<Vivir la pesadilla>

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Día miércoles. Comenzamos la dieta, no quiero comenzar un día lunes. Quiero hacerlo ahora ya, empezar un miércoles e ir parando o simplemente apretando de a poco.
He dejado de llorar un poco, para ver si puedo fortalecerme, dentro de una larga penumbra del vacío que dejó mi amiga. Esperando ver los colores otra vez, estoy dispuesta a intentar salir de casa. Me vestí otra vez, peiné mi cabello y tomé tres vasos de agua. Pensándolo mejor... La verdad es que ni siquiera soy capaz de llegar a la puerta. Es tanto el miedo de ir hacia la pesa, al espejo, a fuera, al exterior, caminar y arrastrar mi gordo cuerpo por ahí. Mi mano se frena y la quito del picaporte, me erizo desde los huesos a la piel. No. Hoy no.

...Hoy seremos tú y yo...

Pongo mis audífonos para lidiar un poco el tema, - no, hoy no-, trato de quitarme las pocas y nulas ganas.

Despierto. Las sábanas arrugadas con el ligero reflejo anaranjado me indican que está atardeciendo. Dormí demasiado ¿Cuántas veces me habrá gritado mi madre? Qué digo, ni mi madre ni mi hermano están en casa hoy. Ni mañana, ni en toda la semana. Ambos trabajan para mantenerme, para traer la comida que malgasto no comiendo o vomitándola.
Cuando levanto mi torso para sentarme en la cama, el brillo anaranjado abandona todos sus límites, como si las nubes taparan la luz.
Solo está esa destellante luz de ocaso, cuando el sol apenas alumbra.
De pronto siento alguien entrar en casa. Al parecer mamá llegó, o quizás mi hermano...
Me levanto débilmente, al parecer mi cuerpo no está en su punto más fuerte. Me acerco a la puerta de mi habitación, los pasos se acercan despacio como buscando una de éstas, hasta que paran frente a la mía. Me tenso. Esto me está dando terror.

¿Mamá? —digo bajo y el silencio me ensordece, trago saliva y mi cuerpo tirita completamente. Un susurro se escucha a través de la puerta desde el otro lado. Un rechinido retruena en toda la casa. Las maderas del piso flotante tambalean. La manilla lentamente se gira, gira y gira mientras mi respiración se altera.
La puerta se balancea hacia mí unos segundos y luego se queda inmóvil, a medio abrir.
Uno, dos, tres.
Mis oídos parecen taparse en una frecuencia distinta antes de que la puerta estalle en un golpe y se abra. Mis piernas buscan refugio corriendo en reversa. Entró. Es horrible, sus ojos están hundidos en ojeras, su silueta no alcanza a tener la suficiente musculatura, sus huesos sobresalen de sus fibras corporales. Su piel ha pasado de ser fina a un color tan oscuro, más que el negro, más oscuro que el carbón. Se acerca a mí, caigo al suelo.
Sonríe con sus dientes remarcados bajo la piel, mientras largos y lacios mechones de cabello se tambalean sobre su rostro. Acerca su sonrisa con sus comisuras reventadas. Las lágrimas no evitan salir, me aterra esto, su imagen, mi cardio. Me olorosa como si buscara algo. Aprieto los labios mojados del líquido salado que gotea de mis ojos evitando gritar y arriesgar cualquier reflejo agresivo de su parte. Quiero que me deje en paz, pero cuando miro otra vez al frente, aquella chica esquelética está parada frente a mí sosteniendo cadenas, cadenas que llevan como límite un nudo en mis gordas muñecas. Invadida por un enorme sentimiento de vulnerabilidad entendí muchas cosas.

¿A quién engañas querida? ¡Esa voz! es ella, la que siempre está en mi mente—. Sabes que nadie va a salvarte.

Tomando en cuenta sus palabras mi cabeza se hace humo, tumbándome la idea de que nadie está conmigo ni interesado en salvarme. Un coraje terrible de estar atrapada en lo que nunca cuento y lo que necesito. Las cadenas aprietan cada vez más, mis articulaciones parecieran separarse y las pequeñas espinas de acero se hunden en mi piel. La sangre chorrea, ella sonríe, yo sufro. Esto no parece ser un sueño, el dolor es tan real...

Ella ríe, yo lloro, mis muñecas sangran y despierto.

Tirada en el piso, doy un salto alejándome del suelo como si todo siguiera aquí. Intento calmar mi respiración, la luz del crepúsculo se torna roja, el sudor de mi frente es absorbido por la piel de mi palma mientras afirmo mi frente. No estoy delirando. Doy suspiros ahogados tratando calmar los fracasados intentos anteriores.
—Solo fue una pesadilla... —intento convencer a mi miedo.

El nacimiento de un esqueleto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora