Capitulo 6

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Temo irme a la cama. Es más de medianoche y estoy cansado, pero me
siento al piano y toco el adagio Bach Marcello una y otra vez. Al recordar
a Ana con la cabeza reposando sobre mi hombro, casi puedo notar su
dulce fragancia.
Venga ya, ¡dijo que lo intentaría!
Dejo de tocar y me cubro la cabeza con ambas manos. Al apoyarme
sobre los codos aporreo el teclado y suenan dos acordes discordantes.
Dijo que lo intentaría, pero a la mínima se ha dado por vencida.
Y ha salido corriendo.
¿Por qué le pegué tan fuerte?
En mi fuero interno conozco la respuesta: porque ella me lo pidió, y yo
fui demasiado impetuoso y egoísta para resistir la tentación. Seducido por
su desafío, aproveché la oportunidad para colocarnos a ambos donde yo
deseaba estar. Ella no usó ninguna palabra de seguridad, y le hice más
daño del que podía soportar… cuando le había prometido que jamás lo
haría.
Soy un completo gilipollas.
¿Cómo podría volver a confiar en mí después de eso? Es normal que se
haya marchado.
Además, ¿por qué narices iba a querer estar conmigo?
Se me pasa por la cabeza emborracharme. No lo he hecho desde que
tenía quince años. Bueno, sí, una vez, a los veintiuno. No soporto perder el
control; sé lo que el alcohol puede hacerle a uno. Me estremezco y cierro
la mente a esos recuerdos, y decido que es mejor que me vaya a dormir.
Tumbado en la cama, rezo por no soñar nada. Pero, si tengo que soñar,
quiero que sea con ella.
Hoy mami está muy guapa. Se sienta y me deja que le cepille el pelo. Me
mira en el espejo y pone esa sonrisa especial. La sonrisa especial que tiene
para mí. Se oye un ruido fuerte. Algo se ha roto. Es él, ha vuelto. ¡No! —¿Dónde coño estás, puta? He traído a un amigo que te necesita. Tiene
pasta.
—Mami se pone de pie, me coge de la mano y me empuja dentro del
armario. Me siento sobre sus zapatos y procuro estar callado mientras me
tapo las orejas y cierro los ojos con fuerza. La ropa huele a mami. Me
gusta su olor. Me gusta estar aquí. A salvo de él. Está gritando.
—¿Dónde está ese puto mequetrefe?
Me ha cogido del pelo y me saca del armario.
—No quiero que estropees la fiesta, mierdecilla.
Le pega una bofetada fuerte a mami.
—Házselo bien a mi amigo y te conseguiré un pico, puta.
Mami me mira con lágrimas en los ojos. No llores, mami. Otro hombre
entra en la habitación. Un hombre grande con el pelo sucio. El hombre
grande le sonríe a mami. Me llevan a la otra habitación. Él me tira al
suelo de un empujón y me hago daño en las rodillas.
—¿Qué voy a hacer contigo, mocoso de mierda?
Huele mal. Huele a cerveza y está fumando un cigarrillo.
Despierto. El corazón me va a cien, como si hubiera recorrido cuarenta
manzanas a todo correr para escapar de los perros del infierno. Salto de la
cama mientras entierro el sueño en lo más recóndito de mi conciencia y
me apresuro a ir a la cocina a por un vaso de agua.
Necesito ver a Flynn. Las pesadillas son cada vez peores. No las tenía
cuando Ana dormía a mi lado.
Mierda.
Nunca me había dormido con ninguna de mis sumisas. Bueno, nunca me
había apetecido hacerlo. ¿Es porque me daba miedo que me tocaran
durante la noche? No lo sé. Hizo falta que una chica inocente se
emborrachara para demostrarme lo apacible y agradable que puede llegar
a ser.
Sí que había mirado a mis sumisas mientras dormían, pero siempre con
el propósito de despertarlas para obtener un poco de alivio sexual.
Recuerdo haber estado horas enteras observando a Ana dormida en el
Heathman. Cuanto más la miraba, más guapa me parecía: su piel sin
mácula resplandecía bajo la tenue luz, el pelo oscuro se extendía sobre la
almohada blanca y las pestañas le temblaban mientras dormía. Tenía la
boca entreabierta y se le veían los dientes, y también la lengua al pasársela por los labios. Simplemente observarla fue una experiencia de lo más
excitante. Y cuando por fin me puse a dormir a su lado, escuchando su
respiración regular, contemplando cómo subían y bajaban sus pechos cada
vez que tomaba aire, dormí bien, muy bien.
Entro en el estudio y cojo el planeador. El simple hecho de verlo me
arranca una sonrisa de ternura y me reconforta. Me siento orgulloso de
haberlo construido, y a la vez ridículo por lo que estoy a punto de hacer.
Fue su último regalo para mí. El primero desde que empezó a ser… ¿qué?
Claro. Ella misma.
Se había sacrificado a sí misma para satisfacer mis necesidades, mi
ansia, mi lujuria, mi ego; mi puto ego malherido.
Mierda. ¿Desaparecerá alguna vez este dolor?
Aunque me siento un poco tonto al hacerlo, me llevo el planeador a la
cama.

***
—¿Qué le apetece desayunar, señor?
—Solo un café, Gail.
La señora Jones duda.
—Señor, ayer noche no se comió la cena.
—¿Y qué?
—Que igual se pone enfermo.
—Gail, solo un café. Por favor. —Con eso la hago callar. No es asunto
suyo.
Ella frunce los labios, pero asiente y se vuelve hacia la Gaggia. Me
dirijo al estudio para recoger los documentos de la oficina y buscar un
sobre acolchado.

***
Llamo a Ros por teléfono desde el coche.
—Buen trabajo con los preparativos para SIP, pero hace falta revisar el
plan de negocio. Vamos a hacer una oferta.
—Christian, es demasiado pronto.
—Quiero que nos demos prisa. Te he enviado por e-mail mi opinión
sobre el precio de la oferta. Estaré en la oficina a partir de las siete y
media; nos reuniremos allí.
—Si estás seguro…
—Lo estoy.
—De acuerdo, llamaré a Andrea para que programe esa reunión. Tengo
las estadísticas de la comparativa entre Detroit y Savannah.
—¿Y cuál es la conclusión?
—Detroit.
—Ya.
Mierda. No ha salido Savannah.
—Hablamos luego.
Cuelgo. Me arrellano en el asiento trasero del Audi y le doy vueltas a la
cabeza mientras Taylor se abre paso a toda velocidad entre el tráfico. Me
pregunto cómo se las arreglará Anastasia para desplazarse hasta el trabajo
esta mañana. A lo mejor ayer compró un coche, aunque lo dudo, y no sé
por qué. Me pregunto si está tan hecha polvo como yo; espero que no. Tal
vez se haya dado cuenta de que yo no era más que un ridículo capricho
pasajero.
Es imposible que me quiera.
Y menos ahora, desde luego, después de todo lo que le he hecho. Nadie
me había dicho jamás que me quería, excepto mis padres, claro, pero
incluso ellos lo hacen por su sentido del deber. Me viene a la mente la
palabrería de Flynn sobre la incondicionalidad del amor parental, aun
cuando se trata de niños adoptados, pero nunca me ha convencido. Para
ellos no he sido más que una decepción.
—¿Señor Grey?
—Lo siento, ¿qué pasa?
Taylor me ha pillado fuera de juego. Ha abierto la puerta del coche y
está esperando a que salga con cara de preocupación.
—Hemos llegado, señor.
Mierda… ¿Cuánto tiempo llevamos aquí?
—Gracias. Ya te diré a qué hora tienes que venir a buscarme por la
tarde.
Céntrate, Grey.

***
Andrea y Olivia me miran cuando salgo del ascensor. Olivia pestañea y se
coloca un mechón de pelo detrás de la oreja. Dios, estoy hasta el gorro de
esa idiota. Tendré que pedirles a los de Recursos Humanos que la
trasladen a otro departamento.
—Un café, Olivia, por favor… y también un cruasán.
La chica se levanta de inmediato para seguir mis instrucciones.
—Andrea, ponme al teléfono con Welch, con Barney, luego con Flynn y
después con Claude Bastille. No quiero que me moleste nadie, ni siquiera
mi madre. A menos que… A menos que llame Anastasia Steele,
¿entendido?
—Sí, señor. ¿Quiere que revisemos ahora la agenda?
—No, antes necesito tomarme un café y comer algo.
Miro con mala cara a Olivia, que avanza hacia el ascensor a la
velocidad de un caracol.
—Sí, señor Grey —dice Andrea tras de mí cuando ya estoy abriendo la
puerta de mi despacho.
Saco del maletín el sobre acolchado que contiene mi posesión más
preciada: el planeador. Lo coloco sobre el escritorio, y a mi mente acude
la señorita Steele.
Esta mañana se estrena en su nuevo empleo, conocerá a personas
nuevas… a hombres nuevos. La idea me resulta dolorosa. Me olvidará.
No, no me olvidará. Las mujeres siempre recuerdan al primer hombre
con quien han follado, ¿verdad? Siempre ocuparé un lugar en su memoria,
aunque solo sea por eso. Pero yo no quiero ser un simple recuerdo;
quiero que me tenga presente. Necesito que me tenga presente. ¿Qué puedo
hacer?
Llaman a la puerta y aparece Andrea.
—El café y los cruasanes que ha pedido, señor Grey.
—Pasa.
Se apresura a acercarse y su mirada recae en el planeador, pero tiene la
sensatez de morderse la lengua. Deja el desayuno sobre el escritorio.
Café solo. Buen trabajo, Andrea.
—Gracias.
—Les he dejado mensajes a Welch, Barney y Bastille. Flynn llamará
dentro de cinco minutos.
—Bien. Quiero que canceles todos los compromisos sociales que tengo
para esta semana. Nada de comidas, y nada de asistir a ningún acto por la
noche. Arréglatelas para ponerme con Barney y busca el teléfono de una
buena floristería.
Lo va anotando todo como puede en su libreta.
—Señor, solemos trabajar con Arcadia’s Roses. ¿Quiere que les pida
que manden algún ramo de su parte?
—No, pásame el número, me encargaré personalmente. Eso es todo.
Ella asiente y se apresura a marcharse, como si no viera la hora de salir
de mi despacho. Al cabo de un momento suena el teléfono. Es Barney.
—Barney, necesito que me hagas un pie para una maqueta de planeador.

Christian Durante La RupturaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora