Lo hice por ti

466 6 0
                                    

A veces hacemos cosas que no queremos o deberíamos, por personas que nos importan y queremos. Cosas a las que nos vemos obligados a hacer para sacarle una sonrisa a aquella persona.

Podemos llegar a hacer ridiculeces, hasta humillarnos a nosotros mismos solo por esa persona.

Esta persona puede ser un amigo, amado, hermano, madre, padre o lo que sea, lo importante es el sentimiento que tenemos hacia ella.

En mi caso, esa persona es mi novia, aquella que conocí apenas hace dos años, pero que rápidamente se volvió incondicional. Su estado de salud en aquel entonces era evidente, ya que se encontraba internada en el hospital regional, pero eso no fue un impedimento para mi amor hacia ella.

Muchos podrán decir que me había metido en un sufrimiento al enamorarme de ella sabiendo que en cualquier momento, sus pulmones afectados por el cáncer, podían dejar de funcionar, pero suelo hacer caso omiso a esos comentarios. Que una persona esté al borde de la vida y la muerte no significa que no pueda ser amada por nadie.

Nunca tenía motivos para salir de casa antes de conocerla, pero ahora era diferente. Cada día me despertaba y apenas estaba con ropa encima salía al hospital, sólo a verla. Me daba motivos para seguir, actividades más sanas de las que hacía y, simplemente, me daba felicidad.

Ver su sonrisa, su risa y su sentido del humor constante a pesar de que su vida estuviera en constante riesgo, como si el cáncer fuera un problema menor, me hace darme cuenta de la maravillosa vida que tengo. De hecho, preferí hacerme daño antes de valorarla. Yo no dependía de miles de medicamentos cada día para respirar, ni corría el riesgo de que mis pulmones dejaran de funcionar en un instante.

Aquella mañana de viernes hice la rutina de siempre y me dirigí al hospital. Al llegar, esperaba verla con una hermosa sonrisa como siempre, pero en cambio el rostro preocupado y triste de su madre me recibió. Sus ojos estaban rojos y mostraban claramente que había estado llorando por bastante tiempo. El ramo de flores que traía resbaló de mi mano derecha sin siquiera escuchar la noticia. Me bastó al ver la cara de disgusto y tristeza de ella.

Al principio pensé lo peor. Que había pasado a otra vida, puede que una mejor, pero no fue tan grave el problema. Necesitaba cirugía urgente, la cual era muy costosa. La madre no tenía una situación económica muy grande, los gastos de su enfermedad eran grandes, lo que la había dejado muy mal. No podía pedir préstamos al Estado, tenía demasiadas deudas y no se lo harían posible. Siempre estuvo sola, ella y su hija, y se había arreglado muy bien así hasta la enfermedad de Claire.

Abracé a la madre y dejé que llorara en mi hombro, después de todo, la amaba quería como una madre. No había necesidad de hablar, yo entendía su tristeza y ella lo sabía. Las palabras estaban de más.

-¿Puedo pasar a verla? -pregunté una vez que estuvo mejor.

-Lo siento, pero no. Los doctores están con ella y no podemos pasar -asentí apenado y caminé la puerta de salida-. ¿Cuándo vuelves? Creo que ella anhela mucho verte,

-Cuando consiga algo que busco para ella -me di vuelta a verla una última vez.

No había suficientes donadores de pulmones, por eso debían hacer la cirugía. Lamentablemente, su familia no contaba con el dinero para llevarla a cabo, como dije antes, y no dejaría que muriera.

Subí a mi auto y me dirigí a las afueras de la ciudad, donde solo se veía la carretera y los animales en el campo. Muchas personas habrán pasado andando por esta misma calle, pensando distintas cosas mientras observaban el paisaje. Pero, de hecho no lo hacían. Fingían hacerlo. A veces solemos pensar tanto en las cosas buenas y malas que pasan mirando un punto fijo o escuchando alguna melodía, pero no lo apreciamos como deberíamos. Nunca lograremos hacerlo, los problemas siempre son y serán mayores a las cosas que de verdad importan. No importa que tan grande sean.

Haciéndole caso a mis palabras, miré a la lejanía y pensaba en ella. Tenía una solución, o creía tenerla, pero antes tenía que ir a un lugar.

Un hombre motando un caballo se podía apreciar saliendo de la casa. Aceleré el vehículo para que me fuera posible alcanzarlo.

-¿Sr. Andrews? -pronuncié dentro del auto mirando fijamente al jinete.

-El mismo -bajó la mirada a mí y me dejó ver el gris de sus ojos. Al instante el color me recordó a ella, lo que hizo que mi corazón se oprimiera-. ¿Qué necesitas?

-Es su hija. No sé si sabía, pero ella tiene cáncer. Si no recibe un pulmón sano en poco tiempo morirá, de lo contrario, necesita una operación. Es muy costosa, y ya que no estuvo presente en ningún momento de su vida, sería bueno ayudarla ahora -me miró atónito y sin decir una palabra.

Él sólo volvió la vista al frente, y siguió su camino como si nada.

Abrí la puerta de mi auto y lo vi alejarse. Era un perfecto momento para adentrarme en la casa, y hacer aquello que nos vemos obligados a hacer por una persona querida.

La casa era vieja y tenía un aspecto descuidado. Parecía faltarle una limpieza profunda, lo que seguramente sea de esa forma.

Rebusqué en los cajones por algo de dinero. Solo obtuve un par de dólares, pero nada importante. Seguí buscando; bajo la cama, debajo de la alfombra, incluso dentro de la heladera, pero no conseguía nada. Sólo quedaba un opción; dentro de la heladera.

Sí, es un lugar demasiado insólito guardar dinero allí, pero por lo que me han comentado, el viejo guardaba mucho dinero, y tal vez ese sería un buen lugar.

Alargué el paso hasta alcanzar mi objetivo y lo abrí. Un paquete se encontraba en el fondo, tapado por frascos de mermelada y cosas así. Tomé el paquete entre mis manos y rasgué el papel hasta ver el dinero. Sería suficiente para la operación.

Miré sobre mi hombro para comprobar que no había nadie en la morada, y metí el paquete en el bolsillo de mi chaqueta. Rápidamente me dirigí al auto para maneja de igual forma al hospital.

Cuando el viejo se diera cuenta de la ausencia del dinero, no tardaría ni tres minutos en pensar que yo lo había hecho. Al fin y al cabo, era una persona solitaria, y nadie solía visitarlo. Apostaba que yo fui el único en hacerlo en el rango de un mes.

Apresuradamente me metí en la habitación de Claire, sin importarme nada más que ella. Las voces de los doctores diciéndome que parara no eran ni siquiera una molestia. Necesitaba entregarle el dinero cuanto antes.

-Te amo como a nadie más, ¿sí? Y solemos hacer cosas totalmente irracionales por las personas que amamos. Yo acabo de cometer una -solté una vez en su habitación.

Su rostro confundido y cansado me observó sin decir una palabra.

-Liam...

-Tu madre te explicará luego, ahora me tengo que marchar. Sólo vine a decirte que te amo -me incliné hacia ella y la besé remarcando mis anteriores palabras.

-Yo también te amo.

Dejé el paquete sobre su cama y la observé una vez más. Si sucedía lo que pensaba, la iba a extrañar. Observé su sonrisa una última vez y me marché de allí.

Una vez en la sala de espera, le expliqué todo a su madre. Me agradeció infinitamente, pero también me regañó por hacerlo. Ella sería otra persona que extrañaría demasiado.

Tres policías entraron al hospital buscando a alguien. Al instante supe que me buscaban a mí. Buscaron con la mirada por toda la habitación hasta llegar a mí. Me apuntaron con sus armas para después esposarme.

-Dígale a Claire que la amo una vez más, por favor -me dirigí a su madre quien me miraba apenada.

Los policías me dirigieron a la puerta y susurré una vez más:

-Lo hice por ti.

Cuentos para el caféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora