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—Hey, Samuel aquí viene la chica de los viernes — susurro Henry acercándose de forma indiscreta.

Alce la mirada hacia la fila de personas que esperaban con ansias al estreno de una película, en cuya hilera se encontraba Mariza, con aquel abrigo Marrón que le llegaba hasta sus rodillas. Henry que se encontraba a mi derecha, ordeno que deje pasar a la muchedumbre, con el boleto en la mano, cada joven comenzó a pasar a la sala cinco. En cada estreno era "siguiente, siguiente, disfrutar de su película", pues un vaso agua me vendría bien.

—Hola Samuel— menciono, mientras sostenía el boleto en su mano derecha, la tomé respondiendo el Saludo, disfrute de la Película, fueron mis palabras, al momento que Mariza sonrió.

La noche se había apoderado del centro comercial, la película tenía una duración de exactamente dos horas, pero la gente comenzó a salir a la hora y treinta minutos, en cinco minutos los pasillos del cinema estaban solos. Pues era la última función y lo único que quedaba por hacer era el aseo de la sala cinco. Las leves luces se encendieron dando aviso que la película había terminado, pero en su interior aún se escuchaba la banda sonora, en cuya pantalla se desplazaban los créditos del estreno. Y en el asiento número 25B aún seguía Mariza.

— ¿tienes miedo a las alturas? — pregunto, llevándose una palomita a la boca.

—No— respondí, llevando unas bolsas vacías de palomitas al basurero.

Mariza comenzó a bajar muy despacio los escalones, se detuvo y un destello de temor, se formó en el rostro de Mariza.

—Aún sigo aquí— repuse acercándome al escalón, ella sonrió levemente.

—Electricidad en el cuerpo, adrenalina — dijo Mariza.

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Cada mañana en el trole encontraba a Mariza, siempre dirigiéndose al mismo lugar, siempre bajando del trole en la misma estación. Después de tantas mañanas, una de ellas, la seguí, caminaba derecha, contando los pasos y no podía faltar el abrigo, aun siendo una mañana cálida, cubría su cabeza con aquella capucha que era aún más inmensa.

A unos pasos más adelante, quebró hacia la izquierda, llegando a un callejón, donde al final se encontraba una puerta, apretó la manija y cerro tras ella, en su interior, una recepción que no carecía de luz, al acercarme, intente hablar, pero al instante la recepcionista lo hizo primero.

—Has asistido por el programa de entrenamientos— dijo, sacando un formulario del archivero —si no tienes un entrenador, podemos proporcionarte uno, nos especializamos en la gimnasia, si te interesa podemos programar una prueba para el día...... — saco una agenda, mientras revolotea en las páginas, al lado izquierdo de la habitación, la pared era de Vidrio, hacia el otro lado se encontraba, una sala de entrenamiento enorme, pues allí, estaba Mariza, sobre una cama elástica brincando, y en cada segundo más y más alto—Para el día de mañana— interrumpió, la recepcionista mientras anotaba en su agenda.

—No es necesario— refute, que al tiempo, la señora cerro su agenda con brusquedad.

—Aquella, chica— señale, hacia Mariza, que al momento la recepcionista entrono sus ojos a través del cristal

—ah, Mariza ........, solo viene por la cama elástica— dijo, mientras tomaba asiento tras aquel escritorio.

El sonido de los resortes, hacía eco en la habitación.

Me quite los zapatos y de un solo salto aterrice en la cama elástica interrumpiendo el próximo salto de Mariza, que desde ese punto podía escuchar su corazón, que al tiempo su respiración es acelerada.

— ¿Adrenalina? — dije entre tanto silencio.

—Hola— dijo con entusiasmo—pues si— agrego, cruzo sus piernas, tomo asiento, que al tiempo nuestros pies tuvieron contacto.

—Es el único lugar donde puedo sentirme en lo alto— dijo, cerrando sus ojos.

—No, existen muchos lugares— repuse. Tomándome los pies, —por ejemplo, el mirador...—

—El mirador yaku, la Foresta, el mirador de la cima del panecillo, además el del parque Itchimbía, el mirador Cruz Loma..........— menciono enumerando con sus dedos, pues había ido a todos y ninguno de ellos tenía la satisfacción completa que buscaba Mariza. Con un leve movimiento tomo mis manos y halo hacia ella, pues me había congelado ante aquello.

—Ya que estas aquí, salta conmigo— menciono, interrumpiendo mí espacio personal.

Comenzamos con un leve salto.

—una amiga de mi madre, ha tomado unas vacaciones y ha mencionado que visitara algunos lugares, del Ecuador— repuso, entre otro salto, que al tanto su cabello perdía la gravedad. —pues le eh pedido que me llevase, pero mi madre se ha opuesto rotundamente; quiero por una vez en la vida, irme sola y que nadie me vigile, pero aquello no lo comprenden— agrego, mientras nuestros pies tomaban impulso en la cama elástica.

— ¿y tú qué es lo que más quieres en esta vida? — pregunto, agitando sus manos, si aquella pregunta hubiese sido analizada con todo lo que pasaría, hubiese respondido, que lo único que quería, es estar junto a ella. Pero sabes que algunas personas, somos absolutamente estúpidos, sin saber, que todo lo que tienes está frente a tu nariz.  "No puedes vivir del amor", decía Susana, pero cuan equivocada estaba.

—poder fotografiar grandes momentos, que están escondidos allí, pero de algunas manera se las encontrara— mencione, que al tiempo llevaba aire hacia los pulmones.

—Enserio eres aburrido—repuso, con su voz cantarina. Solté una carcajada en son de burla.

—Son las nueve de la mañana en punto, son las nueve de la mañana punto— era aquella irritable voz del brazalete; bajamos, sobre aquel suelo pulido yacían nuestros zapatos.

—Déjame ayudarte— mencione, mientras tomaba su calzado amarillo, con sus piernas colando en la cama elástica, le coloque los zapatos.

Al salir de aquel callejón, aquella chica engancho su brazo hacia el mío, caminamos todo derecho llegando al Parque la Carolina, pues la conversación nos había llevado hasta allí.

No recuerdo cómo llegamos al tema de las bicicletas, pero a la tarde, Mariza había insistido mucho que le enseñase a montar una. En las casetas del Parque pedimos una bicicleta, pues contenía una canasta y además un timbre, que al tocarla, Mariza río, —dime al menos que no es rosada— dijo con una mueca en su rostro, no lo era —su color predominante es Rojo—conteste, tomando el volante, la llevamos a pocos pasos de allí, encontramos un lugar donde escaseaba la gente. Tome las manos de Mariza y las coloque sobre el volante, mientras ella montaba la bici, le explicaba que si tiene miedo de caer, solo frene, creo que no era el mejor consejo. Puso sus pies sobre el pedal, mientras la sostenía con una mano desde el asiento y con la otra desde el mango del volante, comenzó a pedalear despacio, se balanceaba mucho —es como cuando comienzas a caminar, tienes miedo de caer, pero con el tiempo, pierdes el miedo y empiezas a correr— comente, Mariza paro — Es más difícil de lo que creí— aclaro, llevando sus manos a la cintura —Cuando caminas cuentas tus pasos, porque te sientes confiada, pues hazlo así— repuse, monto nuevamente, a los cinco minutos comenzó a contar cada pedaleo, pues con una sonrisa amplia en su rostro sabía que estaba montando una bicicleta sin ayuda, pero a pocos pasos, levanto sus brazos, se había soltado del volante, corrí frenéticamente, alcanzándola caímos sobre pasto, y en vez de miedo Mariza solo sonreía, pues se encontraba sobre mí, mientras intentaba respirar mencione —Confiarte una bicicleta, no es bueno— al momento apoyo su cabeza en mi pecho, pues, desde allí podía escuchar el corazón.


El Color de sus OjosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora