La paz

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Y aunque todas las tensiones parecían apaciguadas, otras despuntaban, debidas a la situación en la que se encontraban Emma y Regina.

La mañana había pasado con su carga de sorpresas, Henry está en su habitación, jugando con las diversas figuritas de madera de su madre, mientras que Regina está preparando la comida. Emma está sentada en la terraza, tomando sol, ya que este se había decidido a quedarse todo el día. Tranquila y serena, se plantea el resto de las vacaciones con más calma y voluptuosidad.

Cuando percibe el olor embriagante que viene de la cocina, se levanta, como un zombi, y guiada por esos exquisitos olores, hace su aparición en la cocina. Se apoya a un paso de la puerta y observa a Regina, de espaldas, trabajar. Sonríe y se acerca dulcemente.

Regina casi salta, los ojos puestos en su salsa boloñesa, cuando ella siente dos manos curiosas deslizarse por sus caderas y una barbilla apoyarse sobre su hombro izquierdo.

E: «Hm, ¡qué bien huele!»

Regina no está todavía acostumbrada a eso: la proximidad que ha instaurado Emma entre ellas es tan franca y tan repentina que no puede creerse que hace apenas dos horas estaban a punto de destriparse cerca del lago.

R: «Sí, aunque solo es...no es más que una salsa»

E: «Te envidio, sabes... Me gustaría saber cocinar así. ¿Me enseñaras algunas cosas?»

R: «¿Qué cosas?»

E: «Ya sabes, yo soy de conservas y platos de pasta sencillos...En cuanto pasan de tres ingredientes, yo me pierdo...»

Regina sonríe: la frescura y el candor de la bella rubia aún la divierte. Ella siente entonces el cuerpo de Emma pegarse al suyo. Se gira rápidamente, como para poner un poco de distancia, pero se produce lo contrario, y en seguida los labios de las dos mujeres se juntan.

Regina, con las manos en el aire, una con la espátula de la salsa, es atrapada contra la encimera y no puede moverse, y Emma, una vez conquistados sus labios, ataca el cuello de la alcaldesa depositando pequeños besos.

R: «¿Qué está haciendo? ¿En la cocina, de verdad?»

E: «¡No seas tan estirada! Henry está en su habitación y la cocina... ¿No es el lugar de todas las exquisiteces?»

Regina la coge por los hombros y la hace retroceder, cortando todo pícaro intercambio.

R: «¡Es suficiente! No es porque nosotras...Usted...Nosotras...»

E: «...estemos juntas?»

R:«Eso, ¡no es porque lo estemos que hay que dejarse llevar a cierto lado lúbrico!»

E:«¿Lúbrico? No era nada más que un beso...» dice ella haciendo carantoñas delante de ella

R: «¿Un simple beso? Ha sido bastante atrevida hace un momento...»

E: «Creo que es la frustración de estos últimos días que surge ahora que sé que... Nosotras dos, en fin ya sabes. ¡Y deja de tratarme de usted! ¡Se diría que soy una extraña!»

Regina suspira: se da cuenta de que lo más duro no había llegado. Que ahora tendría que habituare a Emma y a sus cariñosos ataques, su espontaneidad, pero también a la posibilidad de revivir una historia de pareja, de revisar ciertas cosas que ella no tenía la costumbre de compartir. Sí, con Emma en su vida, ella debe revisar todo, comenzando por sus prerrogativas, pero también sus maneras.

R: «Muy bien, muy bien. Entonces... Discúlpame, pero tengo que continuar con la salsa»

Emma sonríe cuando Regina se da la vuelta. Le da un beso rápido en el cuello, y desliza su mano desde su cintura a sus nalgas.

Apariencia de vacacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora