VIII. Es una treta, tesoro

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La medida del amor es amar sin medida.

San Agustín


En su despacho, Mortati estaba tratando de pensar en una cantidad razonable para poder conseguir información procedente de la policía. Debía escoger un precio ancla, ni muy alto como para que quien acepte a darle información lo haga una vez y desaparezca, pero ni muy bajo como para que lo vean como una burla y le den información falsa. Suspiró moviendo el bolígrafo en su pata y viendo la chequera. ¿Cincuenta mil? ¿Cien mil? No. Ahora no iba a poner un precio sin siquiera saber cuánto ganaba un policía al año; ya partiendo de esa suma podía hacer una oferta apetitosa y sin perder demasiado.

La puerta de su despacho sonó y Mortati le indicó al animal que pasara. Un zorro de ojos azules con traje negro entró y caminó hasta su escritorio, sacó un sobre de su bolsillo y lo colocó sobre éste. Mortati alzó la mirada del sobre y arqueó una ceja.

—¿Esta dentro? —le preguntó.

—Sí, señor —asintió Santiago.

—¿Te vieron?

—No.

—¿Dejaste rastros?

—No.

Mortati sonrió y tomó el sobre, lo abrió y vio que dentro estaba una tarjeta de memoria de 64GB como suponía. Cerró el sobre y lo volvió a dejar sobre el escritorio, alegrándose de haber puesto ese sistema de audio en la casa de la cerda; después de todo, ella era la más endeble a hablar.

—Santiago, quiero que lleves... —Un ataque de tos lo tomó por sorpresa.

Fue fuerte y Mortati sintió como si le quemaran el pecho; duró unos minutos y luego se detuvo. Santiago se mostró indeciso si sobre ayudar a su jefe o mantenerse en su sitio, al final optó por lo segundo, y Mortati sonrió para sí. Lo último que necesitaba era la compasión de sus hombres. Cuando se hubo recuperado, se apartó la pata de la boca y vio unas gotitas de sangre. Chistó.

—Señor —dijo Santiago, su tono de voz era dubitativo—, debería descansar.

—Santiago. —El tono de Mortati era final, una orden—. Toma esto y llévalo con Albertico, dile que extraiga lo que haya en la tarjeta y que, una vez hecho, me lo haga llegar a través de ti. —Le dio una mirada neutral—. Mis dolencias son problema mío. Gracias, pero no necesito de tu preocupación.

Santiago tomó el sobre y lo volvió a guardar en su traje.

—¿Algo más, señor? —preguntó.

—No. —Mortati se levantó, caminó hasta uno de los estantes que había en el despacho que llegaba al techo, que estaba colmado de libros de todo tipo, algunos incluso en otros idiomas. Fue hasta la caja fuerte, la abrió y se tomó unas píldoras que habían allí; estaba arto de estos síntomas que no tenían intensiones de irse—. Maldita bronquitis —murmuró para sí luego de tomar las píldoras. Se giró hacia Santiago y notó como sus ojos azules lo escaneaban—. Retírate.

Santiago asintió y salió.

Mortati fue hasta su escritorio, tomó la chequera, garabateó la suma de cincuenta mil dólares, tomó sus cosas y salió.



Ya en la mañana Judy había llamado a Nick para que, antes de ir a la jefatura, se pasaran por el departamento del padre de Al y así conseguir que les dijera qué significaba la cita, o por lo menos, arrojarles algún dato que pudiera servirles de ayuda. A todo esto Nick había dicho que sí, y había buscado por internet a quién pertenecía la cita, logrando dar con un león de nombre Edward Fitzgerald, por lo que ahora sabía que la próxima víctima iba a ser un león. Y aún así era difícil, en Zootopia habían miles de leones repartidos por todos los distritos, bueno, menos en Sahara y Tundra; los que había en ellos se contaban con los dedos de una pata. No obstante, aún así, con toda la investigación que tenían, Nick no dejaba de pensar en lo que había sucedido anoche.

Zootopia: JusticiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora