Si tu moneda hablara

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I

No me llamaste, dice Noelia ni bien Nicolás le abre la puerta del departamento.

¿Qué esperabas?, ¿un ramo de flores y una cartita de amor? Después de lo que hiciste...

¿Después de lo que hice? ¿Y vos? ¿Querés que enumere?

Todavía no te avivaste, es una pose para los medios y para la gente, un personaje que Reinaldo y el "hueso" me hicieron construir como imagen del boliche.

Cómo voy a saber si nunca me dijiste, clama ella con la voz humedecida.

Nunca te lo había dicho porque primero tenía que asegurarme de que fueras una persona madura pero después de esta reacción veo que no los sos, dice él al dar un paso adelante, con la postura de querer finalizar la charla, y por ende la relación.

Pero ella lo agarra del brazo y le dice, con una voz que parece estar dispuesta a sacudir el barrio:

No, por favor, soy madura, te lo juro, dame otra oportunidad. Vos sabes que soy de Acuario con ascendente en Tauro y a veces me cuesta frenarme.

Te quiero mucho, en serio, me parecés una mina de diez, pero se me hace muy difícil estar con alguien que no entiende nada.

Sí que entiendo, lo que pasa es que vos me dejás afuera, dice ella y se pone de rodillas. Por favor, hago lo que sea.

Bueno, dice él con tono sarcástico, meté la cabeza a- dentro del tacho de basura y quedate ahí una hora.

No seas forro, dale, te hablo en serio.

Ni en pedo, dice él. Casi arruinás mi carrera, soy el hazmerreír de la televisión. ¿Sabés lo que se siente ver a un infra- dotado que no te llega ni a los talones defenestrarte a su antojo?

Estuve mal, lo reconozco.

Pésimo.

Soy una estúpida.

Una reverenda estúpida.

Pero te amo, y sí cometí un error fue por miedo a perderte.

Qué lástima, porque me perdiste.

No seas así, por favor, dice ella, y con las primeras lágrimas que derrama sobre sus mejillas, le tira del pantalón, como un bebe que pide ser alzado. Dame otra chance

No sé...

Dale, insiste ella mientras le sujeta la mano con la abnegación con la que los creyentes aprietan su rosario a la hora de rezar. Vas a ver que a partir de ahora soy otra Noelia, te lo prometo.

Un mareo asfixia a Nicolás. Es como si viajara en el asiento roto de un colectivo que atraviesa horas y horas de desierto bajo una temperatura de náusea. Jamás pensó que la lástima fuese un sentimiento que pudiese a uno descomponerlo. Levanta su mano para secar las lágrimas de Noelia y le dice:

No te preocupes, Noe, todo va salir bien. Andá a preparar café, enseguida estoy con vos.


II

A la tarde, cansado, Nicolás se recuesta sobre el sillón hasta que lo vence el sueño:

Cecilia es una oftalmóloga a la que decide hacerle una consulta. Si bien no hay muchos pacientes en la sala de espera, las horas alargan su ansiedad. Fastidioso se dirige a la recepcionista para recriminarle la demora, cuando ésta lo detiene con su brazo en alto indicándole estar ocupada en el monitor de su escritorio. De manera sutil, él también asoma su vista a la pantalla: Cecilia, o mejor dicho la doctora, mantiene relaciones con uno de los pacientes en el consultorio. De repente, insultos desde la escalera del pasillo. La recepcionista sale a frenar el avance del arquitecto, o marido de la doctora, quien despluma su garganta con improperios. Por más que la recepcionista congenie amabilidad, la propia doctora debe asomarse para calmar a su marido. Finalmente lo convence de volver a su casa. En la sala de espera se reanudan las consultas mientras el paciente y amante ocasional de la doctora se retira. Ella está de espaldas a Nicolás. Seducido por el delantal que trasluce una ropa interior de encaje, él le pellizca el culo, como si en su fuero interno dijera: quiero recibir el mismo trato que el paciente anterior. Al girar su cuello, aflojada, la doctora muestra una sonrisa dócil pero a la vez sarcástica, esas que suelen decir "ah, bueno", y por lo bajo se burlan de la tonta ilusión.

Relaciones Públicas: los fanáticos del DorianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora