III

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Hacía tan sólo algunos días atrás, Merry me había hecho un cuestionamiento que me resultó ineludible y no pude dejar pasar. La hija de Eddie se hallaba jugando sobre el suelo del living cuando de pronto, algo le llamó la atención. Súbitamente levantó la vista y olvidó lo que estaba haciendo.

Vi. —me llamó. — ¿Por qué yo no puedo tener un hermano?

El modo tan natural como repentino con que lo dijo me llamó la atención debido mayormente a que no me esperaba un interrogante semejante. Me senté a su lado y ella me observó atentamente con sus enormes ojos marrones.

—¿Tú quieres tener un hermano? —asintió.

—Pero mi mamá y mi papá no se quieren más. ─ Sonaba verdaderamente triste por ese hecho. Por lo general, Merry no lamentaba explícitamente la separación de sus padres, pero aquel asunto del hermano parecía preocuparla. Acaricié su cabello pelirrojo mientras meditaba una respuesta apropiada que pudiera darle, mas ella se apresuró a añadir:

—¿Papá y tú podrían escribir la carta a Paris? —pidió, con una expresión que intencionalmente denotaba infinita ternura, a sabiendas de que si hacía aquello sería difícil que yo me negara.

—Sí, podríamos.

Pero mi mamá se va a enojar. —frunció el ceño. — como hizo cuando le pregunté, y me dijo que era imposible.

Suspiré. Antes de tomar parte y molestarme ante la actitud de Hannah, intenté ponerme en su lugar. Su comportamiento fuera tal vez lógico, mas no por eso resultaba maduro en absoluto. Merry esperó un intervalo de tiempo de un par de minutos antes de arremeter nuevamente:

—Pero a mí no me importa si se enoja. —dijo, antes de incorporarse y rodear mi cuello con sus brazos—. ¿Puedo tener un hermanito?

Lo voy a pensar. — ella bufó, molesta ante el halo misterioso que acababa de impregnar sobre la situación. —Tengo que hablarlo con tu padre.

Los días siguientes, aquello dio vueltas en mi cabeza con continuidad. En más de una ocasión creí apropiado contárselo a Eddie, pero por un motivo u otro, el momento indicado para tener aquella charla no parecía llegar.

Sabía que Eddie no se hallaba dispuesto a volver a casarse, más allá de que lo hiciera conmigo o se enamorara de alguien más. Por más que no me lo hubiese dicho, cuando el tema salía a colación él no dejaba demasiado espacio para la duda al ser más bien ambiguo, un modo de actuar que en él resultaba impropio. Eddie solía ser una persona directa que rara vez evitaba decir lo que le rondaba la mente. Y aunque a mí la idea del matrimonio no me quitaba el sueño, estaba segura de querer ser madre en algún momento. Incluso en ocasiones bromeábamos al respecto, con el propósito de conocer qué pensaba el otro sin tener que inmiscuirnos en una conversación que requiriera seriedad y por lo tanto, diferencias que se transformaran en posibles discusiones. Él tenía en claro que a mí me seducía la idea de ser madre y yo sabía que él no la descartaba. Quizás, pensé entonces, la pregunta de Merry hubiese indicado la llegada de la hora propicia para volver aquella fantasía una realidad, y convertir lo que por entonces era una relación formal en algo todavía más sólido.

—Merry me ha preguntado si podemos escribir la carta a París. —Aquello lo tomó por sorpresa tanto como a mí en su momento. Apoyó su mentón sobre mi pecho y me miró, buscando quizás en mi rostro una pista acerca de mis deseos.

—¿Qué le has dicho? —inquirió.

—Que lo hablaría contigo. —se incorporó entonces en la cama y me contempló sin atisbo de broma en su rostro.

—Entonces, no lo has descartado.

—No supe que decirle. —dije, sentándome también sobre el colchón. — Pero no; tampoco lo he descartado.

—Así que te gustaría tener un hijo conmigo. — Eddie alzó una ceja, sostuvo mi mentón y depositó un corto beso sobre mis labios.

—Creía que ya lo tenías en claro—. Inconscientemente, bajó la mirada y me sentí en el deber de agregar—: No tiene por qué ser ahora.

—No es eso. Creo que la perspectiva de ser padre sigue dándome miedo. —confesó.

—Tú al menos tienes a Merry.

—Tú también la tienes. —aclaró. Parecía olvidar por completo el asunto que le había impedido dormir hacía tan sólo un rato.

—¿Y Hannah? —pregunté porque quería deshacerme de tantas dudas como fuera posible en caso de que realmente estuviéramos planteándonos la posibilidad de ser padres. Eddie arqueó una ceja.

—Ella no tiene nada que ver en esto. —Parecía seguro, mas yo me hallé dubitativa— Amor, si tienes dudas...

—No tengo dudas acerca de querer tener un hijo con el hombre de mi vida. —Una sonrisa iluminó íntegramente su rostro— No existe un momento propicio, o tal vez sea este.

Él asintió, contemplándome con la mirada llena de una ilusión tal vez inconsciente. Entonces murmuró:

—Entonces, ¿Estás lista para ser madre?

—Sólo si tú lo estás.

Dulce niña mía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora