II

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¿No les pasa que esperamos demasiado de las personas? ¿Verdad que si?

Bueno, si a la expectativa le agregamos mi ridículo y nada realista plan de ser la novia comprensiva... se podría decir que estoy jodida.

Tuve la conversación más boba y simple con Daniel, cuando me llamó esta mañana para saber como estaba. En lo absoluto mencioné la maravillosa encomienda del doctor, ni de que él también tiene que tomar el mismo medicamento. (¡Felicidades, tienes Clamidia!) Pero él tampoco preguntó acerca de eso. Cuando me preguntó como estaba, lo hacía en general, sólo por hacer la pregunta políticamente correcta.

Mi error más grande, es esperar que haga cosas inesperadas y románticas, como si fuera un príncipe azul salido de un cuento infantil. O creer, que si yo, me intereso en su vida y su estado de ánimo, él también lo hará por mí. Ajá.

Eso no va a pasar, no va a pasar, no va a pasar.

No es ningún mantra, no; es la vil y cruel verdad. Sólo me gusta repetirlo un par de veces, por si acaso Dios se apiada de mí, y me sorprende. Pero no, hasta Dios, piensa que es caso perdido.

Por eso, en mi horario de comida, decidí ir a su oficina, si tenía suerte, tal vez lo arrastraría a mi restaurante italiano favorito, y darle la noticia, o podría fingir demencia, y no comentar nada... No sé como vaya a reaccionar.

-¿Daniel? -Pregunté al llegar. El silencio me hizo sentir escalofríos. O quizás, fue la oficina.

¿Cómo describir la oficina sin sonar malvada?

Desastrosa, esa es la mejor palabra y la menos hiriente: el cenicero siempre está hasta el tope de colillas de cigarro, envoltorios de dulces desperdigados por todo el escritorio, notas, latas vacías. Y para mala suerte de Daniel, la oficina es pequeña, por lo que el desorden es difícil de pasar por alto.

Me senté en su escritorio, al fin y al cabo no tenía nada que hacer y obviamente lo esperaría; pero por alguna extraña razón una nota color naranja me invitaba a que la viera. Cuando vi el nombre a quien le pertenecía el número de teléfono que estaba anotado, sentí como si dentro de mí estomago cayera un chorro de agua caliente.

Para mi suertecita, salgo con un hombre de casi cuarenta años que se divorció por serle infiel a su pareja. Afirma, jura y perjura que ha cambiado, que no es el mismo de antes, pero desgraciadamente, la mala fama le persigue.

El nombre de Gabrielle en esa nota, me hizo rabiar, porque ya sé que clase de persona es: aprovechada y ventajosa. Amiga de mi amigo Ernesto, que a la vez es sobrino de Daniel y que es amigo de esa bruja indecente sin un gramo de elegancia.

Ahora entiendo porque a veces no me contesta el saludo la muy idiota.

Y como si lo hubiese invocado, la razón de mi inusitado odio estaba ahí.

-Hola mi... -Ni siquiera le deje terminar y le puse la nota frente a la cara- ¿Qué? -Preguntó al verla.

-¿Qué negocios tienes tú con esta arrastrada?

-Ninguno -contestó inexpresivo-. Esa nota es viejísima.

Ajá y yo soy Madonna.

-¿Y cómo para que necesitabas esta nota viejísima?

-Antes salíamos a comer... con Ernesto.

Nota mental: Ernesto ya no es mi mejor amigo ¡Maldito Traidor!

-Oh vaya... ahora se le dice comer. -Contesté cruzándome de brazos.

-¿Qué te traes? -Preguntó mientras se sentaba frente a su caos de escritorio y encendía un cigarro, como si verme la cara roja de coraje, no fuera la gran cosa. Si es que a lo mejor lo del rubor encendido es la moda actual, por eso no parezco molesta.

Diez Días sin SexoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora