XIII. Moveré los infiernos

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Flectere si nequeo superos, Acheronta Movebo.

La Eneida. Virgilio.


Dolos pagó el boleto de tren de vuelta a Zootopia, tratando de controlar el jadeo; estaba empezando a ver borroso durante entretiempos. No era buena señal. La coneja de la taquilla le preguntó sobre si había logrado encontrar a Tito, a lo que Dolos asintió con una sonrisa llena de gratitud; no podía hablar. La garganta, el pecho y laringe las sentía a punto de incendiársele. Era horrible, como si con cada respiración inhalara gases tóxicos.

Le dio las gracias a la coneja con una voz tan carrasposa que ni siquiera él la reconoció y se subió al tren. Arrancó a los quince minutos.

Dolos estaba nervioso, algo inusual en los ajustes de cuenta que hacía, por lo general mataba al objetivo y se retiraba sin tanto jaleo, a excepción de lo que sucedió con el león, sin embargo, ahora fue distinto. Lo habían visto esos dos. Tenía que hacer algo para retrasarlos. Él no era imbécil, sabía que si no lo persiguieron era porque habían dado con la información de su constitución física e irían a la policía.

Era cuestión de tiempo para que se enteraran en Zootopia.

Tenía que frenarlos lo más que pudiera; hacer todo el tiempo posible.

Estaba en el último vagón del tren, que aunque éste fuera último modelo, el último era como de carga, para ingresar lo necesario en cuanto a alimentos si algún animal de la clase ejecutiva llegase a pedir algo. Una pequeña puerta daba a un espacio de un metro cuadrado con un pequeño barandal, y un conejo que era pasajero estaba fumando un cigarrillo. Caminó hasta él.

El conejo lo miró y se encogió de hombros.

—Adentro no se puede fumar —dijo, como si Dolos estuviera preguntándole.

Dolos asintió y cerró con cuidado la puerta tras de sí, asegurándose de que nadie de dentro lo viera.

El conejo dio una calada al cigarrillo y soltó el humo, que ascendió ensortijándose, para, acto seguido, ser barrido por el viento debido a la velocidad del tren. Dolos se acercó a él, ideando la manera sobre cómo lograría hacer tiempo. Miró de soslayo hacia atrás y se colocó detrás.

Lo empujó por sobre la baranda.

El conejo ladeó el rostro durante el breve instante en que estaba en el aire y sus ojos trataron de procesar qué sucedía, pero no lo suficientemente rápido, porque un segundo después cayó a las vías ferroviarias. Lo siguiente que Dolos oyó fue el golpe del cuerpo en las vías, seguido del chasquido y de los miles de voltios de los rieles recurriéndole el cuerpo, arqueándolo y matándolo en seco.

Dolos suspiró, y se volvió hacia el interior del vagón, llegó a su asiento y se tumbó.

Eso le debería hacer el tiempo suficiente para actuar con relativa tranquilidad.

Sacó su móvil de su bolsillo y unas pastillas del otro; se tomó dos capsulas del tirón y suspiró mientras se enfocaba en escribir un mensaje.

Tiempo era lo que menos tenía.



Luego de la primera frase, el audio la grabación se mantuvo en silencio unos tres minutos, durante los cuales Santiago trataba de mantener la inquietud a raya. Seguía retumbándole que no deberían hacer eso, pero otra parte de él (una que tiraba con más fuerza) lo obligaba a oírlo.

Hubo un suspiro en el audio, seguido de otros más. No era solo Mortati, había más animales.

«—¿Les queda claro que si dicen algo de lo que harán, morirán antes de que anochezca? —Silencio—. Bien —dijo Mortati, se oyeron ruidos de pisadas y luego de papeles—. Tomen, esta es su objetivo.

Zootopia: JusticiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora