< ¿Felicidad? >

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¿Aún no llega nadie a casa?
Son las dos de la madrugada. Subo las escaleras sintiéndome preocupada. Veo la pieza de mi hermano mayor. Nada. Bajo otra vez y me siento a ver la televisión. No sé qué hacer, no quiero salir. Debo esperar media hora para subir y lavarme los dientes o si no se me pudrirán mientras debo aguantar el ácido sabor envuelto de un ardor leve en mi garganta. Para distraerme veo por la ventana abriendo paso a la luz de los faroles encendidos. Hay silueta sentada en la acera.
¿Es Dominick?
Me acerco a la entrada y despacio abro la puerta. Saco las llaves que se encuentran al lado de la mesita que está bajo el cenicero de mamá. Cierro. Me pongo la gorra de mi abrigo gris para sentarme al lado de Dominick. Hay un viento helado pero refrescante, la calle parece solitaria y con neblina. Tiro la gorra hacia atrás luego de sentir que no era un cambio brusco de temperatura. Él parece helado, en un aura taciturno y concentrado, sus manos envueltas de una pálida rosácea mientras la garúa deja en su piel pequeñas gotitas de rocío mezcladas con el vapor que sale de sus labios cada 3 segundos. ¿Tanto puedo observarlo? Es realmente lindo.
—Oye —le susurro delicadamente y mis palabras parecen irse con el vapor de mi temperamento.
Voltea hacia mí. Sus ojos cafés toman un leve brillo. Siento los ojos húmedos pero no llorosos. Es completamente guapo— ¿Qué haces aún aquí? —le digo despacio con una leve sonrisa. De una forma me llenó de ternura su acción tan poco racional en quedarse aquí.
Solo suspira.
—Ven —de un movimiento demasiado rápido me abraza. Su perfume es delicioso. Su polera tan suave envuelta en su polerón negro, sus clavículas chocan con mi frente, en ellas desplaye su suave piel. Delicadamente me acerca hacia él y me aprieta, como si volviéramos a encajar. Un recuerdo agradable me inundó; cuando mamá me envolvía en mi mantita de algodón tan suave y blandita. Calmaba mis miedos hace años, cada vez que ella y su último novio se gritaban el uno al otro mi hermano me abrazaba, yo apretaba mi mantita. Era como si su textura me dijera "todo va a estar bien". Así me siento ahora, como si él fuera totalmente de algodón. Le devuelvo el abrazo. Por un momento mi corazón deja de sentir dolor y late, late y vive. Cuando es consciente de que lo abrazo me aferra más fuerte sin dañarme. Entre una enorme calidez, si mil flechas cayeran hacia nosotros, el dolor no lo sentiríamos. Escondo mi cabeza entre su pecho y él parece acogerme, y para remate me besa en la frente como un sello confirma la seguridad de una autorización a tal muestra de afecto.
Al rato siento una gota tibia caer en mi cabeza, otra y una más.
— ¿Dominick? —me suelto un poco y su rostro se recogía en dolor mientras apretaba sus labios. Estaba llorando.
—No, no me sueltes —me apretó hacia él, su voz realmente suena colapsada.
— ¿Qué sucede? —le abrazo de nuevo.
—Dios... —su voz aún sonaba entrecortada, como si no pudiera calmarse.
—Tranquilo... —sobé su espalda lentamente, más lágrimas caían pero su dolor disminuía.
—Nunca había sentido algo así por alguien. Por favor, no te vayas...—mi corazón se detuvo y un nudo en la garganta se formó de un segundo a otro. Entendí totalmente pero me cuesta creer que le guste a alguien—Te quiero...y esto es malo porque ni siquiera te conozco, te juzgo por lo que miras o escuchas. Y no quiero que te vayas —creo lo dice por lástima y porque se enteró de lo que hacía— Y no, no es lástima, me preocupas y esa no es una razón para amarte, es una razón para cuidarte. Pero si no me lo permites me siento obligado a alejarme.
Hubo un silencio, lágrimas silenciosas crecían y caían de mis ojos y un dolor reconfortante se formaba en mi pecho. Es como si hubiera leído mi mente.
— ¿Que me cuides? —me apretó más.
—Me refiero a intentar que dejes de sentirte así.
—No entiendo a qué te refieres, estoy bien —mentí.
—Conozco más que bien la mentira de "estoy bien", la razón por la que cubres tus mangas y usas polerones o poleras de mangas largas para ocultar tus brazos, además de estar preocupada todo el tiempo en como te ves. Que te sientes sin ánimos, se nota en tus ojos. Veo lo frágil que eres y cómo todo te pasa a llevar, como te miran los demás y finges no darle importancia. Seguramente estás teniendo una batalla dentro de ti mientras no quieres preocupar a nadie. Quizá sientes que no le importas a nadie, como no soportas ni verte al espejo. Seguramente llorar cada noche cuando todos se silencian porque ya no solo te insultan los demás, debes haber comenzado a hacerlo tú misma. Sientes que todos te odian, ahora te odias a ti misma y vives todos los días con una rabia incontrolable hacia la imprudencia de los demás. Pero a mí si me importas—dijo con una sonrisa. Me quedé helada. Creo que nunca me habían leído así y esa sensación de que nos conocíamos desde hace años me conmovió.
—Pero nadie es capaz de escucharme.
—Lo sé —me abraza— Solo te pido...en realidad no te pido nada. Solo, intenta. Intenta que tu piel o tu mente no sean blanco de la tristeza. Recuerda una canción graciosa, una cara chistosa o una linda frase. Algo que cambie tu ánimo de un momento a otro. No es necesario ser feliz para vivir. Pero si no es mucho pedir no me gustaría que decidieras irte de este mundo —otra lágrima se calló de mi ojo, conteniendo el dolor en el otro. Me abrazó. Todo se volvió cómodo y la noche se detuvo. No pude soltarlo. Realmente por un momento dormí, apenas unos segundos. Pero fue primera vez que dormí sin miedos. Como si una fuente mágica me hubiera estado buscando desde su interior. Luego de un rato nos separamos, pero seguíamos sentados el uno al lado del otro. Ambos con los ojos rojos.
—Dominick —su vista se fijaba en el pavimento y su sonrisa era pequeñamente difícil de distinguir—Perdón...
—No tienes por qué disculparte —sonrió hacia mí.
—Pero...
—Enserio, no tienes culpa de nada —otra flecha de satisfacción me atravesó. Siempre me he sentido culpable de muchas cosas. Pasó un rato silencioso, el cielo aún no aclaraba por lo que los faroles tampoco irían a dejar de brillar—Recuerdo que cuando era pequeño, vi una estrella fugaz. Siempre deseaba volver a verla pasar, porque no alcancé a pedir mi deseo. Al tiempo le conté a mi madre y me dijo que tenía un deseo de ventaja guardado. Cada noche esperaba la estrella. Nunca pasó. Sentía que envejecía, mis padres se peleaban y siempre terminaba llorando mi madre. Un día las peleas cesaron y yo estaba esperando la estrella fugaz, sentí un golpe en el comedor. Fui a ver y estaba mi madre tirada en el piso tapándose la cara empapada de lágrimas y un poco de sangre. Mi padre estaba dando suspiros agitados de furia como un monstruo sin control, le grité con miedo que se fuera de casa, que nadie lo quería aquí. Entonces levantó su mano y tiró su cuerpo contra mí pero alcancé a correr por la escalera y me encerré en mi habitación. No entendía el porqué o hace cuánto le hacía eso, lo único cierto era que la había golpeado. En un estado de shock me quedé mirando por la ventana y la estrella fugaz pasó. Le pedí que mamá se fuera. Y que me diera odio para soportar a mi padre. De otro modo, él siempre ha reclamado mi vida por su apellido y el irme con mamá sería una persecución. Me sentí culpable cuando mi madre se fue unos años más tarde. Papá había llevado una tipa a casa. Ninguno cumplió con sus votos matrimoniales. Pero la estrella cumplió y al menos mi mamá pudo tener paz —sonrió. Nadie me había contado algo tan personal.
—Qué fuerte eres —le dije.
—No... Te encuentro fuerte a ti —lo observo, no es cierto.
—Yo hubiera salido corriendo como una cobarde —ambos reímos. Su risa es tan adorable como la de un niño. Así nos pasamos toda la noche hablando. Confidenciando cosas de infancia y creando un lazo importante de lealtad. Ya eran como las cinco de la mañana, los faroles se apagaron y el frío de a poco se deshacía. Nos callamos un momento por un largo rato de espera  mirando el alba y cómo amanecía. En eso llega el auto de mi madre medio tambaleante. Frena mal estacionado y baja de este casi resbalando con la acera. Me levanto rápidamente.
—Lo siento —le digo a Dominick mientras corro a buscar a mi madre. La afirmo para que no caiga. Se ríe cuando tropieza y su olor a alcohol me golpea el rostro— ¿Dónde estabas? —se ríe de nuevo y me empuja a un lado mientras se acerca a la entrada. Me volteo y le grito a Dominick.
— ¡Discúlpame!
—Tranquila, nos vemos en dos horas —mueve su mano de lado a lado en son de despedida y yo hago lo mismo. Entro a casa luego de mi madre. Luego de ver que se acostara, entro a bañarme y no puedo evitar pensar en pesarme, no quiero caer de nuevo. Me  preparo para ir al colegio, un poco preocupada y enojada. Jamás quiero ser tan irresponsable como ella.
Tomo mi bolso y caminando al pasillo, algo me hace voltear. La puerta del baño se encuentra abierta y la báscula está detrás. No lo soporto, corro hacia ella dejando mis zapatos y mi bolso en el suelo. Cierro suavemente la puerta. Me subo a la báscula con miedo ¿Habré subido? ¿Habré bajado? Tengo más miedo aún. Tapo mi rostro con mis manos entre tanto la báscula comienza a calcular. No quiero ver...el número me está esperando. Descubro mis ojos moviendo solo dos dedos y sin quitar mis manos de mi rostro. Ahí está.
56.40 kg.
Tapo mi boca de la impresión con ambas manos. ¿¡Esto es real!? He bajado. ¿Esto es la felicidad? ¡Me siento espléndida! Aunque no es suficiente es un logro. Bajo de la pesa y me agacho para ponerme los zapatos. Me mareo. Me levanto bruscamente y recojo mi bolso. Me afirmo de la pared con una gran sonrisa y me quedo quieta un momento esperando a que pase esta sensación.
Nada va a detenerme.

El nacimiento de un esqueleto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora