"Cielos Rojos"

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Cada era tiene batallas, pero esta... será la última guerra.

Un nuevo día empezaba y el cielo se levantaba detrás de las oscuras nubes del cielo. Lluvia.

La única constante en Amegakure. Una aldea que siempre había visto muchos cambios. Pero la lluvia permanecía, siempre cayendo del cielo. Formando vastos lagos alrededor de la aldea. En cierta forma la gente había aprendido a abrazar la lluvia y la mayoría la preferían en cierto nivel. Era la única cosa que permanecía cierta en ese lugar.

Los líderes y las naciones iban y venía... pero la lluvia perduraba.

Silencio. Había un silencio sepulcral en Amegakure. Las calles estaban desiertas, las casas parecían vacías también. El agua corría por las calles vacías, fluyendo hacia los drenajes y terminando fuera de la aldea.

La aldea de la lluvia era notoria por sus edificios de diseño moderno. Rascacielos metálicos, ductos redondos y líneas de energía corriendo entre los edificios. En el centro de la calle se encontraba la Torre de Pain, el edificio más alto de todos, el cual se alzaba por encima de toda la ciudad como si fuera su guardián. Reconstruida justa como era antes.

Era una pena. Amegakure era una de las primeras pequeñas aldeas en alguna vez formarse, y justo como las otras tenía una historia sangrienta, llena de altas y bajas, pérdidas y ganancias, momentos felices y otros tristes. Y era una pena porque antes de que el día se terminara, Amegakure no sería nadad más que polvo. Nada más que cenizas. Nada más que un recuerdo... destruida por la más grande batalla jamás vista en las Naciones Elementales.

Pero la aldea no sabía que su fin estaba cerca. A fin de cuentas, aun estaba de pie como lo había estado por décadas.

Tres figuras salieron de la Torre de Pain. Él de en medio se erguía alto y orgulloso, su largo cabello negro estaba húmedo y se pegaba contra su armadura rojo sangre. Tenía los ojos cruzados y veía a la distancia, su rostro formando una sonrisa sin razón aparente.

"Es tiempo" comentó Madara mientras veía a una figura a la distancia aparecer de la nada, parada a un buen trecho de la aldea.

A su lado estaba un hombre que llevaba pantalones azul oscuro y una tela azul pendiendo desde su estómago hasta las rodillas. Llevaba protectores de brazos, cubriendo sus antebrazos y extendiéndose hacia los bíceps. También llevaba un cinturón de cuerda morado alrededor de la cintura, atado en un moño, en el cual cargaba su espada.

Abrió los ojos y un Sharingan rojo sangre se activó. "No tengo interés en tu guerra" dijo la figura mientras lo veía. Un rostro joven, arruinado por quebraduras y en vez de tener las pupilas rodeadas de blanco, negro era su color. Marcas del Edo Tensei.

"Pensé que estarías complacido de enfrentar a tus enemigos una vez más" contestó Madara con diversión.

"Tus enemigos, no los míos. Además, este ya dejó de ser mi mundo" dijo Sasuke, girándose para ver al horizonte, sus ojos se oscurecieron. "No merezco estar aquí luego de todo lo que he hecho".

"No pensaba que te había crecido el corazón, joven Uchiha" dijo Madara. Sasuke era un Uchiha intrigante en su opinión. Podía ver los varios rasgos de la línea mestiza, pero este parecía haber aceptado su justo castigo. "¿Qué piensas, Fugaku?" preguntó Madara, girándose a la otra figura que permaneció en silencio. No por voluntad propia.

"¡TE ATREVISTE A TRAICIONARME, MADARA!" gritó Fugaku al haber recuperado el control básico por su cuerpo. De inmediato usó sus manos para hacer un sello, pero rápidamente fue detenido por Madara.

"No veo cómo te traicioné" dijo Madara despreocupadamente, dejando fuera el hecho de que permitió a Fugaku morir luego de su derrota en Kumo. "Fuiste vencido en combate a fin de cuentas".

"Legado" #NarutoAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora