III

10.6K 222 12
                                    


Todos sabemos lo que es un beso insignificante en la mejilla al despedirse, ¿verdad? Entonces, ¿por qué me siento cómo si me hubiesen pillado en pleno acto sexual?

Ya no sentía tanta vergüenza como debería, sobretodo cuando veo el desgastado atuendo con el que Daniel se acerca a nosotros. Bueno más bien ya estaba enseguida de mí y me había rodeado la cintura con su mano. Sin saludar, sin decir nada.

Rodrigo fue el primero en ponerse en acción.

-Buenas noches -saluda Rodrigo y extiende su mano-. Rodrigo Mora, mucho gusto.- Ambos estrecharon las manos.

-Daniel- dije mirándolo nerviosa-, te presento a Rodrigo, es sobrino del Licenciado Mora, y está trabajando en el despacho; Rodrigo, el Arquitecto Daniel Almenti, mi novio.

-El gusto es mío. -Contesta Daniel con la mandíbula tensa.

Que alguien me explique, ¿por qué si Rodrigo y yo no somos nada, siento como si le pusiera el cuerno a Daniel?

Ni idea.

-Bueno, fue un placer -se despide Rodrigo-, Regina te veo mañana; que pasen buenas noches.

-Buenas noches.- Contestamos al unísono.

No puede evitar hacer las comparaciones, Daniel que parece que lo ha vomitado un bote de basura, con sus jeans rotos, camiseta deslavada, zapatos de seguridad bastantes sucios, mientras que Rodrigo vestía pantalón de vestir y camisola manga larga, y zapatos lustrosos, sin mencionar lo bien que olía su perfume, su cabello negro, sus ojos negros y profundos...

Lástima que tengas que dejar la visión del chico perfecto para enfrentar a tu novio.

-No te esperaba por aquí. -Logro decir fingiendo alegría.

-Se nota -contesta arqueando una ceja-, pero necesito hablar contigo. Deja tu auto aquí.

Camino junto a él, todavía sujetada por la cintura, y cosa rara, me abre la puerta del auto. Maneja en silencio hasta su oficina. Cuando estaciona y yo trato de bajarme del auto, me detiene de la muñeca.

-Necesitamos hablar. -La típica frase que no trae nada bueno.

-Te escucho.

-La manera en la que saliste esta tarde de la oficina, me dejó sacado de onda -¡Bravo! No eres el único-. Pero... -ahí viene la trampa-, no pensé encontrarte con un tipo afuera de tu trabajo.

Ya sabía yo que no todo iba tan bien como yo creía.

-Trabaja conmigo y es mi amigo, ¿qué quieres que haga?

-Vienes y me armas un berrinche por una simple nota, mientras que tú estás despidiendo de las mil maravillas al fulano ese.

-Ya sé por donde vas.

-Y yo ya sé que te vas a salir por la tangente -contesta con los ojos centellándole-, no te gusta que te señalen tus errores, ¿no? Lo que pasa es que aquí tienes a tu pendejo, que te aguanta tus niñerías, y se queda callado, mientras me recriminas una y otra vez un pasado que ya pasó.

Por segunda vez en el día, me quede callada.

Seré honesta, si yo estuviera en el lugar de Daniel, a estas alturas, estaría gritándole hasta de lo que se iba a morir, sin embargo, las cosas ahora eran diferentes. Además, seamos realistas, no hay una dimensión desconocida en la que un romance entre Rodrigo y yo sea posible. Es verdad, fue mi amor platónico, y no niego que es un bombón, pero de ahí a que ya sea un hecho, como casi lo afirma Daniel, pues como que no va, ¿o sí?

- ¿No me vas a decir nada? -Pregunta Daniel con cara de suficiencia.

¿Realmente había que decir algo?

Aunque que bien que al menos había provocado celos, por primera vez. Normalmente soy yo, la que tiene ataques de celos silenciosos. Es decir, puede que le diga algo a Daniel, pero normalmente me quedo hirviendo de rabia en mi habitación escuchando la música más depresiva que puedo encontrar.

-Discúlpame.

Si, aunque no lo crean, eso dije.

- ¿Es todo? -Pregunta escéptico, y yo simplemente asiento con la cabeza. Aquí era el momento justo de decir: Tengo clamidia, tú tienes clamidia... ambos tenemos clamidia. Pero ni siquiera lo miro a la cara, lo mejor que pude hacer, fue enfocarme en la solitaria calle a través del parabrisas.

Suspiré, por hacer algo. Nada tenía que ver con la apatía: No había comido en todo el día, el café me ayudo a quitarme el dolor de cabeza, pero ya sentía que el dolor regresaba y todavía lidiar con Daniel... Simplemente ese día, tenía que terminarse ya.

- ¿Podrías llevarme a casa? -Pregunto al cabo de un silencio bastante incómodo.

- ¿Y tu auto? ¿Vas a dejarlo afuera de tu trabajo?

-Si, ¿Qué tal si mañana me llevas al trabajo? ¿Puedes? -Me acercó como si fuera un gato mimoso, y sin esperar a que contestara, comienzo a besarlo.

No sé que tiene este hombre, pero sus labios son como una droga para mí, una vez que lo besó, no puedo despegarme de él. Sin embargo, no es del tipo de chico que le gusta besar tanto tiempo, pero tomando en cuenta que teníamos dos días sin siquiera tocarnos, creo que ambos lo necesitábamos.

Sus brazos me atrajeron más hacia su cuerpo, y pude sentir de sus labios esa necesidad, esa frustración contenida, que yo también sentía.

Sus besos se desviaron poco a poco hacia mi cuello y mi piel reaccionó erizándose, ese delicioso escalofrío que sólo él, podía provocarme.

Mis manos fueron directamente hacia el primer botón de su camisa, sin saber bien en que punto ya se la había quitado sin despegarme de sus labios, ni tampoco supe como era que mis pechos estaban al descubierto y mi sostén había llegado a mi cintura. Un palpitar se encendió entre mis piernas, y mi falda parecía gritarme que quería marcharse de ahí.

Ese gemido ronco que hace Daniel cuando me besa, siempre me ha vuelto loca, pero cuando siento sus dedos tocar mi parte más intima, es cuando reacciono sin querer.

-No puedo Daniel. -Apenas si puedo separarme de él. Dios, ¿por qué me haces esto?

- ¿De que hablas? -Me pregunta jadeando.

-Es que... el ginecólogo me ha mandado diez días de tratamiento... Sin sexo. -Agregó nerviosa. Eso de sexo se escuchó algo raro, sobretodo en mí, que yo siempre digo que "hago el amor"...

Silencio. Sólo había silencio.

Hasta el jadeo había cesado y yo me sentía de lo peor.

Sin decir ni una palabra, ambos nos acomodamos la ropa, y permaneciendo así, enciende el auto y se pone en marcha.

Me sentí tan incomprendida... ¿acaso era tan difícil de entender que no podía hacerlo?

¿No le importaba mi salud?

¡Claro que no! Sólo quería quitarse las ganas.
No cabe duda que he estado haciendo dos cosas al mismo tiempo: Según él, tenemos sexo; según yo, hacemos el amor.

¡Hey! Este no es el camino a mi casa.

Antes que pudiera hablar o pedir auxilio por mi eminente secuestro, ya me encontraba de nuevo frente a mi coche. No pude entender muy bien su actitud, no lograba descifrar si era enojo, tristeza... o ambas. Busqué en mi bolsa la receta, pero no había ni rastro de ella, seguramente estaba bien guardadita en mi mesita de noche.

-Invéntame un mejor pretexto la próxima vez -. Dice con voz ronca, y le quita el seguro a mi puerta.

¿Así o más directo?

De nueva cuenta, sin decir nada, bajé del auto, pero esta vez, no estaba enojada, estaba decepcionada.

Subí a mi auto y vi como las luces traseras de la camioneta de Daniel, se alejaban rápidamente. No pude evitarlo, comencé a llorar como si fuera una niña asustada por una pesadilla.
Sentía mi corazón justo en mi garganta, mis manos temblaban, yo temblaba.

No se tomó la molestia de saber si era verdad o era mentira lo que decía, simplemente tomó la postura que más le convenía. De cualquier forma, me lastimó.

Me hizo sentir que no valía la pena pasar la noche conmigo, charlar un poco, tal vez ir a cenar o simplemente estar abrazados, porque para él lo importante era tener sexo. No le preocupó en lo más mínimo si el tratamiento era sencillo, si lo que tenía era grave, si me sentía bien con ello.

Simplemente se mostró tal y como es, un completo egoísta.

Enciendo el auto, y conduzco a casa con la lentitud habitual en las tortugas.
Mis manos tiemblan tanto, que tengo miedo manejar a mayor velocidad y no controlar el volante.

Que pena por ti Regina, hasta tu misma te tienes lástima.

Diez Días sin SexoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora