Julio se viene, con la llegada del verano, en una inesperada temporada de lluvia.
LuHan chapotea sobre los charcos de agua que se trazan a lo largo de su camino con melancólica alegría. El fluido se mezcla con la enmarañada tierra, haciendo un lío en los bordes de sus pantalones.
Ha perdido la tarjeta de estudiante, y con ello el transporte, y así mismo; el último billete de dinero que le ha quedado de fin de mes.
Trozo de papel escurriéndose por el gran agujero interior de uno de sus bolsillos. LuHan no puede culpar a su pantalón cuando aquella prenda de uniforme cumple tres años de uso en un poco tiempo más.
El agua fría y enlodada se escabulle entre una esquina despegada de la suela de sus zapatos, deslizándose hasta sus calcetas. LuHan se piensa que quizá pueda enfermar, pero suerte ni para eso tiene.
La puerta de su casa se abre de un golpe, las llaves se filtran al fondo de su bolso, y el chico lanza sus sucios y rotos zapatos a algún rincón de la entrada.
Las plantas de sus pies, dedos y talones, dejan huella de lodo a lo largo de la sala. Las tripas de su estómago crujen de hambre, ha perdido con la tarjeta del transporte, la tarjeta de comidas, y ha sido todo un día de carencia de algo para masticar entre el paladar.
—¿No hay nada para comer? —Pregunta a su padre cuando el hombre llega y entra después de estacionar su auto por fuera.
LuHan escarba sobre la mesada, entre cajas vacías de pizza (aún tibias) que debieron de quedar antes de que él marchara. Se piensa sobre lo injusto que a veces es el sujeto, cuando él tuvo que caminar todo el trayecto a casa desde clases, unos cuarenta minutos sino más a pie, mientras que el resto se va de compras y de paseo como familia feliz.
—Si quieres comer, trabaja. —Responde éste, secamente, dejando las llaves de su Chevy rojo ladrillo del 2005, sobre la cuenca de vidrio a un lado del televisor.
—Lo hago, de lunes a sábado, medio tiempo.
—Entonces trabaja los domingos y a tiempo completo.
—Me quitas todo el dinero.
—Ya tienes 18, debes pagar por tu estadía aquí en casa. No tengo porqué mantenerte.
LuHan omite comentar cómo ha pagado su estadía desde los trece años, cuando por primera vez consigue su trabajo de medio tiempo el cuál hasta hoy perdura; Una hamburguesería en medio de la carretera, cuya función es simple y llanamente la de dar vueltas y vueltas a los trozos de carne hasta que estos se cocinen, y sacar la basura de vez en cuando en conjunto de limpiar mesas, a ratos.
—Mi estadía sí, mi comida tal vez también, pero no tengo por qué pagar por la ropa nueva que se compra tu mujer, ni lo que esta le compra al bastardo malcriado de su hijo con mi dinero.
No es sorpresa que su padre le abofetee los martes por la tarde. Es tradición, quizá. La mejilla derecha es su favorita, y la izquierda es la menos concurrente, pero eso no importa mucho en realidad.
LuHan no dice nada, porque tal vez ni siquiera lo siente.
Duele, pero no físicamente claro está. (Aunque esta vez le ha golpeado un poco más fuerte, y el sabor metálico en su paladar, a hierro y a sales alcalinas, sea quizá de sangre.)
Así que ahí está, la nueva esposa de su padre (la única de hecho, porque con su madre nunca se casó) con las bolsas de compras colgando de sus manos a la entrada de la cocina, y SeHun cargando tres nuevas cajas de calzado cuando LuHan se piensa sobre lo injusto que todo es.
—¡Vete a vivir con tu madre si quieres, LuHan! ¡Las puertas de esta casa han estado siempre abiertas para que te marches cuando desees!
LuHan se pregunta a veces, si su padre es realmente su padre, pero de nuevo no tiene tanta suerte, así que sí lo es.
Ese es otro día en donde LuHan no prueba bocado, lo que no está tan mal de hecho. LuHan puede aguantar dos días sin comer, y tres días han sido su tope. No porque no soporte más, sino porque al tercer día el rencor se desvanece un poco y se digna a bajar las escaleras hasta la cocina, hasta el refrigerador, y a tragar lo que fuese.
Son en esas largas noches donde mira el techo de su ático, las cuatro paredes de su asfixiante habitación, y fija la vista en los chuteadores de un rosa fosforescente que le ha regalado MinSeok tiempo atrás, puestos justo en la esquina bajo la ventana.
Así que LuHan se queda dormido escuchando alguna lista de reproducción en su viejo móvil. Droga de madrugada; Significativo nombre a su rutinaria costumbre.
No es que llore o sufra (de hecho no llora, y quizá eso necesite).
Es simplemente que cada noche se acuesta esperando que al otro día todo mejore. Se idea miles de posibilidades para hacerlo funcionar, planes, y garabatos que quizá le lleven a un probable desenlace alegre.
Pero inevitablemente, cuando despierta a la mañana siguiente, LuHan sólo tiene deseos de morir.
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INCORDIO [XiuHan/LuMin] FINALIZADO
FanficDe que Lu Han ve en Minseok todo lo que Minseok no ve en él. • AU!Romance, angst, high school •Resubido, original 2015 en amor-yaoi