Bienvenido a Lucky House, estás invitado a entrar por un poco de chocolate caliente y galletas, puedes quedarte el tiempo que quieras, mientras no dejes de reir.
||Colección de relatos alegres y esponjosos.
Una historia diferent...
➝ Resumen: Todas las noches hacía lo mismo. En el medio de la penumbra, demasiado alto como para recibir el calor y la luz del poste de la calle, se ponía a cantar.
Cantaba con una parsimonia que le arrullaba hasta el alma. Con una suavidad electrizante, como esas caricias que no terminan de tocarte, pero alcanzan a erizarte los vellos o sacarte algún escalofrío.
Cantaba con cansancio a veces, y más de una vez creyó haberle oído llorar en el medio de un verso, mas su voz no se quebraba ni apagaba, alternando los suspiros con el ritmo marcado por sus talones.
Porque el chico que cantaba en el balcón del piso de arriba parecía no tener una guitarra.
Y Chanyeol se moría de ganas de subir a acompañarlo.
Golpeaba el concreto despacio y sin recibir dolor, marcando el tempo, hamacando sus piernas suspendidas en el aire. Tenía las zapatillas atadas con un doble nudo y Chanyeol adoraba el hecho de que el cordón le diese dos vueltas a los tobillos también, como temiendo perder una zapatilla en aquel séptimo piso, atravesando la penumbra hasta volverse una mancha negra bajo la luz anaranjada del faro callejero.
Tenía bien clara la velocidad a la que quería ir, como todas las noches. No obstante, a Chanyeol le llamaba la atención que el muchacho parecía hacerlo solo, siempre solo.
Sin la luz de su balcón prendida, sin música que lo acompañase del celular o algo.
Sólo él.
Él, la noche, y alguien dispuesto a escucharle. Como Chanyeol, aunque nunca se hubiese animado a aplaudir o dirigirle la palabra desde el sexto balcón, sus ojos perdiéndose en el mismo techito de cemento donde el misterioso artista se sentaba a jugar con las piernas ondeando.
Poco a poco, Chanyeol fue aprendiéndose los colores y modelos de sus zapatillas, todas de suela plana, nada de diseños aerodinámicos o deportivos o cámaras de aire, mucho menos plastificados brillantes arriba de algún dibujillo.
El chico parecía tener pies pequeños, demasiado pequeños al lado de las canoas con dedos que Chanyeol usaba (una vez se atrevió a sacarse la pantufla y acercarla lo más posible a aquellas hamacas de jean y cordones, verificando su abominable tamaño, sus interminables extremidades... por no hablar de su extraña necesidad de tocar al muchacho, sin atreverse del todo porque tranquilízate psicópata, te estás asustando hasta a ti mismo).
