Capitulo 8

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Estamos follando. Follando duro. En el suelo del baño. Es mía. Me hundo
en ella, una y otra vez. Me deleito con ella: su tacto, su olor, su sabor. La
sujeto por el pelo para que no pueda moverse. La sujeto por el culo. Sus
piernas alrededor de mi cintura. La tengo inmovilizada. Me envuelve como
si fuera seda. Sus manos me tiran del pelo. Ah, sí. Me siento en casa, ella
es mi hogar. Aquí es donde quiero estar... dentro de ella...
Ella... es... mía. Cuando se corre, sus músculos se tensan, aprisionan mi
miembro, y echa la cabeza hacia atrás. ¡Córrete para mí! Grita, y yo la
sigo... Oh, sí, mi dulce, dulce Anastasia. Sonríe, somnolienta, saciada...
oh, y tan sexy...
Se levanta y me mira con esa sonrisa juguetona en los labios, luego me
aparta y retrocede unos pasos sin decir nada. La cojo de la mano y estamos
en el cuarto de juegos. La sujeto sobre el banco. Levanto el cinturón para
castigarla... y ella desaparece. Está junto a la puerta. Pálida,
conmocionada y triste, y se aleja como flotando... La puerta ya no está, y
ella se aleja más aún. Alarga las manos en un gesto de súplica.
-Ven conmigo -susurra, pero sigue retrocediendo y desvaneciéndose...
desapareciendo frente a mis ojos... evaporándose... Se ha ido.
-¡No! -grito-. ¡No!
Pero no tengo voz. No tengo nada. Estoy mudo. Mudo... otra vez.
Despierto aturdido.
Mierda, ha sido un sueño. Otro sueño vívido.
Aunque diferente.
¡Dios! Mi cuerpo está todo pegajoso. Por un instante revivo una
sensación que había olvidado hace mucho tiempo, una sensación de miedo
y euforia... pero ahora ya no pertenezco a Elena.
¡Madre de Dios! Ha sido una corrida monumental. No me pasaba esto
desde que tenía... ¿cuántos años?, ¿quince?, ¿dieciséis?
Sigo acostado, a oscuras, asqueado de mí mismo. Me quito la camiseta y me limpio con ella. Hay semen por todas partes. Me sorprendo
sonriendo, a pesar de la dolorosa sensación de pérdida que siento. El
sueño erótico ha merecido la pena. El resto... joder. Me doy la vuelta y
sigo durmiendo.

***
Él se ha ido. Mami está sentada en el sofá. Callada. Mira la pared y a
veces parpadea. Me pongo delante de ella, pero no me ve. Muevo una mano
y entonces me ve, pero me hace un gesto para que me vaya. No, renacuajo,
ahora no. Él le hace daño a mami. Me hace daño a mí. Me duele la
barriga, vuelve a tener hambre. Estoy en la cocina, busco galletas. Acerco
la silla al armario y me subo. Encuentro una caja de galletas saladas. Es lo
único que hay en el armario. Me siento en la silla y abro la caja. Quedan dos. Me las como. Están buenas. Lo oigo. Ha vuelto. Salto de la silla, voy
corriendo a mi habitación y me meto en la cama. Me hago el dormido. Él
me clava un dedo.
-Quédate aquí, mierdecilla. Voy a follarme a la puta de tu madre.
No quiero volver a ver tu asquerosa cara el resto de la noche, ¿lo entiendes?
No le contesto y me da una bofetada.
-O te quemo, pequeño capullo.
No. No. Eso no me gusta. No me gusta que me queme. Duele.
-¿Lo pillas, retrasado?
Sé que quiere que llore. Pero es difícil. No consigo hacer el sonido. Me
da un puñetazo...

***
Vuelvo a despertar sobresaltado y jadeando, y me quedo tumbado a la
pálida luz del amanecer esperando a que se me calme el corazón,
intentando deshacerme del acre sabor a miedo que tengo en la boca.
Ella te salvó de esta mierda, Grey.
No revivías el dolor de estos recuerdos cuando ella estaba contigo. ¿Por qué has dejado que se marchase?

Miro el reloj: las 5.15. Hora de salir a correr.

***
Su edificio tiene una apariencia lúgubre en la penumbra; aún no le
alcanzan los primeros rayos de sol: una estampa apropiada que refleja mi
estado de ánimo. Su apartamento está a oscuras, aunque las cortinas de la
habitación en la que me fijé ayer permanecen echadas. Debe de ser su dormitorio.
Confío desesperadamente en que esté durmiendo sola ahí arriba. La
imagino acurrucada en su cama de hierro forjado blanco; Ana hecha una
pequeña bola. ¿Estará soñando conmigo? ¿Le provocaré pesadillas? ¿Me habrá olvidado?
Nunca me había sentido tan desgraciado, ni siquiera de adolescente. Tal
vez antes de ser un Grey... Mi memoria retrocede de nuevo. No, no...
pesadillas estando despierto no, por favor. Esto es demasiado. Me pongo
la capucha, me escondo en el portal de enfrente y me apoyo en la pared de
granito. Me asalta el espantoso y fugaz pensamiento de que podría
pasarme aquí una semana, un mes... ¿un año? Vigilando, esperando
conseguir al menos un atisbo de la chica que era mía. Duele. Me he
convertido en lo que ella siempre me ha acusado de ser: en su acosador.
No puedo seguir así. Tengo que verla, comprobar que está bien.
Necesito borrar la última imagen que conservo de ella: herida, humillada,
derrotada... y dejándome.
Tengo que idear la forma de conseguirlo.

Christian Durante La RupturaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora