Domingo

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Es domingo. Es domingo y la ciudad calla. Es domingo y poco o nada se oye. Ni los pájaros hablan. Los coches sí pasan, acompasados, sobre la alfombra de asfalto caliente. Yo ahora estoy aquí, de pie, escuchando los sonidos de la plaza. El tráfico se anima con el ruido de las guaguas estacionadas y su motor en marcha. Es un ronroneo metálico que te atrapa, se te mete en la cabeza y te hace carburar una amalgama de pensamientos sin aparente sentido. Levanto la cabeza y fijo mis sentidos en las palmeras, en el cielo, en las montañas que atisbo a vislumbrar entre los edificios ocres y amarillos. El sol lo inunda todo en su día (sun-day), envía sus miles de millones de fotones que se cuelan entre la ciudad. Recorren calles y edificios, parques y jardines, calientan nuestros cuerpos físicos y dan alimento a nuestra alma. Como el milagro de los panes y los peces, como el maná del Antiguo Testamento. 

Estoy dentro de la guagua siguiendo el mismo trayecto día tras día, 6 días a la semana, 24 días al mes, 264 días al año. Es un viaje de 30 minutos que me sirve de introspección. Durante el trayecto cojo mi libreta y mi bolígrafo y dejo que el corazón guíe mi mano, me entrego por completo a la imaginación y a la creatividad y dejo que todo ello me invada. Escribo y escribo sobre lo que veo y sobre lo que siento. 

Puedo imaginar que la guagua es un gigante gusano amarillo que en sus tripas lleva los hilos del destino que mueve nuestras vidas. Puedo sentir que a mi lado, sentada, se encuentra la voz de mi conciencia, disfrazada con unas bermudas de dudoso gusto y un rostro serio con ojos escondidos detrás de unas opacas gafas de sol. Detrás puedo escuchar las voces del pasado, de tribus del desierto cuyo lenguaje esconde los códigos internos de la sabiduría universal. Enfrente de mí se ha sentado la inocencia, la dulce sonrisa de la creación en un rostro casi imberbe. Siento el peso del tiempo, el paso de los años de este espacio tridimensional en el rostro arrugado y cansado, en el escaso pelo engominado y en  la mueca de permanente disgusto que acompaña a un hombre que se baja en la parada. 

Puedo ver, sentir e imaginar tantas cosas dentro de esta guagua. Puedo volar con una sola pluma, ésta que me acompaña siempre, los 7 días de la semana, los 30 días del mes, los 365 días del año. Ésta que hace que un trayecto de 30 minutos se convierta, cada día, en una aventura diferente donde mis pensamientos, libres, vuelan con energía, sin miedo, directos al cielo. 

Prosa lírica y oníricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora