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— Puedo hacerte una pregunta — dije mientras caminábamos en aquellas calles pequeñas de la ciudad, rodeados por casas coloniales, con el frió característico de la mañana.

—Por supuesto— respondió llevando un mecho de su cabello al interior de su gorra, que al momento la puerta de una casa se abrió, una mujer salía con su hijo, que al parecer lo despedía con un beso, el niño tomo la mochila y camino cuesta arriba agitando su mano mientras se alejada, mire a Mariza de inmediato solo quería hacerle preguntas, pero temía que la ofendiera, a los minutos ella noto el silencio.

—Suelen hacerme preguntas cuándo me relaciono con nuevas personas, toma un antifaz para dormir colócate e intenta hacer las cosas habituales y después me cuentas cómo se siente, casi siempre suelo responder así — dijo mientras entramos al estrecho callejón, en su tono de voz podías deducir que odiaba responder aquellas preguntas, ¿cuantas veces había respondido de esa manera?

—Solo quería preguntar si por la tarde quieres hacer una paseo— mentí mientras colocaba la mochila en sus manos.

—A las cuatro, en la estación Ejido— aclaro, se colocó la mochila mientras ajustaba las correas entro al estudio.

Ya eran dos semanas que nos habíamos instalado en la nueva casa y aun no desempacado todo, quería darle una sorpresa a Mama, así pues empecé abrir las cajas, pues la mayoría pertenecía a la cocina, vajillas, vajillas y más vajillas, al abrir la si...

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Ya eran dos semanas que nos habíamos instalado en la nueva casa y aun no desempacado todo, quería darle una sorpresa a Mama, así pues empecé abrir las cajas, pues la mayoría pertenecía a la cocina, vajillas, vajillas y más vajillas, al abrir la siguiente caja encontré parte de mi niñez, pues Mamá los había guardado durante años, pequeños objetos, como los primeros zapatos que caben en la palma de la mano, la carta del Día de las madres, al cabo unos minutos en la caja solo había un sobre manila mediano, debía de tener años debido a su color opaco, no estaba sellada, vertí el sobre encima del sofá, eran fotografías, una de ellas un joven alto abrazaba a mi Madre joven, ella sonreía, aquella sonrisa que nunca la había visto, en otra, sentados tomando un café, con una ventana nublosa de fondo, al reverso de la fotografía tenía escrito.

Ya eran dos semanas que nos habíamos instalado en la nueva casa y aun no desempacado todo, quería darle una sorpresa a Mama, así pues empecé abrir las cajas, pues la mayoría pertenecía a la cocina, vajillas, vajillas y más vajillas, al abrir la si...

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—pensé que estarías trabajando— dijo Mama que al instante tomo siento en el sofá, alce la mirada, tomo la fotografía, pues al momento sonrió, tal vez fue lo más hermoso de su vida.

—Aquel día...—comenzó diciendo pero al instante interrumpí —tengo Hambre— me puse de un salto en pie —que dices si por hoy almorzamos a fuera— agregue, mientras con toda velocidad devolvía los objetos a la caja, no quería escucharla.

—Samuel, solo.. — dijo mientras me halo hacia el sofá, con un simple movimiento resistí.

—Doña Carlita, preparo el Plato del siglo, ¡Tenemos que probarlo! —lo dije con entusiasmo, seguía allí sentada mirando perpleja la fotografía, no soy bueno evadiendo conversaciones simplemente no quería escucharla —no quiero platicar— aclare con los ojos temblorosos, mamá simplemente se limitó a mirarme, intento hablar varias veces, pero dentro de la mente surgía ruegos "No lo digas, no lo digas", con los puños en presión tome el abrigo—nos vemos en la noche— dije, a los minutos tome la llaves, camine hacia la puerta, que a sus pies yacía el correo, tome la única que estaba dirigida hacia mí y salí.

Pues a pocos pasos la abrí, un aviso de la tienda de bicicletas, que la Tándem ya ha llegado. Durante la semana, he pasado visitando tiendas de bicicletas en busca de una Tándem, la cual solo puedes comprarla bajo pedido, la cual te la entregan a los cinco días.

A las cuatro, sentado en la estación Ejido, Mariza yacía en la entrada, la tome de mano, que al tiempo ella acaricio mi cuello dejándome eclipsado, caminamos platicando de mermeladas, no importaba el tema de la conversación solo quería escucharla, la hice esperar en el parque, sabía que odia aquello; al otro extremo se encontraba la tienda de bicicletas, pues con solo tres meses de mi sueldo, Mariza montaría un bicicleta, sin miedo a caerse, sin miedo a atropellas a las personas, y no sería sola; en el fondo de la tienda me encontré con un hombre robusto, que al momento me entrego la Tándem, es exactamente como en la revista, su color amarillo relucía entre el negro de las ruedas. De regreso visualice a Mariza aun sentada allí, la llame, al aproximarse con exactamente ocho pasos bien contados, lleve sus manos hacia el primer asiento, las extendió y comenzó a palpar el objeto, arrugo su nariz.

—Esta vez no conducirás sola — mencione colocando sus manos en el segundo volante.

—esta semana tenía planeado atropellas a tres personas o más, pero gracias a ti, ya no lo haré— dijo seguido de una risa, había intentado un par de veces hacerlo sola, pero claro que siempre necesitaba un guía y explicarles a las personas que ella es ciega, no siempre salía bien.

Con los pies sobre los pedales, la tenue luz del día se desvanecía con la entrada matinal de la luna, esta vez no era necesario contar, al regresar a mirarla solo pedaleada con sus manos aferraras al volante, la velocidad aumentada volamos contra el viento, donde solo te fijas en cosas irrelevantes porque el momento es relevante, con sus brazos rodeando mi torso pedaleamos hasta que las piernas fueran inútiles, con la negrura de la noche decidimos caminar un poco, ya que nuestros pies eran como tallarines meneándose de un lado al otro.

—Baja batería, el porcentaje corresponde al cinco por ciento— dijo el brazalete tornándose de un color gris, odio aquella voz. Mariza siguió caminado sin hacer caso omiso, esta vez ella no hablaba, esta vez el que temía el silencio era yo.

—espero que una ducha solucione este dolor—agregue intentado que Mariza hablara, pero su mirada no tenía fin.

—Batería baja — al instante Mariza se la quitó — le recomendamos que — lo arrojó al suelo con tanto odio —conecte el cargador— intento pisotearlo una y otra vez, pero su puntería es muy mala, con un solo movimiento la tome entre mis brazos, pero forcejeaba, sus ojos color caramelo se veían asustados, divagaban de un lugar hacia otro.

— ¡MARIZA! — refute intento captar su atención.

—Dime la verdad Samuel— dijo con un tono suave, algo se rompía en su interior, no sabía de qué hablaba.

—Dime que no estás aquí con Mariza, solo por lastima— agrego con un breve susurro.

— ¿Por qué debería tener pena de Mariza? — respondí, su respiración era notable y sus palabras no lograban salir de su cuerpo.

— Porque Mariza no se siente igual y aun no has respondido a mi pregunta— agrego llevando sus manos hacia los bolsillos, el brazalete se había tornado de color negro, lo tome del suelo y colocándomelo en la mano izquierda di un paso frente a ella.

—creo que la pena es diferente a lo que Mariza y yo estamos sintiendo— aclare, acariciando sus mejillas la acerque lo suficiente hacia mí, solo basta un beso para saber qué el mundo dejaba de existir.

El Color de sus OjosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora