Eva y Manuel

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Pongamos una fecha al azar y comencemos a explicar toda una vida. Digamos, por ejemplo, que Manuel conoce a Eva en un simposio de protésicos dentales y que, día tras día, y noche tras noche desde la fecha en que se conocieron hasta la actual, no dejaban de decirse verdades con los ojos, verdades simples y bellas, como los versos infantiles que hablan de golosinas y perdices.

Día a día, noche a noche, llenaban páginas etéreas de un diccionario que no recogía palabras sino frecuencias, oscilaciones y deslizamientos de sentimientos que partían desde el corazón y el plexo solar. Después de más de 20 años juntos Manuel y Eva estaban en condiciones de fundar la Real Academia del Amor sin palabras, ya que habían construido todo el andamiaje de una comunicación expresada mediante, por ejemplo, el erizamiento del vello de los brazos, el sutil escalofrío de la espina dorsal o el tenue movimiento de los senos nasales; toda una infinitud de mensajes de una heterogeneidad tal que se podría pensar perfectamente que no había ninguna conexión entre ellos de no ser por un detalle simple y crucial a la vez: su raíz. La raíz de todo ese idioma inventado, de toda esa arquitectura gestual e intuitiva era:

El amor.

El amor era el principio y el nexo, la partícula fundamental, la cuerda vibratoria en torno a la cual giraba todo el universo de la Real Academia del Amor sin Palabras. Era el amor el que dotaba de significado a toda una vida juntos de Manuel y Eva.

El amor dotó a dos personas mudas de las herramientas necesarias para construir juntos, día a día y noche a noche, un lenguaje universal de gestos y miradas.


Prosa lírica y oníricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora