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— ¡Samuel! — comentó Gabriela, que al momento tome a Mariza del hombro.

—wau— sus ojos se sobresaltaron, al mirar a Mariza, de inmediato extendió su mano derecha —soy Gabriela— dijo mientras se lleva un rizo detrás de su ojera, la chica se quedó inmóvil, no extendió su mano, más solo alzo su tono de voz —Es un gusto conocerte Gabriela, por cierto mi Nombre es Mariza—Dijo al tiempo que reposo su cabeza en mi pecho, dejándome en el momento más incómodo.

—Aun sigues en tu loca idea de capturar recuerdos— mencionó alzando sus ojos grandes y redondos, mientras, tomaba en sus manos la cámara, llevándola cerca de su rostro, dando un clic—Los recuerdos, pertenecen a las personas que somos y en que nos hemos convertido, para así mirar atrás intentando olvidar llagas o tal vez solo mirar atrás para revivir momentos, donde la felicidad estuvo en plenitud—comentó Mariza.

Gabriela enarco las cejas sonriendo, llegamos al final de la calle, pues la plática había durado cinco cuadras, con momentos incómodos, acompañados de miradas cruzadas. Gabriela se despido mientras zigzagueada los automóviles llegando a la otra acera, con paso ligero la perdí entre la multitud del centro comercial. 

—Necesito recargar esta cosa — dijo mientras aquel brazalete se movía en su muñeca.

—primero iremos al mirador, en el quiosco de allí lo cargaremos — comente, con mala gana —Gracias por salvarme Mariza— dije en un tomo desanimado.


El clima había cambia, el viento soplaba, llevando el cabello de Mariza hacia su rostro, que a pocos pasos se la hato en una cola de caballo; en las alturas tus ojos son el panorama hacia aquella ciudad, donde, no solo son quiteños, una ciudad que acoge a todo viajero, a personas que se arriesgan a salir de sus provincias y conseguir una vida mejor. Lo único que nos detiene es aquel barandal, tú el abismo y la ciudad.

—Por suerte siempre llevo una batería adicional— mencione sacando un objeto rectangular del morral, tome la muñeca de Mariza, pretendí encontrar un botón que abriese aquel brazalete, — ¿Qué haces? — Interrumpió con un tono dubitativo —Pues intento quitártelo— repuse, pero al periquete retiro su mano con brusquedad, llevándola a su pecho. —No es necesario— tanteo sus dedos rodeando el objeto —Aquí, puedes conectar el cargador— aclaro, abriendo un pequeño agujero, al conectar el cable USB, el brazalete negro cambio de color, a un amarillo pálido, por consiguiente a un verde agua, después aun celeste cálido.

—Seguirá cambiando de color, cuando llegue al blanco, estará completamente cargado.....bueno eso dicen— dijo con una sonrisa en su rostro alargado.

—¿Porque dejar a Gabriela?— pregunto de repente, baje la cámara que tenía fija en la virgen de aquella loma del panecillo, voltee a mirarla.

—Pues lo ha hecho ella— respondí en susurro, deje caer la cámara que se sostenía en mi cuello, con los codos en el barandal comencé hablar.

—Es una larga Historia, que no vale la pena ser contada—mencione, mientras Mariza soltó una sonrisa burlona.

—Enserio esta cosa se demora mucho en cargar— refuto, llevándose un mechón de cabello tras la oreja.

Exactamente soy de las personas que no apetecen hablar, más solo se limitan a contestar preguntas, pero Mariza pensaba que charlar es un Arte, cayendo en cuenta que el silencio no le agrada.

Unos pasos atrás un grupo de jóvenes se aproximaron al pasamanos, uno de ellos llevaba un teléfono , mientras se reproducía una canción en alta voz, Mariza comenzó a tararear, llevando aquel ritmo hacia sus dedos que comenzaron a simular un teclado en el barandal y llegando al coro empezó a cantar.

Cuando las luces se apagan

Cuando Noviembre llega

Puedo escuchar tu voz, en la azotea

Tú forma de ser sarcástico,

Fue tu Marca, fue tu insignia.

La la la la la la lalalalalala

(No me acuerdo de la letra)

La la la

//Solo quiero poder decir Adiós//

Escucharla cantar cambio mi estado de ánimo, si le pagaran por cada vez que me ha hecho reír, esta chica seria millonaria.

Un leve silbido salió del brazalete, que se tornaba totalmente blanco.

— ¡Por fin! —vocifero Mariza retirando el cable USB del puerto, al tiempo unas chicas reían al otro extremo del balcón agitando la fotografías instantáneas.

—Enserio, gracias por la batería — aclaro meneando el brazalete en su muñeca—Odio andar por allí con aquel Bastón Blanco—dijo Mariza arrugando la nariz

El atisbo que rondaban en mi mente, se habían aclaro con aquellas palabras. Podías ver a Mariza caminando en el Parque, sentada en el cinema, como toda persona Normal, porque, sabía disimular muy bien, aquellos ojos solo tenía color, pero, escaseaban de vida.

— ¿Dónde Me encuentro? — Pregunto la chica.

—Mirador Yaku, Museo del Agua— respondió el Brazalete, al momento Mariza levanto los brazos inhalando aire, que a pocos segundo exhalo cerrando sus ojos, sumergiéndose en algún recuerdo.

­—En sexto grado, la escuela organizo una visita a este Museo, lo único que me agradaba es sentir el viento y ver brillar el sol sobre la ciudad— dijo, manteniendo sus ojos cerrados.

— ¿Cómo puede un ser humano mantener recuerdos sin ser borrados? — Se preguntó.

La mente es frágil, por ello la vida es capturada en pequeños momentos, como en tu Cumpleaños número uno, tu no lo recuerdas y nadie lo recuerda, pero en aquel pedazo papel, te miras con un gorro que da vergüenza, una torta que lleva tu nombre y vez a tu Madre en los días de su juventud. También, cuando tu madre te  ha obligado a salir en el pase del niño, ¿lo recuerdas?, cada año en Diciembre, con imágenes escasas en tu cerebro, ¿Cómo podía recordar algo que sucedió hace Nueve años?, pero al mirar el vídeo casero, tu memoria se activa, recordando, como caminabas a regañadientes, vestido del pastorcito numero ciento cincuenta y tres.

No era nada fácil responder a esta pregunta.

El Color de sus OjosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora