Prefacio:
Louis se acercaba a ella, con el corazón el garganta, las manos sudorosas, temblando como nunca, sus nervios estaban de punta.
Llevaba un ramo de rosas celestes, las había escogido por el color de ojos de ella, unos ojos tan claros como el mar del Caribe, también porque eran las más frescas y las que más llamaron su atención.
No quería darle chocolate, por miedo a que fuera alérgica, pero luego pensó: ¿Y si no le gustan las rosas? ¿Y si es alérgica y se ríe en mi cara?
Se estaba preocupando demasiado.
Le había escrito una carta, a parte, en papel de arroz y prolijamente cerrada con una cinta rosa al rededor de esta, la había escondido bien entre las rosas, no quería entregársela en la mano, por miedo al rechazo, el rechazo siempre da miedo.
Caminaba a lentos pasos hacia ella, quién se estaba despidiendo de Camile, su mejor amiga, nervioso, decidió: Si no es hoy, nunca lo será, se dijo con miedo a que nunca lo fuera.
Se acercó, levantó su mano lentamente hacia el hombro de la chica, su mano estaba a centímetros de tocar su blanca y suave piel, pero alguien lo empujó hacia atrás. John Mayer.
El golpe causó una caída por parte de Louis.
—¿Qué creías qué hacías? ¿Eh, cerebrito? —soltó John, mirando al pobre chico enamorado. —Oh, ya entiendo, querías pasarle esa mierda a mi novia ¿No? —sin más decir, pisó las rosas celestes que Justin había sacado con tanto cuidado del jardín de su madre. Las pisó todas, sin compasión, la carta salió volando a quién sabe dónde.
Louis no aguantó, sus lágrimas salían y salían de impotencia, pero no haría nada, la miró, ella lo miraba fijamente con arrepentimiento y se retiró de allí, sin más, sin rosas, sin carta, sin su amor platónico.