III. La plata necesita el fuego.

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Amor, esperanza, miedo, fe; eso conforma la humanidad;

Esas son sus señales, su tono y su carácter.

Paracelsus. Robert Browning


Nick veía fijamente el móvil, sin borrársele la sonrisa. Después ésta pasó a una línea recta en su rostro. El zorro frunció el ceño y por un momento no dijo nada, luego sus ojos verdes la buscaron.

—¿Estás pensando lo que creo que estás pensando? —le preguntó.

Judy sonrió.

—¿Qué comes que adivinas?

—Deja que al menos termine de comer, Pelusa. No se me antoja ver a Bogo con el estómago vacío.

Ella iba a responder diciéndole que deberían salir ahora mismo, pero Nick tenía razón, además, Bogo no le había dicho que fuera, sólo le informó lo ocurrido. Se encogió de hombros y siguió comiendo su torta de zanahorias. El ambiente del lugar, entre hogareño y casual, influyó en su decisión.

—La cita es parecida a las otras —comentó Nick, luego de un rato, antes de dar una mordida al emparedado que le quedaba.

—Sí —asintió Judy—, pero no entiendo qué significa, o, como mínimo, qué pretende decir.

Nick miró el móvil tratando de descifrar algo. Luego comenzó a repetir la cita en voz baja.

—«La maldición de un huérfano arrastra al infierno / hasta un ángel de lo alto; / pero ¡más horrible aún es / la maldición en los ojos de un muerto! / Siete días, siete noches, esa maldición vi. / Y ni así pude vivir». —Negó con la cabeza—. No entiendo nada. Es muy confuso, definitivamente la poesía no es lo mío. —Le pasó el móvil a Judy, quien había terminado su tarta y ahora estaba con el café—. Lo único que me llama la atención es el número siete. ¿Tendrá que ver con tu teoría?

Judy se revolvió en su asiento, incómoda.

—Tal vez —dijo no tan convencida—. Quizá si tratamos de entender las citas... Recuerdo que de adolescente, en secundaria, mi profesora de literatura dijo que para entender un poema, en este caso la cita, hay que ponerse en el lugar del escritor y así sentirás lo que él siente.

Nick arqueó una ceja y soltó un bufido.

—¿Y cómo se supone que sienta lo que ese sujeto siente? —Empezó a fruncir el entrecejo—. Para mí es un asesino, Zanahorias. Alguien que quemó viva a una cerda y le perforó los pulmones a un carnero para que muriera de asfixia, y que, ahora, mató a otro animal de ve tu a saber qué manera... y seguirá matando más. ¿Cómo se supone que pensemos como él?

—A lo mejor hay que leer entrelíneas —vaticinó Judy.

—¿Sí? —preguntó él—. Entonces ilumíname, Zanahorias. Veámoslo entrelíneas, pues. ¿Cuál o qué es la maldición? ¿Quién es el huérfano? ¿Quién es el ángel que cae? ¿Quién es el muerto cuyos ojos lo hicieron caer? —Tomó un trago de su batido y lo dejó en la mesa con un estrépito; la miró—. Yo no le veo el sentido por ningún lado.

—Lo estamos entendiendo mal. Quizá para él signifiquen más, pero para nosotros esas citas son sólo... citas.

—Muy aclaratorio. —Nick se terminó de comer el emparedado—. Deberías ser poeta. ¿Este plato es sólo un plato? ¿La mesa es sólo una mesa? ¿Este batido de mora es sólo un batido de moras?

—Bueno, ¿y a ti qué te pasa? —preguntó molesta—. Fue una sugerencia.

Nick le clavó la mirada, enojado, luego pareció darse cuenta de su actitud. Bajó las orejas y desvió la mirada, claramente apenado.

Zootopia: JusticiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora