuentras te pido que por favor te hagas cargo del pequeño. No tiene a nadie y yo, no soy lo suficientemente valiente para hacerme cargo de un niño. Espero que lo cuides bien, es frágil.
—A.C”
Fruncí el seño recordando aquella vez que vi un cartel de “Se busca perro. Responde al nombre de Max”. El niño no era un perro. Era frágil, tal parecía. Frágil e inocente y esa, no era una buena combinación para algún mayor que fuera secuestrador o un violador. Me aterré al pensar que tal vez le podría pasar algo si lo dejaba solo, además no tenía una engrapadora para volver a engraparle el papel en su ropa. Me quedaría con él y sería como su hermano mayor, seríamos inseparables.
Y lo mire. Se veía tierno sentado en el suelo con su vista ocupada observado su pequeño carrito rojo mientras pasaba por las pequeñas montañas de tierra que el mismo había creado. Se veía fascinado y no pude evitar sonreír al ver aquella imagen tan adorable. En mi corta había tenido la oportunidad de ver muchos rostros diferentes de niños de todas las edades, pero jamás, algún rostro podría compararse con el pequeño de piel lechosa y ojos verde esmeralda.
Me acerqué a él aprovechando que estaba distraído para sentarme a su lado. Se estremeció al sentirme muy cerca de él y solo bajo la cabeza, tomo rápidamente su carrito y se abrazo a sí misma para protegerse. No lo haría nada, solo quería ayudarlo. Por experiencia sabía lo que era vivir en la calle, solo; sabiendo que la gran mayoría de la gente jamás te aceptaría por ir con ropa sucia y desgastada por las finas, ricas y algunas viejas calles de Londres. Yo sabía perfectamente lo que era pasar días sin comer, viendo como una gran cantidad de personas pasan a tu lado con helados, galletas, postres y saber que nadie te dará nada. Pasar por cafeterías y diversos restaurantes esperando a que alguien se apiade de ti y te regale por lo menos las sobras, pero nadie lo hace. Yo sabía lo que era vivir en las calles, dormir bajo arboles con el peligro de que algún animal me picara, de que alguien llegara y me hiciera daño; yo sabía lo que era sufrir verdaderamente y por eso no permitiría que él también pasara por ello, yo intentaría darle lo mejor –O lo que estuviera a mi alcance- y nunca dejarlo solo.