Mi pequeño y secreto diario.

Cuando ella escribe.

Cuando ella escribe.

Cuando ella escribe, el mundo entero se detiene. No existe otra cosa que la saque de una mejor manera de este espacio que las palabras. Es buena. Las horas pasan mientras ella en un suspiro largo y pesado, escribe sobre el papel aquellos pensamientos que tenues y casi fugaces, resbalan por su piel hasta plasmarse con fuerza. Su mejor inspiración son tantas cosas que resumirlas es sencillamente un reto. Le escribe a la luna y al sol. Al mar y a la arena. Le escribe a la presencia de un alma y a la ausencia de un espíritu. Le escribe a los besos lentos y miradas rápidas. Ella es la hoja de papel que se dobla para convertirse luego en cualquier cosa. Ella vuela, pero no hablo de un modo literal, hablo de la sensación que el escrito le genera. No es la mejor, eso es bastante claro. Pero lo disfruta tanto como un músico adora tocar su instrumento, débilmente recorre sus cansados ojos por las viejas páginas de aquellos manuscritos, recordando. Lee mientras las lágrimas ruedan por sus mejillas y caen sobre aquellos antiguos renglones con tantos errores. Vuelve a vivir. Vuelve a sentir. Sus viejos y tortuosos amores se convierten en sus ojos de nuevo. Escucha una vez más aquellas voces que tantas y tan frágiles promesas hicieron, aquello que hizo que ella relatara cada minuto en esas corregidas hojas. Plasmo cada detalle de ellos, de sus ojos y sus miradas. Entonces comenzó a disfrutar de todo y a escribir de ello. Miraba con alegría a las aves que surcaban un cielo azul, escuchaba con delicadeza los sonidos que provenían de la naturaleza. Le encantaba poner atención a todo detalle y redactarlo con tal genuinidad que no solo ella sintiera de nuevo al releerlo, si no que cualquiera que lo hiciera pudiera verse inmerso en tan profundo relato.