IV

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  • Dedicado a Azbel Kinomoto
                                    


Ya salió el sol otra vez, para dar vida a un capítulo más de: "Cómo apesta la vida de Regina".

Después de finalmente llegar a mi casa, tuve que aguantarme veinte minutos, del típico sermón de mi madre sobre "Las diez razones para no salir con Daniel".

Es que mis ojos hinchados y llorosos, no pasan para nada como desapercibidos.

Después de escuchar varios "Te lo dije" y "¿Hasta cuando vas a entender?", entré a mi cuarto sintiéndome la mujer más miserable del mundo entero.

Salí de casa para desayunar en la cafetería que esta frente a mi trabajo, porque no estaba con ánimos de soportar otro de los discursitos de mi madre en contra de Daniel. Ni siquiera quería pensar en él. Como tonta había revisado mi celular, pensando tal vez que me habría mandado un mensaje o quizá una llamada perdida, pero el celular estaba tal y como lo dejé por la noche.

Algunos se quejan de que no tienen una relación y que se sienten solos, yo en este punto preferiría añorar a ese príncipe azul imaginario que tener a un hombre que se disfraza de príncipe de vez en cuando y te deja con un palmo de narices casi siempre.

Me estacioné en mi lugar de todos los días, y rápidamente entré en la cafetería, apenas si encontré un espacio en la barra, porque el local estaba a reventar.

Ordené un par de waffles con fruta y un café, que casi los devoro de una mordida cuando me los sirvieron. Cuando ya estaba lista para pedir la cuenta, soy interrumpida por un ángel... perdón por Rodrigo.

—Buenos días —saluda con demasiado entusiasmo para ser las ocho de la mañana—. Vaya, este lugar siempre está lleno. 

Le regreso la sonrisa. Por un momento pienso que quizás este día no será tan malo, si al menos tengo la oportunidad de charlar con alguien.

—Buenos días —mi voz suena ronca—. Acostúmbrate a verlo así de lleno siempre, está cerca del despacho y de los tribunales, la mayoría come aquí.

—¿Te has resfriado?

—Eso parece —miento—. ¿Listo para un día de locura? —Asiente con una sonrisa, mientras Andy me entrega la cuenta, saco de mi cartera un poco más del total y se lo doy— Gracias Andy, como siempre estuvo delicioso, quédate con el cambio. —Andy, es una mesera un poco mayor, que trabaja ahí desde que tengo uso de memoria.

Ella simplemente me dijo "Gracias", y le entrega a Rodrigo un café y un panque para llevar. Acomodo un poco mi falda y camino en silencio hacia la salida, Rodrigo me sigue.

—¿Qué te parece si almorzamos juntos? —Me pregunta mientras cruzamos la calle.

—Me parece bien, ¿a dónde quieres ir? —lo miro fijamente, la verdad es que no me desagradaba la idea, además siempre almuerzo sola, o pierdo mi tiempo con Daniel en su oficina, en lugar de comer algo.

—Sé que está un restaurante italiano cerca del juzgado, creo que se llama...

—Capri Trattoria —contesto antes de que pueda terminar—. Te va a encantar.

—Tenemos que ponernos al día, tenemos tiempo sin vernos.

—Parece como si te hubieras marchado una década. —Digo tristona.

Avanzamos en silencio, hasta en la oficina, y vamos directo a mi escritorio.

—Bueno, al menos siempre es seguro que nos veamos en los cumpleaños de Armando. —Digo recordando la última fiesta de nuestro jefe.

—Si, en el último cumpleaños no mencionaste que salías con alguien. —Por alguna extraña razón, el tono suena irritado.

—¿Me vas a decir lo mismo que los demás? 

Diez Días sin SexoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora