Prólogo

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Prólogo

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—¡Quédate quieto, maldito niño! —exclamó uno de los oficiales ante la resistencia que oponía un pequeño azabache de orbes azul grisáceo de nueve años ante su agarre.

—Si le tratas así, se resistirá más —apaciguó una mujer, también policía, arrebatando al menor de los brazos de su compañero.

El niño arqueó una ceja. ¿Qué le hacía pensar a esa herbívora que le iba a hacer caso?

—Verás, pequeño —sonrió, levantándole a su altura y esquivando con agilidad las patadas que proporcionaba—. Necesitas un hogar, y como nos has dicho que no tienes familiares, debemos trasladarte a un orfanato.

—No quiero ir —se negó directamente, sin dejar de resistirse.

—Pero lamentablemente no es lo que tú quieras —oh, ese era el punto. Alguien que hablaba sin suavizar las cosas—. Así que, por mucho que te resistas o escapes, siempre te encontraremos. Y si no quieres acabar encerrado hasta que cumplas dieciocho, irás con nosotros por las buenas.

Sin añadir una palabra más ni esperar una respuesta de su parte, la oficial esposó de pies y manos al menor en menos de cinco segundos. Este le dedicó su mejor mirada frívola, dando a entender que no había accedido en lo absoluto, aunque a ella poco le importó. Le subieron al vehículo policial, y le llevaron a donde sería su nuevo "hogar".

Un edificio grande, algo antiguo a su parecer, con ventanas y un gran portón que recordaba a una iglesia. Quizá lo fuera, no estaba seguro. Estaba ubicado algo lejos del área urbana, juzgando porque el coche empezó a dar pequeños saltos debido al rocoso terreno y la falta de casas u otros edificios alrededor.

Más que un lugar donde se criaban niños, parecía una cárcel. Sobretodo porque había una valla cercando el perímetro del orfanato.

Tras presentar una credencial al hombre que permitía el paso al recinto, el oficial que conducía aparcó frente al gran portón que el niño había visto de lejos. No se equivocaba al pensar que podria ser una iglesia, pues les atendió una mujer vestida de monja.

—Buenas tardes —saludó la herbívora policía que le sujetaba de la camisa algo rota que llevaba puesta—. Le traemos a un pequeño... algo especial.

La creyente le sonrió, marcando sus arrugas. Era mayor, unos sesenta años como mínimo.

—¿Por qué tratáis así a un hijo de Dios? —se alarmó al ver sus esposas en muñecas y tobillos—. Haced el favor de soltarle, por el amor de Dios.

—Cuando lo meta en una habitación bajo llave —replicó el único adulto hombre, mirándole con desprecio. El menor sonrió con malicia al recordar la expresión de aquel tipo cuando le proporcionó una buena patada en su punto débil.

—Buena suerte intentándolo, herbívoro —desafió, ganándose una fuerte mirada asesina y un ademán de golpe por parte del mayor, detenido por la monja.

—No se toca a los niños, oficial —reprendió—. Puedo denunciarle por ello.

—Cálmate, Yakashima —ordenó la otra fémina—. Y tú compórtate —le dijo al pequeño azabache.

Dessins pour toi |DPT #1|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora